Palabras de la Academia al Rey
La reciente visita del rey don Juan Carlos a la Real Academia de la Lengua fue una ocasi¨®n gozosa para la lengua castellana y para las restantes lenguas del Estado, cuya importancia en la construcci¨®n de la democracia y la convivencia fue destacada por el Monarca. Don Juan Carlos dijo entonces que "el castellano -nuestra lengua unitiva universal- se armoniza con todos en un entendimiento ilimitado e irrenunciable. En ese di¨¢logo democr¨¢tico de las lenguas de Espa?a nos fundimos todos como miembros de una misma Patria". En aquella ocasi¨®n el director de la Academia, Pedro La¨ªn Entralgo, pronunci¨® un discurso que hoy reproducimos.
La visita de Vuestra Majestad a esta casa, adem¨¢s de recordar a todos que fue un antepasado vuestro su fundador y de afirmar con un gesto nuevo vuestro permanente inter¨¦s por la cultura de Espa?a, tiene para nosotros y debe tener para todos los hispanohablantes un especial significado: el que a un tiempo le confiere la tarea institucional de la Real Academia y el trabajo com¨²n de los que pertenecemos a ella.Elegidos por cofrades en el mismo quehacer, os recibimos hoy unos cuantos espa?oles de distinto oficio y no igual condici¨®n, entre s¨ª vinculados por un sentir y un ideal: el amor a la lengua castellana y el deseo de servir, tanto con su obra personal como con su cooperaci¨®n en las labores propias de la Academia, a que esa lengua crezca vigorosa y armoniosamente, sea usada con la correcci¨®n que su alta dignidad merece y -sin mengua de la diversidad que a uno y otro lado del Atl¨¢ntico tanto la enriquece y agracia- conserve la unidad y la nobleza que hasta hoy ha mantenido indemnes.
Crear idioma
Como acad¨¦micos, se?or, nuestro oficio no consiste en crear idioma; esa es incumbencia de la sociedad entera y, dentro de ella, de los hablantes m¨ªnima o egregiamente dotados de la gracia de inventar palabras o locuciones v¨¢lidas para todos. No pocos hay, por supuesto, en esta casa, y m¨¢s a¨²n fuera de ella. As¨ª ha sido siempre, desde que don Juan Manuel Fern¨¢ndez Pacheco, marqu¨¦s de Villena, tuvo la feliz iniciativa de fundarla. Nuestro oficio no pasa de ser el que antes apunt¨¦, y su cotidiano ejercicio, supuesta la necesaria competencia, antes requiere la entrega que el esplendor.
La palabra y el silencio
Pero con nuestra respectiva val¨ªa personal, tan eminente en aquellos que, como estrellas de primera magnitud han brillado o brillan en el cielo de nuestras letras, tan de pan llevar en otros, como el que ahora tiene el honor de hablaros, todos nos esforzamos por dar al castellano perfecci¨®n y todos procuramos ser representantes y valedores de los que, con excelencia sobrada o suficiente, por una raz¨®n o por otra, no est¨¢n o no han estado entre nosotros. Porque el idioma y el servicio al idioma es lo que para nosotros de veras cuenta.La vida es acci¨®n, se nos dice; y la vida recta, acci¨®n rectamente pensada y rectamente ejecutada. Cierto. Pero la acci¨®n humana tiene su fundamento en la realidad a trav¨¦s de dos ra¨ªces: la palabra y el silencio, la palabra dicente y el silencio pensativo. El silencio, ineludible ante aquello que no puede decirse con palabras -y tal es la condici¨®n de todo lo perfectamente serio, para decirlo a la manera de don Antonio Machado-, cada cual lo administra seg¨²n lo que ¨¦l es y conforme a lo que el destino le traiga. La palabra, en cambio, aunque siempre, no s¨®lo entre poetas y pensadores, deba ser m¨¢s o menos paraula viva, en el sentido que el poeta Joan Maragall dio a esta expresi¨®n, requiere audiencia, participaci¨®n intelectiva, afectiva o est¨¦tica, en definitiva presencia real o intencional de "otro" o de "otros". De ah¨ª la necesidad de que sus significaciones b¨¢sicas -el suelo sobre el que luego podr¨¢ elevarse la originalidad personal del locuente o del escritor- sean racional y socialmente codificadas en diccionarios y gram¨¢ticas. Con nuestra mejor voluntad, a tal fin ordenamos nuestro habitual trabajo acad¨¦mico. Somos, en suma, como su majestad la Reina dir¨ªa, recordando sus luminosos or¨ªgenes familiares e hist¨®ricos, hyp?r¨¦tai tou logou, servidores de la palabra. De una palabra que naci¨® hace 1.000 a?os y poco a poco, hecha idioma literario, coloquial, religioso y pol¨ªtico, ha llegado a ser una de las primer¨ªsimas en la historia y en la actualidad.
Cuidar el tesoro com¨²n
Con ello, respetando sin reservas, m¨¢s a¨²n, con ¨ªntima complacencia, el derecho a ser y a vivir de las restantes lenguas de Espa?a, en algo esencial ayudamos a la pac¨ªfica convivencia de los espa?oles, porque contribuimos a la perfecci¨®n de aquello sin lo cual no ser¨ªa posible el di¨¢logo entre ellos, el idioma com¨²n.Y vincul¨¢ndonos funcionalmente con todas las academias que, como la nuestra, cuidan de ese com¨²n tesoro, tendemos puentes hacia la creciente cooperaci¨®n entre Espa?a y las naciones que fueron sus hijas y hoy son sus hermanas. Y promoviendo, a: una con ellas, la adecuaci¨®n de nuestra lengua a las exigencias de nuestro tiempo -pese a todo, bregando como podemos con la penuria de nuestros recursos materiales-, vamos abriendo caminos hacia la recta expresi¨®n de las formas de vida que ma?ana nos esperan.
He aqu¨ª, se?or, la materia de la sesi¨®n de trabajo a que nos he?nos atrevido a invitaros y que os hab¨¦is dignado presidir. Como ¨¦sta, tantas y tantas m¨¢s a lo largo del a?o. En ellas no hacemos, es verdad, tanto como quisi¨¦ramos y como el menester del idioma pide.
Pero con ellas, en la medida de nuestros talentos y nuestras fuerzas, seguiremos trabajando para que, desde el punto de vista del idioma, Cervantes y Quevedo, Juan de la Cruz y Cajal, Garcilaso y Ortega, no hayan existido en vano.
En ello empe?amos sin solemnidad especial, pero con sinceridad profunda, nuestra palabra de miembros de la Real Academia Espa?ola; de hombres que, por servir con toda el alma a la alta causa de la palabra, saben lo que la palabra es.
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