El arte grande y veraz de Montserrat Caball¨¦
Recital l¨ªrico a beneficio de la Fundaci¨®n Reina Sofia.Monserrat Caball¨¦, soprano: Miguel Zan¨¦tti, piano. Obras de Vivaldi, Giordano, Galuppi, Gluck, Salieri, Bellini, Puccini, Ravel, Bizet, Chap¨ª, Serrano, Barbieri, Puecini, Boito y Cilea.
Teatro Real, Madrid. 30 de noviembre de 1983.
Cant¨® Montserrat Caball¨¦ en el teatro Real un programa ecl¨¦ctico y de amplia resonancia popular, consagrado principalmente a trozos de car¨¢cter l¨ªrico o dram¨¢tico, bien procedieran de la ¨®pera, bien de la zarzuela. Vivaldi, Giuseppe Giordano y Galuppi dieron a la cantante catalana las primeras' ocasiones para lucir la flexibilidad de su emisi¨®n, la ligereza a¨¦rea o la tensi¨®n emocional de su expresi¨®n.
Todo se agudizar¨ªa en el gran repertorio de Montserrat: aquel que preanuncia, exalta o prolonga el impulso rom¨¢ntico. El aria de Armida, de Gluck (que encandil¨® al Baroja joven de Par¨ªs); la efectiva vibraci¨®n de Les danaides, de Antonio Salieri; el asesino de Mozart puesto recientemente de actualidad gracias a una pieza dram¨¢tica; el terso melodismo de Bellini, esp¨ªritu vocal de no poco pianismo chopiniano, y Tem¨ªstocles, de Puccini, fueron aut¨¦ntico cl¨ªmax de la jornada. Caball¨¦ transforma su arte en cada p¨¢gina, se transfigura y pasa desde un real¨ªsimo human¨ªsimo a sus m¨®rbidos e irreales pian¨ªsimos.
La convencionalidad del aria aislada
Aun con la convencionalidad del aria aislada y la sustituci¨®n de la orquesta por, el piano, Montserrat impone la raz¨®n de su veracidad y tira de nosotros.
Es dif¨ªcil hacer cr¨ªtica a esta voz y a esta inteligencia fuera de serie: falta objetividad, pues ?c¨®mo permanecer neutral ante lo que hace la Caball¨¦, ante esa suerte de utop¨ªa en la que debemos creer porque la estamos escuchando?
Despu¨¦s de la pausa' otro ideal est¨¦tico, otro tiempo, otra expresividad: el incre¨ªble Mauricio Ravel en las prodigiosas Canciones hebreas (las dos de 1914 y la de 19 10, que forma parte de los Cuatro cantos populares). En estas p¨¢ginas maestras, sobre todo en Kaddisch, se ha logrado una idealizaci¨®n del dato tradicional d e rara belleza y admirable poder evocativo. Montserrat Caball¨¦ recogi¨® sus facultades para entra?arse en los pentagramas ravelianos con delectaci¨®n, magia y morosidad: quiz¨¢ demasiada a veces, pues los valores melism¨¢ticos perd¨ªan un tanto su car¨¢cter.
Con Bizet como puente en un par de melod¨ªes, el programa desemboc¨® en tres estratos bien distintos de nuestra zarzuela: El barquillero, una de las m¨¢s bellas arias de Chap¨ª, junto a La chavala y el lamento de Curro Vargas; El carro del sol, representativa de nuestra zarzuela convencional a trav¨¦s del sincero y f¨¢cil melodismo de Serrano, y la Canci¨®n de Paloma, de El barberillo de Lavapi¨¦s, una hoja viva de cancionero madrile?o hija del mejor Barbieri.
Tres propinas prolongaron la actuaci¨®n de Caball¨¦-Zanetti: Turandot, de Puccini (Signore, ascolta); Adriana Lecouvreur, de Cilea, repescada del olvido por las divas, sobre todo por la Caball¨¦, y Mefistofele, de Arrigo Boito (l'altra notte in fondo al mare), tras las cuales el p¨²blico rindi¨® a nuestra cantante y a su colaborador el homenaje de sus aplausos y bravos. Los Reyes presidieron el espect¨¢culo.
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