El ornamento de los caballeros
Una serie de acontecimientos culturales presenta en el panorama espa?ol, y de manera m¨¢s abundante en la escena madrile?a, el denominado, por el momento, acontecer posmodernista. Un censo reducido de refutadores junto a una n¨®mina m¨¢s amplia de entusiastas y admiradores elevan a pol¨¦mica el significado de tal acontecimiento. Forcejeos te¨®ricos y comentarios mitificadores conducen el espectro de tales manifestaciones a un fen¨®meno sociol¨®gico rodeado de diversas y diferenciadas nomenclaturas (tardomoderno, modernismo cl¨¢sico, nueva abstracci¨®n, posmodernismo ... ). T¨¦rminos gen¨¦ricos que responden a una taxonom¨ªa cr¨ªtica inciada hacia los sesenta y que, bajo diversos interrogantes, trataban de enunciar la vigencia o el fracaso de la modernidad en la cultura moderna.Le toca el turno por el momento a ciertas manifestaciones de la arquitectura. Instituciones del Estado en competencia con los escenarios privados de coleccionistas de arte, exhibidores consagrados y editores se esfuerzan por agilizar muestras y ediciones que pongan al d¨ªa las manifestaciones escritas o dibujadas de tales acontecimientos.
Por lo que respecta a la arquitectura, el fen¨®meno de ruptura con lo que se denomin¨® arquitectura moderna viene avalado con el sutil pretexto de acabar con el aburrimiento y la seriedad estereotipada que significaron el funcionalismo y el racionalismo mecanicista. Estos arquitectos, m¨¢s que sus arquitecturas, tratan de ilustrar el acontecer del espacio moderno con un neofigurativismo crepuscular, seg¨²n el cual, los ¨¢mbitos que debe construir la moderna arquitectura, ya posmoderna, tendr¨¢n que realizarse a trav¨¦s de los acontecimientos simb¨®licos, en un intento, no confesado, de reinstaurar en las decisiones del proyecto arquitect¨®nico la efigie del arquitecto, un tanto devaluada despu¨¦s de lo que significaron para la ciudad los estereotipos formales del conocido estilo internacional.
Traemos a consideraci¨®n estas reflexiones acerca del espacio de la arquitectura en nuestros. d¨ªas ante la invasi¨®n, apenas sin justificaci¨®n cr¨ªtica, del orden nuevo para la arquitectura, que bajo el alarde gratificador de aprender inform¨¢ndose, nos trata de presentar el elenco de semejantes manifestaciones. La doctrina que subyace en el fondo de sus representaciones viene avalada por la ideolog¨ªa del cambio, seg¨²n el principio de que los procesos de cambio deben confundirse con sus propios rasgos. ?Y cu¨¢les ser¨ªan los perfiles de estos rasgos, que con tan puntual insistencia perturban nuestra contemplaci¨®n del espacio arquitect¨®nico como espectadores en el subdesarrollo?
Las formas de la arquitectura surgidas de las relaciones de la econom¨ªa del deseo en la que nos encontramos rechazan la causalidad lineal y el sentido ¨²nico de la historia. La escasa teor¨ªa arquitect¨®nica no manipulada se agota en esclarecer sus propias contradicciones y extrapola sus an¨¢lisis sin llegar a resolver los problemas; se inclina una vez m¨¢s por los viejos seudoproblemas que hacen m¨¢s ret¨®rico el discurso de la forma, intentando recuperar lo que parec¨ªa irremediablemente perdido: hacer habitable el espacio. ?Pero acaso no es ¨¦ste el mecanismo en el que la sociedad se organiza seg¨²n el esquema del macrocapitalismo monopolista y las alternativas del capitalismo de Estado? Estas relaciones integran clases y castas, formas y funciones, contenidos y significados. Las transformaciones del capital monopolista explotan las im¨¢genes del espacio arquitect¨®nico; las alternativas del capitalismo de Estado alteran su contenido; de tal s¨ªntesis s¨®lo la verosimilitud y la persuasi¨®n pueden construir el espacio de la ciudad. Al proyecto moderno se le sigue asignando una serie de caracer¨ªsticas que no le corresponden, y es ¨¦sta una tentaci¨®n en la que de forma sistem¨¢tica incurren los arquitectos. El proyecto moderno, en su acepci¨®n m¨¢s amplia, no era ni es una consecuencia, sigue siendo una parte de entender de modo global la din¨¢mica hist¨®rica de la sociedad y la cultura.
En t¨¦rminos muy gen¨¦ricos y referidos al elenco ideol¨®gico que nos manifiestan estas supuestas arquitecturas de la posmodernidad, podr¨ªamos admitir como rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos las connotaciones siguientes.
Por lo que se refiere al proyecto arquitect¨®nico, el espacio de la arquitectura debemos prepararnos para entenderlo como un exclusivo fen¨®meno est¨¦tico, aunque este modo de comprensi¨®n por parte del usuario no es necesario que sea requerido en t¨¦rminos de belleza, sino como un reclamo imaginario de artificios.
En cuanto a la sensibilidad en la que debe educarse a las sociedades, tender¨¢ a ser lo m¨¢s ambigua posible; esta actitud ahuyenta los compromisos y despolitiza las formas.
En orden a la experiencia corporal en relaci¨®n con el espacio y a la memoria de sus formas, ser¨¢ solidaria del hechizo de las nuevas miradas. La gran confusi¨®n podr¨¢ transformar en proyecto cualquier suced¨¢neo espacial y satisfacer el sentimiento de la creaci¨®n de nuevas formas de belleza.
Un axioma inexcusable ser¨¢ el de qu¨¦ la arquitectura retorne del exilio decorativo para recuperar la textura, los estilos, la sensualidad de las formas, y retozar en los est¨ªos por las praderas de Stourtheard. La ornamentaci¨®n ya no es un crimen; ha sido recuperada como emblema de la libertad.
Aceptado el principio de la decadencia de la verdad, el insconsciente podr¨¢ florecer en los territorios de la trivialidad. La locura de cada arquitecto debe convertirse en su verdad, para reproducir espacios que justifiquen el retorno de lo no comprendido ni asimilado. Los estilos ser¨¢n reconvertidos en norma, y como suced¨ªa en el mundo camp, el andr¨®gino "ser¨¢ el m¨¢s capacitado para dise?ar el repertorio de im¨¢genes". El culto a la exageraci¨®n y el amaneramiento de los estilos constituir¨¢n su caracter¨ªsica m¨¢s esencial.
El arquitecto-esteta que bucea por estos espacios, ilusorios, deber¨¢ infundir a sus dise?os los conceptos de arte, inter¨¦s o cultura por medio de sensaciones de intervenci¨®n espiritual, liberando sus obras de las limitaciones de la materia y aceptando sus tentaciones interiores como est¨ªmulos para formalizar las ideas generales o los detalles concretos.
Pero la arquitectura se ha transformado en un problema mucho m¨¢s complejo de lo que era en los principios de siglo y m¨¢s diversificado que las simples dualidades por donde discurren estas revelaciones para los paisajes de finales del siglo XX, ancladas entre la parodia y la met¨¢fora, el desprecio racional y la autocomplacencia narcisista, la inocencia fingida o la necia locura. Estas enso?aciones programadas, que nos remiten desde los excedentes del escenario art¨ªstico norteamericano con reducidas complicidades europeas, no deben inducir a mayor confusi¨®n y deben contemplarse como simples modas decorativas de unos profesionales, los arquitectos, que llegaron tarde al extra?o interludio del mundo camp, probablemente ser¨¢ dificil evadirse de ellas, pues son una mercanc¨ªa m¨¢s de la agilidad y movilidad del imperio que las produce, puro ejercicio de conquista, amparados con el dominio de todos los medios.
Una arquitectura como la moderna, cuyo pasado se ha trastocado por definici¨®n como caduco, y algunas de las manifestaciones presentes reproducen con tanta vehemencia trivialidades instant¨¢neas, necesitan de tarxidermistas simb¨®licos, cal¨ªgrafos de la ficci¨®n y virtuosos de la alegor¨ªa, para que el pasado edulcore un presente nada tranquilizador. Pero en los per¨ªodos de cambio en la cultura no se trata tanto de recuperar los espacios consagrados por la historia como de entenderlos; por tanto, no vendr¨¢ mal que la distancia del juicio cr¨ªtico nos permita recibir tan halagadores mensajes como lo que en realidad son. Rasgos infecundos y est¨¦riles que reflejan la frustraci¨®n creadora de unas actitudes adobadas por los mecanismos de la persuasi¨®n a la que sirven. Las relaciones de producci¨®n que formalizan el espacio habitable que vivimos no se plantean conocer el espacio verdadero, sino aquello que parece como tal, pues es de la verosimilitud que propugnan estas arquitecturas, no de su construcci¨®n, de donde se nutre la persuasi¨®n de sus im¨¢genes.
Una vez m¨¢s, a Walter Benjamin le acompa?a la raz¨®n: "La verdad se resiste a ser proyectada en el reino del conocimiento".
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