El teatro Espa?ol y la institucionalizaci¨®n de la cultura
El teatro Espa?ol, del Ayuntamiento de Madrid, ha vivido muchos a?os con un convenio que entregaba su programaci¨®n al Ministerio de Cultura (antes, de Informaci¨®n); lo rescindi¨® en un momento en que el municipio era socialista y el Gobierno, de UCD, y pod¨ªan aparecer algunas incompatibilidades: se demostr¨® que no lo eran tanto culturales o art¨ªsticas como pol¨ªticas o de personas.Se hab¨ªa esperado m¨¢s de la nueva personalidad del Espa?ol. Cuando el Mar¨ªa Guerrero estatal pas¨®, por las elecciones, a una Administraci¨®n socialista, tambi¨¦n se esper¨® m¨¢s, y tampoco ha sucedido. En cambio, se ha establecido entre los dos -el municipal y el estatal- una especie de concurrencia y, en la pr¨¢ctica, una indiferenciaci¨®n. La concurrencia se ha llevado al terreno del prestigio, del brillo, del deslumbramiento: no al de una renovaci¨®n del teatro.
Puede que una parte de esta desviaci¨®n se encuentre en lo que no se sabe c¨®mo se hace aparecer como un imperativo: la entrega de los teatros a los directores de escena. No es una cuesti¨®n personal: quien lleva el Mar¨ªa Guerrero, quien ha llevado hasta ahora el Espa?ol y quien lo va a llevar desde ahora tienen todo el prestigio posible en su profesi¨®n dentro de Espa?a.
Dejando abierto todo el campo de la esperanza a lo que pueda hacer Miguel Narros en el Espa?ol, y d¨¢ndole el margen de confianza que merece una extensa y muy v¨¢lida biograf¨ªa, parece que conviene se?alar en t¨¦rminos generales lo que supone esta aberraci¨®n tenida por natural de que la direcci¨®n de los teatros institucionales vaya a parar exclusivamente a directores de escena. No son m¨¢s que una parte de una profesi¨®n m¨¢s extensa y hasta ahora han terminado por vencer sus teatros hacia ese aspecto que es el de su especialidad.
Quiz¨¢ sucediera lo mismo si indefectiblemente los teatros institucionales se entregasen a los autores o a los actores. En una palabra, el creador tiene generalmente una visi¨®n personal¨ªzada, inclinada a los matices de su propia creaci¨®n, y puede resultar mal administrador o mal organizador o mal programador. Muchas veces parecer¨¢ que est¨¢ haciendo su carrera personal y cimentando su propio prestigio art¨ªstico durante los dos o tres a?os que se le suelen dar al frente de uno de estos teatros, y no siempre ser¨¢ as¨ª: ser¨¢, simplemente, que est¨¢ llevando el teatro por el camino al que ¨¦l se ha adscrito -su estilo, su manera, su teor¨ªa personal- m¨¢s que por el de servicio p¨²blico. La Vehemencia con que todos los que han ido siendo nombrados para esos cargos han pedido independencia y estatutos, y no sin raz¨®n, se?ala la tendencia a la obra personal.
No sin raz¨®n: porque el funcionarismo de las instituciones y la irresistible capacidad devoradora de la Administraci¨®n p¨²blica en materia cultural podr¨ªa, en efecto, malograr los esfuerzos art¨ªsticos. De donde brota otro de los problemas del teatro institucional en Espa?a: la sustituci¨®n de una pol¨ªtica de largo aliento y de causa nacional por un funcionarismo no s¨®lo peligroso, sino cambiante. Ni el alto cargo ni el director de teatro-escena han cumplido hasta ahora lo que podr¨ªa ser raz¨®n de su existencia, pese a muy buenas voluntades y a aciertos aislados. En realidad el tipo de figura que requiere el teatro Espa?ol, como cualquier teatro institucionalizado, es el de la que desempe?aba el antiguo empresario, pero transformado por la necesidad p¨²blica: es decir, sin la estrechez de miras de lo comercial, pero sin perder de vista la sacralizaci¨®n del dinero p¨²blico.
La inversi¨®n de dinero en los teatros institucionalizados no tiene que ser un despilfarro, una adquisici¨®n de prestigio, sino la esperanza de un rendimiento ¨¢ut¨¦nticamente cultural. Un fino empresario y organizador que tenga el teatro abierto el mayor tiempo posible y trabajando, que conozca el mercado art¨ªstico y que sea capaz de interpretar lo que el p¨²blico necesita en ese sentido. Es decir, un regulador del teatro.
Tendr¨ªa esa figura algunas misiones que cumplir. Por ejemplo, salir del mero men¨² de programaci¨®n cl¨¢sico-extranjero-espa?ol contempor¨¢neo; formar y sostener una compa?¨ªa numerosa y permanente que presentara u?a homogeneizaci¨®n; mantener dentro de esa compa?¨ªa permanente adiestrada una admisi¨®n permanente de alumnos o aspirantes, una especie de escuela pr¨¢ctica de actores que fuera capaz de completar las ense?anzas te¨®ricas que se dan en las escuelas p¨²blicas y privadas; una continua puerta abierta a una rama trascendental del teatro, que esa eosauores,y que se est¨¢ extinguiendo; una audacia suficiente para asumir posibles fracasos si ¨¦stos formasen parte de una pol¨ªtica muy ambiciosa y m¨¢s larga; una seguridad de que sin p¨²blico no hay teatro, por mucho dinero que se reciba por otro medios, y por tanto una atenci¨®n especial a los senderos que marca el propio p¨²blico; una idea no suntuaria del teatro; una capacidad para salir de su sede hacia otros teatros sin monumentalismos escenogr¨¢ficos que lo impidan... Todo este inventario no es m¨¢s que el de una serie de conocimientos que circulan diariamente por los medios de la profesi¨®n teatral, pero que nadie llega nunca a poner en pr¨¢ctica.
Labor de G¨®mez
Lo dicho no empa?a la labor que ha hecho Jos¨¦ Luis G¨®mez, ni condiciona la que pueda hacer Miguel Narros. En sus temporadas del Espa?ol, como antes en las del Centro Dram¨¢tico, G¨®mez ha tenido m¨¢saciertos que desaciertos, en cuanto a obras concretas, a montajes determinados. Hay en su haber, por lo menos, la indagaci¨®n de La vida es sue?o o la irrupci¨®n de Las bicicletas son para el verano y unos intentos de descubrimiento de formas teatrales, como el Viaje a Sinapia de Savater o su propia creaci¨®n de Kafka, que se queda in¨¦dita en ese teatro. Ha dejado huellas de su talento de director y de actor y de su capacidad de apertura para otros.
Un trabajo sin duda incompleto por su fragmentaci¨®n, por su falta de visi¨®n de totalidad o de conjunto, pero sin ser enteramente responsable de ello: las limitac¨ªones contractuales, la sensaci¨®n de provisionalidad y la falta de pol¨ªtica teatral superior (y se pregunta uno si el Ayuntamiento es un organismo que tenga por qu¨¦ tener una pol¨ªtica teatral general; pero ya que tiene un teatro y lo administra, tendr¨¢ que tener esa pol¨ªtica) ha impedido logros mayores.
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