Fiesta
Ya no hay Espa?a negra. Ahora quedan simplemente restos de una Espa?a sucia. Estercoleros de comida en las tascas al pie de la barra, cucarachas en algunos hospitales, basura en los terraplenes, capeas polvorientas en los pueblos, jardines ra¨ªdos por la sequ¨ªa, retretes s¨®rdidos en las estaciones del ferrocarril, vidrios en las cunetas, cazuelas con gorriones fritos, corridas de toros, ciegos obligados a vender loter¨ªa, camareros que te sirven con un cigarrillo en los labios y el dedo gordo dentro de la sopa. No obstante, la cultura de los espa?oles ha mejorado. La Inquisici¨®n ha desaparecido, tampoco se ven en las procesiones del Corpus perros sarnosos delante de la custodia y los picadores salen a la plaza a bordo de un colch¨®n que arropa el destino de un pobre jamelgo. A estas alturas, ning¨²n ciudadano un poco sensible soportar¨ªa el espect¨¢culo de un hereje crepitando como un le?o en la hoguera, ni un ruedo lleno de caballos muertos con las tripas al aire. La pureza de la fe o la ortodoxia de la fiesta taurina exigen que se cumplan los c¨¢nones antiguos, pero felizmente el est¨®mago de los fan¨¢ticos tiene un l¨ªmite y la n¨¢usea ha impuesto su ley. Gracias a esta especie de asco los imp¨ªos y los pencos de los picadores se han salvado. Llegar¨¢ un momento en que no s¨®lo la compasi¨®n, sino el simple buen gusto, tambi¨¦n alcanzar¨¢ a ahorramos la crueldad con los toros. Es cuesti¨®n de esperar. Hoy las capeas de pueblo y las corridas en la plaza deben inscribirse como un hecho m¨¢s de la suciedad espa?ola, aunque el hedor que despiden no se nota si uno est¨¢ enfrascado en esa cochambre. Creo que la fiesta de los toros desaparecer¨¢ de este pa¨ªs cuando aqu¨ª nadie eche c¨¢scaras de mejillones en el serr¨ªn de las tabernas, ni haya cucarachas en los quir¨®fanos y los urinarios p¨²blicos est¨¦n resplandecientes, y a los ciegos no se les fuerce a ganarse la vida en una esquina de forma in misericorde, y no se vea basura en las cunetas. Con el tiempo, la misma escoba barrer¨¢ la fiesta de los toros junto con los restos de aquella Espa?a desolada que ten¨ªa como su paleta el color de la mierda. La sordidez y la crueldad son una costumbre. La sensibilidad y la est¨¦tica tambi¨¦n. Entre estos dos bandos est¨¢ la lucha.
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