El ser humano como cobaya
Cient¨ªficos y especialistas en ¨¦tica se re¨²nen en Par¨ªs para estudiar los problemas de los ensayos cient¨ªficos
"A lo largo de su vida, uno de cada 10 franceses servir¨¢ como sujeto de un experimento farmacol¨®gico", asegur¨® la doctora Anne Fagot, psiquiatra de formaci¨®n filos¨®fica, en el seminario sobre ?tica y farmacolog¨ªa organizado en Paris por la revista especializada Prospective et Sant¨¦ para comparar legislaciones y estudiar los m¨¦todos para regular la experimentaci¨®n en seres humanos en Europa.Esta cifra, lanzada casi sin ¨¦nfasis, da una idea de hasta qu¨¦ punto el ser humano se ha convertido en una cobaya de laboratorio. El tema, si bien se airea de vez en cuando a ra¨ªz de afig¨²n esc¨¢ndalo, escapa al conocimiento del ciudadano.
De hecho hasta 1940 los probl¨¦mas ¨¦ticos que planteaba la experimentaci¨®n en seres humanos importaron bien poco a los cient¨ªficos. Tuvieron que llegar las atrocidades de los m¨¦dicos nazis en los campos de concentraci¨®n para que se planteara el regular de alguna m¨¢nera los l¨ªmites de la investigaci¨®n en seres humanos y se redactara el llamado C¨®digo de Nuremberg.
El citado c¨®digo, a decir de los especialistas, era demasiadogeneralizante y vago para ser ¨²til, por lo que hubo que esperar a 1964 para que la Declaraci¨®n de Helsinki estableciera unas pautas m¨¢s concretas, distinguiendo por primera vez entre la investigaci¨®n terape¨²tica, es decir, la realizada en personas enfermas con la intenci¨®n de curarles de su mal, y la no terape¨²tica o aquella realizada en personas sanas.
Esta diferencia es importante por cuanto delimita exactamente dos campos. En el primero de ellos se est¨¢ tratando con pacientes aquejados de un determinado mal a quienes se injenta aplicar nuevas t¨¦cnicas a¨²n experimentales o se les administra drogas cuyos efectos no se conocen completamente, pero siempre con la intenci¨®n de curarles de su mal.
Remuneraci¨®n econ¨®mica a personas sanas
En el otro caso se trata de personas sanas que, por diversas razones, entre las que priva la econ¨®mica -pues su consentimiento casi siempre se obtiene a cambio de una remuneraci¨®n-, se prestan a someterse a un determinado tratamiento.
Sin embargo, fue en Estados Unidos, a ra¨ªz de una larga serie de abusos cometidos por los laboratorios y cl¨ªnicas, aireada ante la opini¨®n p¨²blica, donde el Gobierno norteamericano se vio obligado a legislar con mayor precisi¨®n so Ibre el tema. El proceso que ha se guido esta legislaci¨®n, que nace en 1962, fue explicado en Par¨ªs por Thomas Beauchamp, profesor de ?tica de la universidad de George town, a sus colegas europeos.
Seg¨²n Beauchamp, los primeros en introducir la cl¨¢usula del con sentimiento del sujeto en la legisla ci¨®n fueron las autoridades federales norteamericanas. Sin embargo al poco de entrar esta regla en funcionamiento se vio que este consentimiento estaba la mayor parte de las veces excesivamente condicionado, sea por la situaci¨®n del enfermo, a quien no se le ofrec¨ªa otra alternativa, o bien porque quienes realizaban los experimentos ocultaban parte de la informaci¨®n o se la proporcionaban equivocada.
La pol¨¦mica lleg¨® al Congreso norteamericano, que estudi¨® un inf¨®rme en el que se detallaba un buen n¨²mero de casos en los que el paciente no hab¨ªa sido informado de las consecuencias y riesgos del experimento que se estaba realizando. El Congreso cre¨® una comisi¨®n para estudiar a fondo el caso y la posibilidad de prohibir los experimentos en lo que denomin¨® "poblaci¨®n vulnerable", refiri¨¦ndose a los casos de prisioneros, cuyo consentimiento, aun con todos los conocimientos, podr¨ªa considerarse viciado, y tambi¨¦n a los menores disminuidos ps¨ªquicos, que depend¨ªan de la decisi¨®n de sus padres.
La comisi¨®n decidi¨® terminar con los experimentos en todos los casos considerados como "vulnerables" poniendo fin a los experimentos en prisioneros, pero se puso de acuerdo en las bases necesarias para autorizar los experimentos en personas sanas, para las que s¨®lo se exig¨ªa el consent¨ªmiento informado, pero se a?ad¨ªa una cl¨¢usula que autorizaba al sujeto a abandonar la experimentaci¨®n en cualquier momento sin por ello sufrir represalias, como por ejemplo tener que devolver el dinero que hab¨ªa cobrado.
Finalmente, la citada comisi¨®n estableci¨® por primera vez una serie de principios b¨¢sicos, que se resumir¨ªan en los siguientes: respeto a la persona humana, equilibrio entre los riesgos y las ventajas del experimento y protecci¨®n de la autonom¨ªa y la dignidad humana.
Sin embargo, en 1980, cuando esta comisi¨®n ya llevaba casi una d¨¦cada en funcionamiento y los comit¨¦s de ¨¦tica creados para supervisar la experimentaci¨®n parec¨ªan estar funcionando correctamente, The Washington Post revel¨® una serie espeluznante de datos sobre m¨¢s de un centenar de pacientes, una gran parte enfermos de c¨¢ncer, que habr¨ªan recibido sin saberlo nuevas drogas experimentales a causa de las cuales habr¨ªan fallecido.
La capacidad de valorar el riesgo
Esta informaci¨®n, que fue muy discutida por los laboratorios farmac¨¦uticos y la clase m¨¦dica y que incluso el profesor Beauchamp considera como en parte err¨®nea, puso de manifiesto que el problema no se hab¨ªa solucionado. Una cuesti¨®n quedaba claramente planteada: ?son los pacientes capaces de valorar los riesgos y consentir con pleno conocimiento y total informaci¨®n?. Casi todos los especialistas en el tema dudan al responder a esta cuesti¨®n, pero la respuesta parece ser negativa.
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