Madrid era una fiesta
Cuando Madrid era una fiesta corr¨ªan peores tiempos. La idea de p¨¦rdida es injusta, y la nostalgia es una traici¨®n al presente. Entrando en esa traici¨®n: los toros, en Madrid, eran una algarab¨ªa en las calles.La ciudad era abarcable y menuda y se convert¨ªa f¨¢cilmente en espect¨¢culo; el madrile?o, en actor. Pod¨ªa prescindirse de la pesada molestia de asistir a la corrida y, sin embargo, sentirse impregnado de la fiesta. La charla apasionada del barbero nervioso, la cotizaci¨®n de la reventa, el grito de los conductores de autob¨²s en las encrucijadas lejanas -?A la plaza, eh, a la plaza!- el tumulto en la puerta de los hoteles por donde iban a salir los maestros, el charab¨¢n con las cuadrillas, la cola en el Monte de Piedad para desempe?ar el pa?ol¨®n -y, seg¨²n la leyenda, la otra cola, la de empe?ar hasta el colch¨®n para comprar la entrada-, el hombre en el estanco que eleg¨ªa el largo puro -cruji¨¦ndolo entre las palmas y aproxim¨¢ndolo al o¨ªdo para o¨ªr crepitar la calidad- que durar¨ªa toda la corrida, alarg¨¢ndose en la distracci¨®n su ceniza hasta caer en el traje azul del ciudadano de la fila m¨¢s baja...
Fil¨®sofos y cupletistas
Y los que olfateaban el aire para presentir la lluvia que siempre env¨ªa el santo. Los viejos recordaban al perro Paco y el caf¨¦ de Fornos, los minuciosos sabios pronosticaban la lidia, los antitaurinos debat¨ªan acerca de la barbarie y del enga?o al pueblo -pan y toros-, los cosmopolitas sonre¨ªan displicentemente, los desenga?os sent¨ªan la comez¨®n de volver a intentarlo. Y los ni?os en harapos de los barrios de chabolas sent¨ªan la tentaci¨®n de ser toreros para redimirse del pie descalzo.
La ciudad de fil¨®sofos y cupletistas se preparaba para el largo verano de verbena y querm¨¦s, que eran tambi¨¦n fiestas de la calle. Iban los feriantes girando en las fechas fijas de las fiestas de las parroquias: la risa va por barrios, se dec¨ªa, y se daba a la frase el doble sentido de la alternativa de placer y dolor, del cambio de posturas triunfantes y humilladas entre los personajes del sainete urbano.
El tr¨¢nsito del invierno sobrecogedor, con el viento de los neveros de la sierra zumbando en las calles, al verano t¨®rrido -nueve meses de invierno y tres de infierno- lo daba la feria de san Isidro, en la primavera tornadiza, inconsecuente. La plaza y sus carteles eran el centro de todo. Y en la pradera estaba el chuler¨ªo, el humo de los fritos, la rosa de papel enlazada con alambre al tubo de vidrio que formaban el pito del santo. Y la destreza del carterista, del tomador del dos -dos dedos s¨®lo: el ¨ªndice y el medio de una mano-, que extra¨ªan de la chaqueta del paleto -del isidro- la cartera con los billetones.
Otros tiempos
Hoy la calle es otra cosa. Es una utilidad. Se llama v¨ªa urbana, y estas v¨ªas -y la acumulaci¨®n de muchos elementos hist¨®ricoshan borrado las diferencias o las personalidades de los barrios. Pero los tiempos son mejores. A pesar de las crisis, de los pobres en los sem¨¢foros, de las jeringuillas en losjardines, del ancho fest¨®n de las chabolas, se vive mejor, la pobreza estructural, la mezquindad de vida, se han atenuado.
La ciudad es m¨¢s abierta y se disipa en ella la fiesta; puede uno pasarse toda la larga feria de san Isidro sin enterarse de que hay corridas de toros ni de que hay fiestas. Salen ahora las corridas de arriba hacia abajo: las organiza, las crea el Ayuntamiento, o la Comunidad Aut¨®noma. Forman parte de la sociolog¨ªa del ocio, del estudio del tiempo libre, de la estad¨ªstica del comportamiento; crean puentes para que, en vez de confluir los feriantes a Madrid, salgan de la ciudad. Otros tiempos.
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