Tontas
Somos tontas. Me refiero a las mujeres. Somos tontas. Pongamos un ejemplo: el ¨²ltimo n¨²mero de La Luna contiene unas interesantes entrevistas con dos pintores j¨®venes, Pilar Insertis y Jes¨²s Mar¨ªa Lazkano. El entrevistador, que es var¨®n y el mismo para los dos artistas, le dice a Pilar un par de veces que sus cuadros son bastante malos, aunque, en fin, en conjunto es una chica que promete; todo esto en un tono adecuadamente paternal que dudo mucho que hubiera empleado con un hombre. De hecho, a Lazkano le pregunta cosas sensatas y no entra en descalificaciones sorprendentes. Pues bien, Pilar se somete a esa actitud chinchante, y en vez de dar un corte sandunguero al periodista le concede m¨¢s o menos la raz¨®n: es que estoy aprendiendo a pintar, viene a decir ella humildemente. Que s¨ª, querida Pilar, que somos tontas. Y lo digo con la certidumbre nacida de una pr¨¢ctica muy larga en la tontuna.Mantengo la teor¨ªa de que las mujeres, educadas en el dominio de lo ¨ªntimo, de lo sentimental, de lo dom¨¦stico, padecemos unas inseguridades enfermizas con respecto al mundo exterior, es decir, al del trabajo. Y que los hombres, que son due?os y se?ores del mundo exterior, se sienten patol¨®gicamente inseguros en lo relativo a su intimidad y sus sentimientos. Total, un verdadero l¨ªo. A nosotras, mujeres profesionales, se nos est¨¢ recordando constantemente que el terreno laboral nos es ajeno; por eso transitamos de puntillas, pidiendo perd¨®n a todo el mundo. Ah¨ª vamos, con el saquito del trauma cargado al hombro, modestas como lirios del campo y discretas como v¨ªrgenes b¨ªblicas. Porque as¨ª, adoptando la sumisi¨®n tradicional de la doncella, nos creemos quiz¨¢ m¨¢s protegidas.
Basta ya de esa humildad profesional tan m¨®rbida que no es una virtud sino un grillete: si queremos ser tratadas como personas tendremos que abandonar ese apocamiento de chiquillas. Hay que aprender a ser orgullosas, soberbias, arrogantes, altivas. De ahora en adelante me voy a repetir que soy maravillosa varias veces al d¨ªa.
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