Una nueva concepci¨®n sobre el amor
El amor es un negocio privado, el m¨¢s importante, serio y grave de nuestras vidas. Amar supone una donaci¨®n de s¨ª que puede llegar hasta la p¨¦rdida del yo. De aqu¨ª el temor que inspira siempre el nacimiento de un sentimiento amoroso. Proust, por su naturaleza volcada hacia dentro e inclinado a la interiorizaci¨®n anal¨ªtica de todos sus estados de ¨¢nimo, no corri¨® jam¨¢s el peligro de disolverse en la esencia de otro. Naturalmente que am¨®, y con profundidad, pero sin salir nunca de su continente ¨ªntimo, reflexivo."El amor", dec¨ªa, "es un fen¨®meno subjetivo, une sorte de cr¨¦ation de una persona suplementaria distinta de la real, y cuyos elementos nacen de nosotros mismos". En la playa de Balbec, desde una terraza, contempla el espect¨¢culo de un grupo de muchachas en flor. Una de ellas, Albertina, llama su atenci¨®n por la orgullosa lejan¨ªa de que hace gala. Intentar¨¢ llegar a saber qui¨¦n es, y as¨ª comienza el amor. Albertina, una forma pasajera del deseo y de su pensamiento, le despierta una gama de sentimientos alternativos, complicados, a veces incoherentes, que le llevan a definirla: "Es el centro generador de una inmensa construcci¨®n que pasaba por el plan de mi coraz¨®n". Sin embargo, tan poca atenci¨®n prestaba a la verdadera realidad de Albertina que sus ojos unas veces eran negros y otras se convert¨ªan en azules, como se?ala Floris Delattre en su estudio sobre la psicolog¨ªa proustiana. En esta forma de amar no hay peligro de que se disuelva el yo en el otro, porque ¨¦ste no existe como realidad objetiva. S¨®lo el misterio del ser que ama hiere a Proust como una ansiedad permanente: "Llamo amor a una tortura rec¨ªproca". La inquietud que sufre le revelan nuevas y desconocidas im¨¢genes de Albertina.
Misterio ¨²ltimo
Esta b¨²squeda dolorosa de su verdadero ser crear¨¢ perspectivas cada vez m¨¢s desconcertantes. Y aunque llega a encerrarla en su casa "para poseerla definitivamente", cuenta en La prisionera, no lograr¨¢ desvelar su misterio ¨²ltimo. Los celos, ansiedad suprema, es lo ¨²nico que reaviva su amor cuando parece apagarse en el desconcierto. A trav¨¦s de esta angustia de conocimiento apunta Proust la trascendencia objetiva del otro; pero como se mantiene cerrado en s¨ª mismo, s¨®lo vive el amor fragment¨¢ndolo en vivencias ¨ªntimas.
Admitiendo que el amor es terriblemente peligroso, ?por qu¨¦ deseamos entregarnos a ¨¦l? Hegel describe la dial¨¦ctica del amor en dos momentos: el primero consiste en que no estamos satisfechos con nuestro ser y nos sentimos incompletos, inacabados; en el segundo nace la necesidad de completarse y afirmarse a trav¨¦s de otro ser. Pero el problema del amor radica en que la plenitud a que aspira s¨®lo se obtiene por la negaci¨®n o anonadamiento de s¨ª, tentativa en la que podemos desintegramos, dejar de ser nosotros mismos. Por el contrario, el optimismo pascaliano afirma que el amante no yerra ni se enga?a nunca, pues el coraz¨®n tiene sus propias razones. Tambi¨¦n Max Scheler, en su obra Liebe und Erkenntnis, sostiene que no hay peligro de perderse en el amor porque nunca es ciego, pues el que ama tiene una intuici¨®n clara de los valores del otro, que permanecen ocultos para los dem¨¢s.
Este racionalismo sentimental es, parad¨®jicamente, irracional, porque no analiza la persona que se ama; no duda, como Proust; no la padece ni sufre una verdadera pasi¨®n por ella. Este amante confiado y creyente no vive el amor realmente como ofrenda y tampoco se entrega totalmente al otro, sino que lo mide, lo estima en sus justos valores.
Los celos
Hemos dicho que s¨®lo a trav¨¦s de la tortura de los celos adquir¨ªa Albertina una presencia objetiva. Pero fue necesario que Proust alcanzase la cima del intenso desgarramiento o negaci¨®n de s¨ª, sin lograr afirmarse ni obtener su validez definitiva por el amor. As¨ª, sin entregarse ni salir de s¨ª mismo, se desgarra, se disuelve ¨ªntimamente, sin encontrar en Albertina el sosiego y la seguridad de su propia realidad objetiva. Veamos c¨®mo llega Proust a una conciencia desesperada del amor subjetivo. En la primera versi¨®n de Albertine disparue, el protagonista recibe un telegrama de madame Bontemps comunic¨¢ndole que Albertina ha ca¨ªdo del caballo durante un paseo. En la nueva versi¨®n se precisa el lugar de ese paseo, "au bord de la Vivonne", un r¨ªo que fluye del lado de Guermantes. Esta simple localizaci¨®n tiene para Proust una significaci¨®n profunda y cambia el eje de la obra: "Estas palabras, au bord de la Vivonne, a?aden algo m¨¢s atroz a mi desesperaci¨®n". S¨ª, porque se le revel¨® tard¨ªamente que Albertina minti¨® siempre sobre s¨ª misma; mejor dicho, descubre que hab¨ªa amado a un ser sin conocerlo realmente. Con esa raz¨®n anal¨ªtica burguesa, que horrorizaba a Sartre, constru¨ªa hip¨®tesis, la hac¨ªa espiar por amigas comunes, la aprisionaba; pero todo fue en vano, ya que nunca logr¨® conocer la verdadera faz de su personalidad. Quiz¨¢ la profunda ligaz¨®n que le un¨ªa a su madre le impidi¨® salir de s¨ª mismo para buscar al otro. Tuvo que ser, pues, atroz descubrir que s¨®lo hab¨ªa amado una sombra, una proyecci¨®n de s¨ª mismo.
En definitiva, es la pasi¨®n (los celos, las sospechas) que hace fracasar el amor subjetivo, por m¨¢s intensa y hondamente que se le viva, al manifest¨¢rsele al amante la materialidad objetiva de la persona amada, su existencia independiente. Proust supo descubrir esta verdad, y poco antes de morir, en 1922, corrigi¨® Albertine disparue, procediendo a cortes significativos que modifican el sentido de la obra y cambian por completo su concepci¨®n del amor.
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