La locura de 1929 se repite
La historia se repite en asuntos financieros, por una especie de sofisticada estupidez. En los meses y a?os que precedieron al gran crash de 1929 hab¨ªa una gran cantidad de personas e instituciones dispuestas a comprar en la bolsa simplemente porque estaba subiendo, pensando en liquidar antes de que bajara. Lo mismo ha pasado en los ¨²ltimos meses.Lo que ha sucedido no nos da una idea muy precisa de lo que pudiera ocurrir en la econom¨ªa americana o en la mundial. El factor dominante fue la codicia, que se transform¨® s¨²bitamente en miedo -el fin de la euforia especulativa-; el deseo de estapar de las personas e instituciones que hab¨ªan seguido al mercado mientras estuvo en alza, y el miedo que se origin¨® inmediatamente cuando el mercado empez¨® a bajar.
La locura de los a?os veinte
En la d¨¦cada de los veinte hubo un grupo de hombres que pensaron que su genio les hab¨ªa dado el dominio de los mercados financieros. Y nacieron nuevos instrumentos financieros que se pens¨® que eran particularmente maravillosos: las pir¨¢mides de ferrocarriles y servicios p¨²blicos en manos de los grandes trustes y holdings.
El presidente del Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata escribi¨® por entonces un famoso art¨ªculo en el que afirmaba que todo el mundo deb¨ªa ser rico, proponiendo la creaci¨®n de un tipo especial de instrumento de inversiones en el que las masas pod¨ªan invertir sus salarios, obteniendo los beneficios de la milagrosa bolsa: nadie que observe aquel per¨ªodo puede dudar del nivel de locura al que se lleg¨® entonces.
Hemos asistido en los dos ¨²ltimos a?os a una repetici¨®n del fen¨®meno. El p¨²blico compraba porque el mercado sub¨ªa, pensando en liquidar antes de que bajara. Sufrimos la locura de las adquisiciones y de las fusiones. Y hemos tenido una nueva generaci¨®n de especuladores de inversiones, la mayor¨ªa en las grandes firmas del ramo, que persuadieron a muchas mentes d¨¦biles de que hab¨ªan llevado nuevos genios a Wall Street. Nadie se crey¨® esto tanto como aquellos mismos j¨®venes. En octubre de 1987, al igual que en octubre de 1929, descubrimos hasta qu¨¦ punto las gentes creyeron ciegamente en el mito del mercado.
Tan s¨®lo podemos hacer suposiciones sobre el futuro inmediato. Creo que la burbuja ha reventado, sobre todo en lo que respecta a las compa?¨ªas con escasa financiaci¨®n. Pese a la peque?a recuperaci¨®n del mercado tras el crash del primer lunes negro no se volver¨¢ a operar en gran escala con aquellas peque?as compa?¨ªas que han sido el orgullo y la alegr¨ªa de las inversiones de riesgo.
Una vez que esto se haya solucionado no correremos el peligro de otro hundimiento de la bolsa en fecha pr¨®xima. La memoria financiera dura unos 10 a?os. ?ste es aproximadamente el intervalo entre un episodio de sofisticada estupidez y el siguiente. As¨ª, no tenemos que preocuparnos por los pr¨®ximos 10 a?os.
La Administraci¨®n de Reagan es la principal responsable de los desastres de la pasada semana. La mayor parte de la culpa se debe a dos grandes innovaciones. La primera fue la extraordinaria idea de que se pod¨ªan obtener grandes aumentos de ingresos con grandes deducciones de impuestos. Esto produjo un d¨¦ficit sin parang¨®n en el presupuesto p¨²blico y coloc¨® una gran cantidad de dinero especulativo en las manos de gentes que lo invirtieron en bolsa.
La segunda gran contribuci¨®n de la Administraci¨®n de Reagan fue su experimentaci¨®n con el monetarismo -con las ideas de mi amigo el profesor Milton Friedman. El haber recurrido al monetarismo en el principio de esta d¨¦cada produjo muy altas tasas de inter¨¦s, un d¨®lar muy caro en los mercados de cambio y subsidi¨® las importaciones de Jap¨®n, Corea y otros pa¨ªses. Su resultado fue un continuo y alto d¨¦ficit comercial. Esto tuvo un particular efecto la semana pasada, porque los d¨®lares que Jap¨®n y otros pa¨ªses hab¨ªan ganado, o al menos una parte importante de los mismos, se hab¨ªan invertido en valores americanos y estaban sometidos a una doble inseguridad: la de lo que pod¨ªa ocurrir en el mercado y la de lo que pod¨ªa suceder con el d¨®lar.
La tercera responsabilidad de la Administraci¨®n, aparte de creer que Dios es republicano y por ello no hay que prever ning¨²n peligro, vino de los comentarios de James Baker, secretario del Tesoro, afirmando que era posible que se dejara descender a¨²n m¨¢s las cotizaciones del d¨®lar. Esto produjo una inseguridad predecible en los japoneses y dem¨¢s inversores y contribuy¨® a una mayor aceleraci¨®n en la liquidaci¨®n de los valores.
Y ahora vamos a la cuesti¨®n principal. ?Cu¨¢les ser¨¢n sus efectos futuros? Creo que tendr¨¢ un efecto depresivo en el mercado inmobiliario, en el mercado de bienes de consumo de alto precio, algo en las inversiones y alg¨²n efecto secundario sobre el paro.
Una posible recesi¨®n en Estados Unidos tendr¨ªa mayores y m¨¢s r¨¢pidos efectos mundiales que la de los a?os treinta. Entonces Estados Unidos era un elemento relativamente poco importante del comercio internacional. Ahora tiene un papel mucho mayor. Sin embargo, no creo que las consecuencias sean tan adversas como las que siguieron a 1929.
En todas las econom¨ªas del mundo, incluyendo la de EE UU, hay una responsabilidad del Estado para mantener el nivel de empleo, el de producci¨®n y el crecimiento econ¨®mico. Adem¨¢s el moderno Estado providencia cuenta en sus estructuras con numerosos dispositivos de seguridad.
Algunas personas, asociadas con los Gobiernos americanos y brit¨¢nicos, hab¨ªan deseado librarse de esta estructura de apoyo en beneficio del mercado libre. Creo que hemos tenido la suerte de que no tuviera ¨¦xito.
Tenemos que liberarnos de los dogmas de la Administraci¨®n de Reagan, y en particular de la idea de que la ret¨®rica puede sustituir a la acci¨®n y de que Dios cuidar¨¢ siempre a los Gobiernos conservadores. Hemos tenido un irresponsable keynesismo en los ¨²ltimos a?os de la Administraci¨®n de Reagan, que ha socavado tanto la confianza de este pa¨ªs como la mundial. No lo digo con iron¨ªa. Keynes, desde donde est¨¦, nos estar¨¢ mirando y debe estar maravillado de lo que la Administraci¨®n de Reagan estaba haciendo en su nombre.
Tenemos que terminar con el d¨¦ficit presupuestario. Parte de esto se puede realizar eliminando el absurdo exceso de los gastos militares, incluyendo, entre otras cosas, la guerra de las estrellas. Si es necesario aumentar impuestos, yo lo har¨ªa en las rentas superiores. No creo en la doctrina Reagan-Thatcher de que los ricos no han estado trabajando porque tienen demasiado poco dinero, mientras que los pobres no lo hacen porque tienen demasiado.
Se dice que la informatizaci¨®n de los mercados ha ayudado a lo que ha sucedido. No estoy de acuerdo. La tecnolog¨ªa moderna difunde el desastre algo m¨¢s r¨¢pidamente, pero no es demasiado importante.
Me han preguntado con frecuencia cu¨¢les han sido los efectos de los cambios registrados en la direcci¨®n del Banco Central americano, el de la Reserva Federal. No creo que hayan tenido ninguno. Le pedir¨ªa a todo el mundo que pusiera en duda la idea m¨ªtica que se hace de los banqueros importantes.
El efecto futuro
Pienso que hemos acabado el ¨²ltimo cap¨ªtulo de la doctrina econ¨®mica de Reagan y que lo sucedido tendr¨¢ un fuerte efecto negativo sobre las perspectivas de ¨¦xito de los republicanos y contribuir¨¢ mucho a mejorar las de los dem¨®cratas. Tras el crash de 1929 no volvimos a tener un presidente republicano hasta 1953, y espero que la Administraci¨®n de Reagan y su pol¨ªtica, o falta de ella, sean consideradas fuertemente responsables de lo que ha sucedido. Robert Dole, uno de los aspirantes a la presidencia, est¨¢ buscando distanciarse de Reagan de una manera evidente.
La combinaci¨®n del asunto Ir¨¢n-Irak, las desventuras en el golfo P¨¦rsico y ahora esto son los cap¨ªtulos finales de la obra de Reagan.
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