La superstici¨®n monetaria
?C¨®mo y de qu¨¦ forma invierten los empresarios? ?De qu¨¦ forma se recupera r¨¢pidamente la econom¨ªa de un pa¨ªs? Abaratando el dinero. El precio del dinero es el inter¨¦s. Como las patatas, cuando son abundantes el precio baja. Luego, si se fabrica dinero con prudente abundancia, el precio del dinero baja, y al bajar el inter¨¦s los empresarios invierten. Esto lo saben muy bien el peque?o tendero de ultramarinos y el gerente de una multinacional.Cada pa¨ªs o cultura tiene su mitolog¨ªa propia, su acervo de creencias peculiares, sus miedos o, si se quiere, su neurosis. No s¨¦ si lo dec¨ªa Yourig, el psicoanalista, que la humanidad tiene, si no un cerebro com¨²n, s¨ª un subconsciente com¨²n, con una serie de s¨ªmbolos que son iguales pr¨¢cticamente a todos, desde el hombe primitivo al hombre moderno, desde un chino a un americano. El sol, el agua, etc¨¦tera, son esa serie de lugares comunes de la mente universal. Junto a ellos se encuentra la superstici¨®n monetaria. El deseo de dinero y el miedo al mismo.
?Por qu¨¦ miedo al dinero? Porque el dinero suele generar inflaci¨®n. Se podr¨ªa decir que desde Keynes y el espa?ol Bern¨¢cer (1922) el dinero suele generar tambi¨¦n producto nacional o riqueza real. El temor a la inflaci¨®n tiene ra¨ªces hist¨®ricas y pr¨¢cticamente casi todos los gobernantes han sabido que existe una relaci¨®n mec¨¢nica entre imprimir billetes y la subida de los precios. Sin embargo, si no se imprimen billetes no se puede crear riqueza ni generar empleo. ?Con qu¨¦ nos quedamos?
Milton Friedman ha demostrado la relaci¨®n estad¨ªstica, casi l¨®gica, entre la cantidad de dinero y el nivel de precios. Su an¨¢lisis, que no es nuevo, lo ha demostrado abrumadoramente. En nuestro siglo de oro tambi¨¦n lo analiz¨® nuestro Tom¨¢s de Mercado. No ofrece duda esta relaci¨®n. La luz es potente, el sol de la evidencia se ha centrado encima mismo de los cerebros de los cient¨ªficos. Pero no olvidemos que la luz intensa, m¨¢s que iluminar, deslumbra, y cuando se est¨¢ deslumbrado se mira mal.
Las cosas creemos que ocurren de la siguiente forma: los monetaristas piensan que la econom¨ªa se encuentra en pleno empleo, o al menos tiende hacia esa situaci¨®n. Por tanto, cualquier aumento de la demanda, ayudado por un aumento en la cantidad de dinero, superar¨¢ a esa oferta de pleno empleo. La oferta no podr¨¢, a corto plazo, satisfacer ese aumento de la demanda mediante aumentos en la producci¨®n (ya que est¨¢n trabajando al l¨ªmite de sus posibilidades), y s¨ª mediante una subida de los precios. Un mayor dinero generar¨¢ una mayor inflaci¨®n. Esta afirmaci¨®n es, pues, l¨®gica.
?Es v¨¢lida esta afirmaci¨®n para el caso de una econom¨ªa que no se encuentra en pleno empleo, o que al menos no tienda r¨¢pidamente hacia ¨¦l? Puede que s¨ª. Esto ocurre cuando las autoridades monetarias crean dinero arr¨ªtmica y discontinuamente o sencillamente cuando lo crean masivamente.
La pol¨ªtica fiscal
Entonces sucede que se desorganiza el mercado monetario, oscila caprichosamente el inter¨¦s y los precios relativos cambian r¨¢pidamente. Ante tanta incertidumbre, los empresarios mantienen r¨ªgida la producci¨®n, aun estando lejos del pleno empleo. Como es el caso que la oferta monetaria ha aumentado, habr¨¢, pues, m¨¢s dinero sobre una producci¨®n que se mantiene constante. El mercado se equilibra subiendo los precios. No es el caso de Espa?a y s¨ª el de pa¨ªses con hiperinflaciones o inflaciones salvajes.
?stos son casos de inflaciones con desocupaci¨®n y que no son m¨¢s que inflaciones de demanda; aunque digan lo contrario los textos de macroeconom¨ªa, pueden generarse por el abuso de la pol¨ªtica fiscal . ?sta, la pol¨ªtica fiscal, trata de estimular la demanda mediante la disminuci¨®n de impuestos y/o aumentos del gasto p¨²blico. En este ¨²ltimo caso, que se practica como medida antidepresiva, genera perturbaciones en el mercado de bienes.
?C¨®mo se realiza esta perturbaci¨®n? De la siguiente forma: la pol¨ªtica fiscal trata de conceptos como demandas sumas o totales, o dicho m¨¢s t¨¦cnicamente, demandas agregadas. Lo propio ocurre con la oferta agregada. Lo que realmente existe es la demanda del se?or P¨¦rez o L¨®pez y la oferta de la tienda de calcetines o de la General Motors. Esa oferta se encuentra dirigida por un ser humano racional.
Y frente a la oferta se encuentra Leviat¨¢n. Torpe, herc¨²leo y descerebrado, Leviat¨¢n gasta. ?C¨®mo gasta? Irregular, intensa y, sobre todo, atropelladamente. Gasta aqu¨ª y gasta all¨ª. Gasta mucho, much¨ªsimo y discontinuamente. Adquiere productos y servicios glotona e imprecisamente. Quiere esto decir que enloquece el mercado, pues nadie sabe lo que quiere y, lo que es m¨¢s importante, lo que va a desear.
La cosa es f¨¢cil. Los gastos de Leviat¨¢n o sus deseos no son reflejo transitivo de los gastos de los consumidores. La oferta se desconcierta. La incertidumbre, como una niebla, se apodera del mercado, y esos oferentes, aun estando en desocupaci¨®n de sus factores productivos y a pesar de aumentar la demanda en la medida del gasto del sector p¨²blico, paralizan la producci¨®n. Dicho sea con otras palabras, se comportan como si estuvieran en pleno empleo, encontr¨¢ndose como se encuentran en desocupaci¨®n. Como la demanda es superior a la oferta, el resultado es la inflaci¨®n de demanda con subempleo.
La soluci¨®n es monetarista. Parad¨®gicamente monetarista. Hay que aumentar la oferta monetaria de forma regular, constante y sosamente, pero, a diferencia de los monetaristas, este aumento, que siempre debe ser regular, debe ser m¨¢s intenso. ?Cu¨¢nto? Lo suficiente como para que descienda el inter¨¦s y permanezca en ese estado.
Hay que luchar contra esa superstici¨®n monetaria que tantos perjuicios ha tra¨ªdo a la humanidad. Es la superstici¨®n monetaria, que, a fuerza de repetirse siglo tras siglo, se ha convertido en gen¨¦tica. Si no hay m¨¢s dinero no se puede invertir ni crear riqueza, y ese dinero debe encontrarse mejor en el bolsillo de alguien en concreto que en los bolsillos gigantes del monstruo de Hobbes.
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