Historia cansada
El guionista de La casa de Carroll Street lo es tambi¨¦n de The front, la pel¨ªcula de Martin Ritt que restituye el clima vivido dentro de la industria del espect¨¢culo durante el apogeo de la paranoia anticomunista comandada por el senador Mac Carthy. En este filme de Peter Yates reencontramos la ¨¦poca y la mec¨¢nica de la caza de brujas, pero ahora las v¨ªctimas no son actores, guionistas o directores de cine y televisi¨®n, sino una robusta muchacha (Kelly McGillis) que trabaja en la revista Life como responsable de la secci¨®n de ilustraciones.Si la hero¨ªna es an¨®nima e inventada, tambi¨¦n lo es la trama, que le debe mucho m¨¢s a Hitchcock que a la cr¨®nica de hechos reales. Kelly McGillis es un personaje parecido a Cary Grant en Con la muerte en los talones, con la diferencia e inconveniente de que no se pasa el filme huyendo de no sabemos qu¨¦ extra?a organizaci¨®n, sino persiguiendo e investigando un grupo cuyo aspecto fisico les condena a simpatizar con los nazis.
La casa de Carroll Street
Director: Peter Yates. Int¨¦rpretes: Kelly McGillis, Jeff Daniels, Mandy Patinkin, Jessica Tandy, Jonathan Hogan, Remak Rarnsay y Ken WeIsh. Gui¨®n: Walter Bernstein. Fotograf¨ªa: Michel Ballhaus. M¨²sica: Georges Delerue. Estadounidense, 1987. T¨ªtulo original: The house on Carroll Streel. Estreno en Madrid: cines Capitol, La Vaguada y Minicine.
El embrollo, una vez utilizado Mac Carthy como pretexto de desgracias, arranca sumando una casualidad -Mandy Patinkin posee el don de la ubicuidad, incluso contra sus deseos- al hallazgo de La ventana indiscreta. Desde su observatorio de voyeur, la protagonista contempla a unos nazis que esperan en Nueva York antes de emprender viaje para encontrarse con sus colegas de Encadenados.
Lo cierto es que La casa de Carroll Street empieza de forma prometedora: mostrando c¨®mo una instituci¨®n democr¨¢tica -en este caso, una comisi¨®n del Senado- puede ponerse al servicio de ideales parafascistas, algo as¨ª como una r¨¦plica moderada a esas elecciones que consagraron a Hifier como el primer dictador salido de las urnas.
Exigencias de la ficci¨®n
Luego, en seguida, surgen las exigencias de la ficci¨®n y ¨¦stas no logran reconciliarse -tal y como s¨ª suced¨ªa en algunas cintas de finales de los cuarenta- con las de la informaci¨®n hist¨®rica o las de una m¨ªnima reflexi¨®n. Y la ficci¨®n se nos aparece cansada, rutinaria, empe?ada en repetir clich¨¦s.No basta el cuidadoso trabajo del director art¨ªstico, ni los impresionantes decorados, como el de la Grand Central Station, para dotar de verosimilitud a un relato apoltronado en esquemas policiacos avejentados.
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