La econom¨ªa mundial despu¨¦s de las elecciones norteamericanas
La opini¨®n de Europa y de la cuenca del Pac¨ªfico, centro de mis encuestas, estaba a favor del republicano George Bush como presidente. ?Por qu¨¦ no, si se han visto beneficiadas por el d¨¦ficit de la balanza de pagos de Estados Unidos, fomentado por los reaganomies?Todos tienen raz¨®n al esperar de la Administraci¨®n de Bush un proteccionismo ligeramente inferior al que encontrar¨ªan en una Administraci¨®n sensible al electorado-dem¨®crata, formado por trabajadores de la industria, afiliados o no a los sindicatos. M¨¢s vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Como dijo Oscar Wilde, "a veces s¨®lo hay una cosa peor que no alcanzar lo que anhelas: conseguir tus deseos". Cualquier observador extranjero, y para el caso cualquier experto nacional, se equivoca si da cr¨¦dito a la opini¨®n actualmente en boga.
Tras las elecciones, los norteamericanos estamos a punto de enfrentarnos a los fantasmas del d¨¦ficit presupuestario y del d¨¦ficit de la balanza de pagos, que constituyen el legado de la era de Reagan y estamos a punto de vencerlos.
Perm¨ªtanme explicar los motivos que me llevan a criticar la creencia de que el nuevo presidente y el nuevo Congreso tendr¨¢n que rectificar su rumbo. Mi diagn¨®stico esclarecer¨¢ el porqu¨¦ de la liquidaci¨®n de t¨ªtulos y bonos en Wall Street al d¨ªa siguiente de la victoria electoral de su candidato favorito. Esto les ayudar¨¢ a comprender la depreciaci¨®n del d¨®lar acaecida a mediados de noviembre y las probables depreciaciones que sobrevendr¨¢n en el futuro, una vez que el Grupo de los Siete haya despilfarrado cerca de 10.000 millones de d¨®lares en un pat¨¦tico intento de defender lo imposible y fijar unos tipos de cambio similares a los del pasado verano.
Los optimistas dicen que los electores tienen lo que se merecen. Los pesimistas temen que los optimistas est¨¦n en lo cierto. Como dijo Pogo: "Hemos conocido alenemigo; y el enemigo somos nosotros".
El discurso del d¨¦ficit
Ning¨²n candidato trajo a colaci¨®n el tema de la econom¨ªa, y sus asesores econ¨®micos fueron obligados a guardar silencio. ?sta fue una estrategia te¨®rica razonable por parte de Bush y de Dukakis. Los votantes ense?aron a los aspirantes a la presidencia que los discursos sobre el d¨¦ficit estructural presupuestario y sobre el d¨¦ficit cr¨®nico de la balanza de pagos, que est¨¢n convirtiendo a Estados Unidos en la naci¨®n m¨¢s endeudada del mundo, eran un arma de doble filo.
La pol¨ªtica fiscal norteamericana se encuentra en un punto muerto. No obstante, debo insistir en que no se trata b¨¢sicamente de un punto muerto entre el presidente y el Congreso, sino de un punto muerto a nivel del hombre de la calle.
En cada uno de nosotros hay un Reagan y un O'Neill. A todos nos gusta que bajen los impuestos, pero al mismo tiempo insistimos en temas tales como la seguridad social, los programas sanitarios, los gastos de defensa, los seguros bancarios, los subsidios agr¨ªcolas y las subvenciones para los parados, para los minusv¨¢lidos y para la tercera edad.
En la vida real, la historia no finaliza con la jornada electoral, despu¨¦s de la cual todos viviremos felices para siempre. Clausewitz insist¨ªa en que la guerra es una diplomacia llevada por otros derroteros, y lo mismo sucede con la paz.
Soy consciente de que las promesas se hacen para no cumplirlas, pero no se puede esperar de Bush que en el -primer a?o de su mandato apruebe un aumento de los impuestos. En sus plegarias nocturnas deber¨ªa rogar que la oposici¨®n se pusiese firme, oblig¨¢ndole por la fuerza a fiegar a alg¨²n tipo de compromiso que contribuyese a superar el punto muerto.
El doctor Michael Boskins, reclutado en Stanford para asesorar a Bush sobre temas econ¨®micos, sabe que la actual econom¨ªa norteamericana de pleno empleo no podr¨¢ superar el d¨¦ficit estructural: esto conllevar¨ªa unas tesas de crecimiento anual del 3,5% al 4,5% a lo largo de un lustro; en cambio, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, sabe que una tasa constante superior al 2,5% anual disparar¨ªa nuevamente la inflaci¨®n.
Wall Street es consciente de que proseguir con la demencial econom¨ªa de oferta de Reagan, ser¨ªa nefasto para el mercado de bonos y, probablemente, para el mercado de valores.
Lo que se sabe en Nueva York se sabe en Londres y en Tokio, al igual que en Francfort, Z¨²rich, Madrid y Singapur.
Por tanto, estamos de acuerdo en que el d¨¦ficit presupuestario no se va a resolver por s¨ª mismo. ?Qu¨¦ suceder¨ªa si aceptan mi diagn¨®stico de que la opini¨®n p¨²blica, primero, no coaccionar¨¢ a la Casa Blanca para que acepte de golpe los nuevos impuestos y, segundo, de que no coaccionar¨¢ al Congreso para que acepte una reducci¨®n draconiana en los gastos? Mi ¨²nica conclusi¨®n es ¨¦sta.
Afortunadamente, nuestra probable incapacidad para emprender algo m¨¢s que una acci¨®n simb¨®lica contra el d¨¦ficit presupuestario y de la balanza de pagos no implica necesariamente que se produzca una recesi¨®n en 1989 o que en ese mismo a?o se desencadene una inflaci¨®n de dos cifras en los precios.
El fantasma acechante de las reaganomi¨¦s -una Am¨¦rica poco ahorradora que aumenta gradualmente su endeudamiento exterior- se presenta como una calamidad m¨¢s llevadera para nosotros y para los extranjeros. ?sa es la raz¨®n de su insidia y, por desgracia, la raz¨®n de que probablemente se mantenga durante gran parte del primer mandato del nuevo presidente.
?Podr¨¢ aguantarlo el mundo? Me temo que tendr¨¢ que hacerlo, y creo que lo conseguir¨¢.
Traductora: Esther Rinc¨®n.
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