Maestro
No hace falta decirlo. D¨¢maso Alonso (Madrid, 1898) represent¨® a una ¨¦poca y form¨® al menos a tres generaciones de poetas espa?oles. Su nombre figur¨® ya (junto a los de Pedro Salinas, Jorge Guill¨¦n, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Federico Garc¨ªa Lorca, Rafael Alberti o Luis Cernuda, por citar s¨®lo a los m¨¢s celebrados) en la hoy m¨ªtica antolog¨ªa que publicara, en 1932 (2? edici¨®n en 1934), el poeta Gerardo Diego, y que contribuir¨ªa decisivamente a la mejor definici¨®n e identidad de lo que hoy conocemos un¨¢nimemente como Generaci¨®n del 27. Por entonces no hab¨ªa escrito m¨¢s que un par de libros de poemas y algunos ensayos sobre G¨®ngora (en 1927 se hab¨ªa celebrado el tercer aniversario de la muerte del autor de Soledades), que hab¨ªan sido suficientes para. granjearle una indiscutible reputaci¨®n cr¨ªtica. Faltaban a¨²n 10 a?os para la aparici¨®n de su estudio sobre san Juan de la Cruz (un m¨ªstico olvidado al que Men¨¦ndez Pidal adjetivara de "ang¨¦lico", cit¨¢ndole de pasada, al socaire de fray Luis, y que sal¨ªa as¨ª de un silencio que hab¨ªa durado ya 300 a?os).Disc¨ªpulo de Men¨¦ndez Pidal (al que suceder¨ªa como director de la Real Academia de la Lengua) en el Centro de Estudios Hist¨®ricos, D¨¢maso Alonso publicaba, en 1944, el Ebro titulado La poes¨ªa de san Juan de la Cruz (el cuarto centenario de su nacimiento se hab¨ªa celebrado en 1942), ensayo que situaba con claridad al benedictino como al poeta l¨ªrico quiz¨¢ m¨¢s importante de nuestra historia y que, si algunos juzgaron entonces (y despu¨¦s) como estudio "definitivo", hoy, cerca ya del cuarto centenario de la muerte del doctor m¨ªstico, juzgar¨ªamos de otra manera, tal vez un tanto deslumbrado frente a la imposibilidad de acceder al universo m¨ªstico desde instrumentos literarios, pero al que no puede restarse un m¨ªnimo de su importancia hist¨®rica.
A ¨¦l debemos la primera versi¨®n espa?ola del Retrato del artista adolescente, de James Joyce, en 1926, que fue un Ebro que conmocion¨® a los entonces futuros auto res. Tambi¨¦n tradujo poemas de Eliot y de Hopkins. Pero es en 1944, con la aparici¨®n de su poemario Hijos de la ira, cuando D¨¢maso Alonso se convierte no ya en un influyente cr¨ªtico, sino en un verdadero poeta cuya obra pod¨ªa (y este libro lo hizo en gran medida) transformar el paisaje de las letras espa?olas. Hab¨ªan transcurr¨ªdo casi 20 a?os desde su ¨²ltima entrega po¨¦tica, y el libro -que se?alaba a la Biblia, a un existencialismo que se quiso en su d¨ªa unamuniano y a un surrealismo redefinido como recurso po¨¦tico- sorprendi¨® a todos los que cre¨ªan que el poeta se hab¨ªa "perdido en la selva de la erudici¨®n sin posible Virgilio que de ella le sacara" (Antonio G. de Lama). All¨ª pod¨ªa leer se: "Madrid es una ciudad de m¨¢s de un mill¨®n de cad¨¢veres (seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas)", en versos cuyo tono a¨²n es moderno. Y si no, recu¨¦rdese este otro: "Me est¨¢n doliendo extraordinaria mente los insectos". El prodigio en cualquier caso, no volvi¨® a repetirse, y, en Espa?a, ya se sabe, olvidamos muy pronto estos libros solitarios. Hacemos mal.
?l dijo, en su momento, la palabra m¨¢s alta sobre poetas como Alberti, tambi¨¦n sobre Aleixandre ("?Qu¨¦ libro", dir¨ªa de Sombra del Para¨ªso, "tan agrio, revuelto, duro, supurado, veteado, l¨ªvido, rosado, beat¨ªfico, arcang¨¦lico!"), Guill¨¦n, Prados, Salinas. Y la dijo muy alta tambi¨¦n sobre aquellos a los que el tiempo hab¨ªa hecho a¨²n mayores (autoridad indiscutible en G¨®ngora, ha comentado a san Juan, Erasmo, Gil Vicente...). Sin embargo, tanto como jurado, que fue, del Adonais, cuanto como autor de centenares de art¨ªculos y rese?as, no perdi¨® nunca contacto, mientras se mantuvo en ejercicio, con la poes¨ªa m¨¢s joven. Converg¨ªan en su cr¨ªtica -y aquella era su escuela- la s¨®lida formaci¨®n del fil¨®logo que se esfuerza en el conocimiento cient¨ªfico de la obra literaria y la prosa brillante y enriquecedora del poeta que no puede nunca evitarse del todo a s¨ª mismo. No se estorbaban el uno al otro. As¨ª lo reconoc¨ªa en agosto de 1944, desde las p¨¢ginas de la hist¨®rica Espada?a, Antonio G. de Lama, uno de sus fundadores, que, al declarar lo grave de la ausencia de una cr¨ªtica po¨¦tica, profunda y documentada, no se permite m¨¢s excepci¨®n que la de D¨¢maso Alonso. Y nosotros podemos a?adir sin miedo que su influencia se prolonga, directa o indirectamente, pr¨¢cticamente hasta hoy.
Licenciado en Derecho y doctorado en Letras, fue catedr¨¢tico de las universidades de Valencia y Madrid y profesor invitado en varias europeas y americanas. Director de la Academia de la Lengua y acad¨¦mico de la de Historia. Doctor honoris causa en Hamburgo, Burdeos, Roma, Massachusetts... Premio Nacional de Literatura en 1927, Fastenrath en 1943 y Miguel de Cervantes en 1978.
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