"Barriga llena, coraz¨®n contento"
Los campesinos rusos celebran la democracia, pero temen al invierno
"Lo importante es que el pueblo tenga qu¨¦ comer. Todo lo dem¨¢s est¨¢ bien, pero si no hay alimentos da lo mismo qui¨¦n est¨¦ en el Gobierno. Claro que estamos contentos de que el golpe militar no haya triunfado y que los dirigentes comunistas est¨¦n en la c¨¢rcel, pero lo que nos preocupa es c¨®mo pasaremos este invierno... y el siguiente". Anatoly enciende un cigarrillo mientras explica con vehemencia su filosof¨ªa, que se resume en un viejo dicho ruso: "Barriga llena, coraz¨®n contento".
Tiene 45 a?os y decidi¨® hace cinco dejar la ciudad e instalarse con su familia en el campo. Vive en una aldea a 70 kil¨®metros de Leningrado, Vyra, y piensa, igual que otros cuatro campesinos que constru¨ªan una casa de madera, que tendr¨¢n que pasar por lo menos 15 a?os hasta que Rusia "sea una gran naci¨®n otra vez".La vida en el campo es todav¨ªa agradable en esta ¨¦poca del a?o. Amanece antes de las 7.00 y el sol calienta mucho durante todo el d¨ªa. A una hora en coche de Leningrado, viajando hacia el sur, se pueden encontrar innumerables aldeas de campesinos. Son grupos de casas de madera, cada una de ellas rodeada por un huerto, algunos invernaderos y peque?os establos o gallineros. All¨ª viven familias de las de antes; con tres o cuatro hijos. En la ciudad nadie puede criar m¨¢s de un ni?o, porque no hay sitio en donde tenerlos. El Estado concede nueve metros cuadrados por cada miembro de una familia y en ese espacio no es recomendable criar hijos. En el campo es otra cosa.
Vera es una mujer rusa de ojos azules que siempre ha vivido en el campo. Tiene una casa de piedra y madera que construy¨® su marido Alexandr. Entre los dos suman 100 a?os y viven con sus dos hijos, Giorki y Dimitri (23 y 21 a?os), y su hija de 16, Cathia. Cuando nos acercamos a su granja, Vera est¨¢ pensativa, sentada en la escalera de la entrada, aprovechando el intenso sol del mediod¨ªa.
No le importa hablar con periodistas, aunque se muestra t¨ªmida durante toda la conversaci¨®n y reacia a dar su opini¨®n sobre algunos temas pol¨ªticos. "Yo soy una campesina y no s¨¦ de pol¨ªtica", dice con una sonrisa nerviosa, "aunque toda mi familia y yo misma lo pasamos muy mal durante los d¨ªas que dur¨® el golpe de Estado. El coraz¨®n nos dec¨ªa que no pod¨ªa triunfar un acto de ese tipo, pero la verdad es que pasamos mucho miedo. Escuch¨¢bamos lo que dec¨ªa el alcalde de Leningrado por la televisi¨®n y las noticias que daban desde Radio Libertad. Cuando todo pas¨®, fuimos a rezar y agradecer a Dios que no hubiera permitido que el golpe triunfara".
Iconos y medallas
Vera muestra varios iconos y me dallas cuando explica que son una familia muy cristiana y que acuden juntos a rezar a una peque?a iglesia ortodoxa, a dos kil¨®metros de su casa. A lo mejor por esa educaci¨®n religiosa dice r¨¢pidamente que no se debe matar a los golpistas, como piden algunos en Mosc¨². "Lo que s¨ª se podr¨ªa hacer", dice con sonrisa p¨ªcara, "es cumplir una vieja tradici¨®n rusa por la que a los malhechores se les bajaban los pantalones en la plaza p¨²blica y se les azotaba el trasero con una vara..., eso estar¨ªa bien".
Vera tiene un caballo, una docena de gallinas, algunos conejos y bastante tierra en la que cultiva zanahorias, patatas y coles. Su marido trabaja en una cooperativa que se dedica a construir viviendas. "Aqu¨ª se vive bastante bien, aunque siempre faltan cosas", explica la campesina. "Tengo esperanza de que, con la ayuda de Dios, Rusia tenga un futuro de paz y prosperidad. Los ¨²ltimos 70 a?os han sido malos porque el comunismo ha vuelto la espalda al cielo".
Pasa de la religi¨®n a la pol¨ªtica y, como el que no quiere la cosa, Vera dice que le parece bien que haya algunos Estados que quieran ser independientes de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. "No se pueden mantener unidas las rep¨²blicas si el pueblo no quiere. Lo importante es vivir en paz". No quiere o¨ªr hablar de ayuda exterior para reconstruir el pa¨ªs o solucionar los problemas m¨¢s urgentes. "Por qu¨¦ nos tienen que ayudar desde fuera? Nuestros padres y nuestros abuelos vivieron felices aqu¨ª y nosotros podemos hacerlo igual".
Contraste de ideas
Las ideas moderadas de Vera contrastan con las de un grupo de campesinos que construye una gran casa de madera en me dio de un prado. Ninguno de los cinco pone reparos a hablar de lo que est¨¢ sucediendo en la URSS aunque uno de ellos toma la palabra una y otra vez para responder a las preguntas del periodista.
Anatoly tiene una gran barba negra y blanca, y un pelo despeinado que recuerda a los viejos rusos de la ¨¦poca de los zares. Est¨¢ muy orgulloso de haber dejado la ciudad y tener su propia casa, su terreno, vacas, pavos, gallinas, gansos... y hasta un tractor que tuvo que ir a comprar a Mosc¨². "Lo que est¨¢ pasando aqu¨ª", dice sin pens¨¢rselo demasiado, "es la historia de siempre. Vamos de un lado a otro, como un barco en medio de una tormenta. Estamos cansados de o¨ªr siempre lo mismo. Nos ofrecen muchas cosas, que luego no cumplen. Porque lo que ofrec¨ªan los golpistas no estaba tan mal, y tampoco lo que dicen ahora los dem¨®cratas. Deber¨ªan saber que lo que hay que hacer se puede contar con los dedos de una mano: destinar todo el dinero a los agricultores para que haya comida suficiente para todos, aumentar la producci¨®n de medicinas, desarrollar una industria propia y organizar un ej¨¦rcito del pueblo. Lo dem¨¢s no importa".
El grupo de campesinos escucha muy serio las recetas de Anatoly, y asiente cuando dice una y otra vez que lo importante es que el pueblo tenga qu¨¦ comer y cuenta el dicho de "barriga llena, coraz¨®n contento". Alguno de ellos se muestra m¨¢s radical cuando se les pregunta qu¨¦ habr¨ªa que hacer con los golpistas. "Matarlos. Ejecutarlos en p¨²blico", dicen dos de ellos, los m¨¢s j¨®venes. "No, qu¨¦ va", responde Veniamin, que con 50 a?os parece el mayor y tambi¨¦n el m¨¢s moderado. "No creo que se les deba matar. Ser¨ªa mejor explicarles en qu¨¦ consiste el proyecto de una Rusia democr¨¢tica y permitirles que la disfruten. Aunque, eso s¨ª, que vivan como hombres del pueblo y que aprendan lo que es no tener privilegios, sufrir y trabajar". "Estoy de acuerdo", dice Anatoly, "aunque habr¨¢ que juzgarles antes de perdonarles". El quinto campesino del grupo dice escuetamente: "Yo no les matar¨ªa, pero les pondr¨ªa entre rejas el resto de sus vidas".
Cuando se les pregunta que qui¨¦n es el mejor pol¨ªtico de la URSS, todos quieren hablar a la vez. As¨ª que organizamos una peque?a votaci¨®n, en la que Bor¨ªs Yeltsin sale victorioso, por cuatro votos a uno. Anatoly no quiere reconocer que el presidente de Rusia sea el mejor de todos y se enfada cuando los dem¨¢s dicen que la estrella de Gorbachov ya cay¨®". "No hay que olvidar", explica Anatoly, "que todo el cambio empez¨® gracias a Gorbachov. No se puede decir nada malo de ¨¦l. Aunque podamos discutir muchas de las cosas que ha hecho o dicho, ni Yeltsin, ni nadie hubieran podido gobernar este pa¨ªs en democracia". Todos asienten, aunque vuelven a decir que prefieren al presidente de Rusia. "?l par¨® el golpe", afirma Veniamin. "Si no hubiera salido a la calle y movilizado a la gente, hubi¨¦ramos vuelto a los tiempos de Stalin".
A?os de miseria
Todos coinciden en que el comunismo ha sido la causa de muchos a?os de miseria y ninguno se muestra especialmente optimista sobre el futuro pr¨®ximo.
"Nos quedan por lo menos 15 a?os de malvivir", dice Veniamin. "O m¨¢s", sentencia Anatoly, "no se arreglan las cosas de un d¨ªa para otro". Sin embargo, esa preopaci¨®n co ntrasta con las apariencias. Todos parecen Vivir muy contentos, lejos de las preocupaciones, las colas, la carest¨ªa y el hacinamiento de las grandes eltidades sovi¨¦ticas. "No se crea", dice la mujer de Anatoly, que recog¨ªa patatas junto a la casa en, construcci¨®n, "el invierno aqu¨ª es muy duro. En la ciudad sierripre se pueden encontrar la cornida o la ropa necesaria para vivir, aunque sea a precios abusivos. Pero aqu¨ª, en el carripo, no llega casi nada. Dependemos de nosotros mismos".
Los campesinos posan contentos para el fot¨®grafo, mientras encienden los cigarrillos Marlboro que ¨¦l les ofrece. Muestran su hospitalidad diciendo que pueden encender un fuego y hacer t¨¦ para todos los presentes. Pero se les ve ocupados en la construcci¨®n de la casa. Grandes troncos de madera, hachas, sierras, cuerdas... y sobre todo, mucho esfuerzo. "Hay que terminarla antes del invierno", explica uno de ellos, "luego hay qui¨¦n corte la madera". "Aqu¨ª tienen unos amigos para siempre", grita Anatoly tras las despedidas.
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