La gran conmoci¨®n
La plaza era un clamor... "?Torero, torero!" gritaba el p¨²blico hasta enronquecer, como si estuviera fuera de s¨ª... Quiz¨¢ estaba fuera de s¨ª. La casta torera de un diestro colombiano que ya fue el asombro de este mismo coso unos meses atr¨¢s, hab¨ªa provocado aquel delirio, aquella especie de locura colectiva, la gran conmoci¨®n, que abrir¨¢ uno de los m¨¢s importantes cap¨ªtulos en la historia de la tauromaquia.En realidad, nada nuevo hab¨ªa ocurrido all¨ª. Nada, que no conocieran, de sobra, los viejos aficionados. Algo de curso corriente cuando las corridas de toros eran la fiesta del arte y del valor y no esa repugnante pantomima de lidia que unos taurinos horteras tienen institucionalizada; cuando los toros embest¨ªan con la casta propia de su especie y no con la blandura ovejuna que les caracteriza en estos tiempos; cuando el toreo se practicaba variado y hondo, y no pegando derechazos hasta el hartazgo.
Sep¨²lveda / Manzanares, Rinc¨®n, Luguillano
Cuatro toros de Sep¨²lveda (dos fueron rechazados en el reconocimiento), discretos de presencia, de media casta, aborregados. 5? de Joao Moura, con trap¨ªo y casta, bronco. 6? de Murteira Grave, discreto de presencia, manso. Jos¨¦ Mari Manzanares: bajonazo y rueda de peones (silencio); pinchazo hondo trasero, rueda de peones, descabello y se acuesta el toro (peque?a bronca). C¨¦sar Rinc¨®n: pinchazo, estocada -aviso con retraso- y descabello (oreja); pinchazo, estocada ca¨ªda -aviso con un minuto de retraso y dobla el toro (oreja, petici¨®n de otra y dos clamorosas vueltas al ruedo); sali¨® a hombros por la puerta grande entre aclamaciones de "?torero!". David Luguillano, que confirm¨® la alternativa: pinchazo perdiendo la muleta, otro y estocada (vuelta); estocada corta atravesada y siete descabellos (silencio).Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. Quinta y ¨²ltima corrida de la Feria de Oto?o. Lleno de "no hay billetes".
Nada nuevo ocurri¨®... Pero hab¨ªa quienes no hab¨ªan visto jam¨¢s lo que es el toreo puro, y precisamente eso fue lo que C¨¦sar Rinc¨®n reverdeci¨® en el ruedo de Las Ventas. Las tandas de redondos a su primer toro, los pases de pecho de cabeza a rabo, los ayudados de a?ejo sabor, devolvieron a los aficionados m¨¢s antiguos las emociones vividas en su juventud, y a los nuevos les llenaron de asombro.
Ahora bien, todo ello qued¨® empeque?ecido al lado de la faena a su otro toro, un colorao muy serio de casta bronca, cuya peligrosa embestida empeor¨® en el transcurso de la desordenada brega que le dieron los peones. C¨¦sar Rinc¨®n brind¨® al p¨²blico el toro, y todo el mundo advirti¨® que all¨ª se iba a plantear una cuesti¨®n hegem¨®nica: el toro, o el torero; o mandaba el torero -y, con su triunfo, arrasaba el escalaf¨®n de matadores de arriba abajo- o mandaba el toro y entonces aquel duelo de poder a poder pod¨ªa acabar en tragedia.
Mand¨® el torero. Se dobl¨® por bajo, llev¨® el toro al platillo, lo embarc¨® por redondos lig¨¢ndolos con el de pecho, intercal¨® ayudados y pases de la firma, ensay¨® naturales de escalofr¨ªo. El toro tomaba los naturales tir¨¢ndose con aut¨¦ntica ferocidad no se sabe si a la muletilla o al hombre, y en aquellos dram¨¢ticos trances habr¨ªa ganado la partida de no ser porque C¨¦sar Rinc¨®n tom¨® bravamente el terreno que la fiera pretend¨ªa quitarle, y desenga?¨® su furia someti¨¦ndola en trincherazos de una hondura impresionante. Se dice pronto... La faena fue intensa, emocionant¨ªsima, desarrollada de principio a fin en el centro del redondel, bajo un estruendo de ol¨¦s profundos, ovaciones encendidas y gritos de "?torero!.
A muchos, esta faena les supuso la revelaci¨®n del toreo verdadero, y seguramente ya no querr¨¢n ver otro. Algunas figuras lo pudieron aprender tambi¨¦n, de paso, mas se duda de que les vaya a servir, pues para torear as¨ª -dejarse ver en el cite, traerse al toro toreado, cargarle la suerte, ligar los pases entrando en su terreno- hace falta un conocimiento profundo de las suertes, una mente despejada, un templado coraz¨®n, un valor a prueba de bomba.
En cambio, para torear fuera de cacho, con el pico, perdiendo terreno y y¨¦ndose al rabo, tal cual hace la mayor¨ªa de las figuras cada tarde y Manzanares repiti¨® ayer sin desde?ar ninguno de los alivios mencionados, no hacen falta tama?os esfuerzos. Tampoco hacen falta si sale un toro tan bueno que parece tonto, como el primero, al que Luguillano compuso una faena de filigrana y en algunos de sus pasajes hasta parec¨ªa que estaba pintando la tauromaquia al ¨®leo. Luego, cuando hubo de medirse con otro toro que de tonto no ten¨ªa un pelo, no se atrevi¨® a torear igual de bien, ni pr¨¢cticamente de ninguna manera.
Por la Puerta de Madrid sacaron a C¨¦sar Rinc¨®n, y ya es la cuarta vez consecutiva. Por cuarta vez hab¨ªa conmovido el toreo desde sus cimientos, y el p¨²blico, que le recibi¨® con una gran ovaci¨®n en recuerdo de sus actuaciones anteriores, le desped¨ªa aclam¨¢ndole hasta enronquecer. Luego, en la oscuridad de la explanada vente?a, mientras unos se abrazaban felicit¨¢ndose por la gran tarde de toros vivida, otros se pon¨ªan a torear, y aquel trincherazo sensacional con la izquierda que dibuj¨® C¨¦sar Rinc¨®n en la cumbre de su primera faena, se lo pegaban al que pasara por all¨ª, de cabeza a rabo. Y el que pasaba, lejos de encabritarse, daba las gracias. Es lo que tiene el toreo puro.
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