Maquinando con los cinco sentidos
La apuesta de Luis Lug¨¢n (Madrid, 1929) encarna un caso excepcional -y ello en m¨¢s de un sentido- dentro de la vanguardia espa?ola de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas. En primer lugar, no existe entre nosotros otro ejemplo que encaje con igual rigor y coherencia en esa veta esencial dentro del arte de nuestro siglo que, desde la labor fundacional de las exaltaciones futuristas o constructivistas y la corrosiva mordacidad del dada¨ªsmo, inaugura una f¨¦rtil meditaci¨®n po¨¦tica sobre el universo de la m¨¢quina y los fantasmas que a ¨¦l nos unen. De hecho, en un contexto tan pacato e indiferente a las v¨ªas m¨¢s radicales de la vanguardia como ha sido el espa?ol hasta hace bien poco, el sentido de la apuesta de Lug¨¢n ha determinado tanto el eco relativo como el car¨¢cter intermitente de su trayectoria p¨²blica.
Luis Lug¨¢n
Galer¨ªa Seiquer. General Arrando, 12. Madrid. Hasta el 11 de abril.
Compleja trama
Y ello a pesar de ese otro modo m¨¢s decisivo, no referido ya a su entorno circunstancial inmediato, en que, a mi parecer, la figura de Lug¨¢n ocupa un espacio de excepci¨®n. Me refiero, por supuesto, a la compleja trama que define su actitud frente a la m¨¢quina y las piezas espec¨ªficas que de ella se han ido desgranando.Surgida en unos a?os en los que el debate dominante ven¨ªa marcado de modo prioritario por una nueva oleada de entusiasmos simplistas hacia el universo mec¨¢nico e instrumental -y aun, de modo particular, a esa esfera de lo electr¨®nico con la que enlaza el mismo Lug¨¢n-, entendidos tanto como paradigma simb¨®lico y como medio, no son muchos los casos que, como el suyo, se distancian del espejismo de esa fascinaci¨®n general para enfrentarnos a una visi¨®n realmente compleja del tema. Lo que hace impecable la posici¨®n de Luis Lug¨¢n es esa ambivalencia que se establece entre el v¨¦rtigo de una iron¨ªa que alcanza incluso en ocasiones lo despiadado y una po¨¦tica de raro lirismo que entiende la fascinaci¨®n de lo maquinal de una forma muy libre, sin someterse nunca de un modo servil a su dimensi¨®n funcional, ya sea real o simb¨®lica.
En ese sentido, las piezas de Lug¨¢n son como exorcismos desde los que enfrentar a nuestros fantasmas mec¨¢nicos y electr¨®nicos. Y ello a trav¨¦s de un ritual que toma la forma de un juego y nos obliga a establecer con sus artefactos una relaci¨®n que implica a todos nuestros sentidos -desde la vista hasta el tacto, el olfato y el o¨ªdo- en la conciencia de que el discurso sobre la m¨¢quina s¨®lo es elocuente, como ya supieron los vanguardistas hist¨®ricos.
Esta nueva y apasionante muestra personal del artista madrile?o, tal vez la mejor que le recuerdo, nos brinda ejemplos inefables en un arco de met¨¢foras que conduce desde la exquisita elegancia de sus Aromas mec¨¢nicos hasta la descarnada distancia mental de Energ¨ªa por un tubo.
Pero, sin duda, el centro t¨¦rmico de la exposici¨®n se sit¨²a en la metralla que oculta una pieza como Las masturbaciones de Duchamp y los gozos de Mona Lisa, tremebundo y genial homenaje al mayor de los mec¨¢nicos mentales de la vanguardia, que rectifica el mecanismo de su ?tant don¨¦s... para obligarnos a transgredir nuestra canci¨®n de voyeurs y hacer que nos pongamos, al fin, manos a la obra.
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