Apoteosis del pianista Barenboim
La nueva y ¨²ltima actuaci¨®n en Madrid de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn dirigida por Daniel Barenboim llev¨® hasta el paroxismo el entusiasmo. de un p¨²blico que abarrotaba el Auditorio Nacional. Las razones son f¨¢ciles de comprender: se tocaba, por int¨¦rpretes egregios, m¨²sica de Beethoven. Barenboim protagonizaba el Concierto n¨²mero 1 en do mayor como solista y director, y para final retornaba la S¨¦ptima sinfon¨ªa.A pesar de su capacidad incre¨ªble para cualquier cometido musical, Barenboim parece alcanzar la cima de sus dones y saberes ante el piano. Lo demostr¨®, por en¨¦sima vez, en el concierto fresco y juvenil de Beethoven, en el que el clasicismo vien¨¦s apenas hace un quiebro hacia el futuro., Barenboim. fabrica una materia sonora preciosa, luce un juego claro y sin vanidad virtuos¨ªstica, aunque su virtuosismo sea de. primer orden y entiende las obras con rigor, atractiva expresividad y ese inexplicable valor a?adido que se tiene o no se tiene y que el pianista y director posee en grado sumo.
Madrid Capital Cultural Europea
Orquesta Filarm¨®nica de Bierl¨ªn. Director: D. Barenboim. Obras de Beethoven. Auditorio Nacional, Madrid, 4 de mayo.
En la segunda parte, la S¨¦ptima sinfon¨ªa en la menor, siempre dif¨ªcil y problem¨¢tica, fue llevada por Barenboim de una manera arrebatada, impetuosa, avasalladora. Ya dec¨ªa Furtw?ngler que el peligro para quien dirige Beethoven es doble, pues puede caer en el exceso de arrebato o en el amaneramiento de un estilo apol¨ªneo propio de un cl¨¢sico. En la S¨¦ptima se evidencian tales peligros.
Esta obra, de formidable juego de tensiones, incre¨ªble y continuada energ¨¦tica, nos impele hacia lo que acaso no es la verdad, sino la fuerza. Un claro ejemplo: el primer movimiento. Tras la introducci¨®n, en la que se tensan y larvan lo que ser¨¢n ideas, temas, y motivos org¨¢nicos, desembocamos en el v?vace. Si el fragmento prologal queda rebajado en su intensidad por la indicaci¨®n de poco sostenuto, en el vivace la m¨²sica adquiere un aire pastoral antes que de pat¨¦tico dramatismo. Por otra parte, las diab¨®licas disposiciones de ligaduras y puntos son pr¨¢cticamente imperceptibles si la velocidad es excesiva. Y en el allegro con br¨ªo final, un movimiento demasiado r¨¢pido, oculta las semicorcheas tras el ¨ªmpetu de cada sforzando. Nos lleg¨® con la debida serenidad el allegretto y con gran potencia, el scherzo, acaso el punto culminante del ¨ªmpetu beethoveniano en la Sinfon¨ªa en la.
Trato de explicar mi juicio y no de decirle a Daniel Barenboim lo que sabe superlativamente bien. Entonces, encuentro que su versi¨®n de la S¨¦ptima, tal como la hemos o¨ªdo ahora, ha de apaciguarse, lo que cuadra mejor a un maestro que es quiz¨¢, entre los de su generaci¨®n, el que mejor conecta con tradiciones hist¨®ricas diferentes de lo escuchado en esta ocasi¨®n. Que con una Filarm¨®nica berlinesa la S¨¦ptima se torn¨® formidable hurac¨¢n, capaz de arrastrar m¨¢s las sensaciones que las emociones del p¨²blico, es algo obvio. Todo ello, repit¨¢moslo, sin olvidar que hablamos de quienes hablamos. Como bis y adi¨®s, recibimos una nueva sacudida: la Obertura de Edmont.
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