Escuchar el toreo
En sus comentarios al C¨¢ntico espiritual, nos dice Juan de la Cruz de la "soledad sonora" que es casi lo mismo que la "m¨²sica callada", Ilporque aunque aquella m¨²sica es callada, cuanto a los sentidos y potencias naturales, essoledad muy sonora para las potencias espirituales; porque estando ellas solas vac¨ªas de todas las formas y aprensiones naturales pueden recibir bien el sonido espiritual sonoros¨ªsimamente..."Con acierto, pues, en su magn¨ªfica traducci¨®n al franc¨¦s del libro de mi padre, Jos¨¦ Bergam¨ªn, La m¨²sica callada del toreo, Florence Delay escoge el segundo verso de Juan de la Cruz -"la soledad sonora"- para titular la versi¨®n francesa: La solitude sonore du toreo (?ditions du Seuil, Par¨ªs 1989). Encuentra as¨ª Delay m¨¢s certera en ese idioma la expresi¨®n de la fuerza espiritual de la inteligencia que ilumina de claridad el alma a trav¨¦s de ese solitario y sonoros¨ªsimo silencio.
Al hilo de este sentir, nos preguntamos si a¨²n sigue siendo hoy posible escuchar el toreo lejos del infernal estruendo que ensordece nuestros sentidos. No pareciera suficiente hacer o¨ªdos sordos a tanta necia palabrer¨ªa para poder sentir todav¨ªa la armon¨ªa del toreo en su verdadero valor espiritual y creador, "sobrepujando todos los saraos y melod¨ªas del mundo", para escuchar en la plaza esa "inteligencia sosegada y quieta sin ruido de voces". Y no lo pareciera, porque es tal el trasiego que se traen mercaderes y fariseos alrededor de este arte que su mundanal y escandaloso vocer¨ªo puede llegar a impedirnos la percepci¨®n m¨¢gica de su armon¨ªa musical al escamotearnos su raz¨®n de ser m¨¢s verdadera.
Nos llegan esas voces profesorales de catedralicios ecos habl¨¢ndonos de mecanizadas t¨¦cnicas que no son sino meras justificaciones mercantilistas de malos modos y peores modas. Se nos regatea cicateramente la presencia de aquellos pocos toreros que a¨²n pueden escucharse porque tienen un misterio que decir... y lo dicen, que no otra cosa es el toreo, como genialmente nos dej¨® dicho y hecho Rafael el Gallo. Misterio luminoso cuya revelaci¨®n ef¨ªmera ser¨ªa, como quer¨ªa Novalis, "magnificencia divina". Clarividencia de una verdad sobre la cual el creador "no puede ceder", porque su. propio misterio es "su verdad" y as¨ª debe entregarla, ¨ªntegramente, para que aparezca entones lo que m¨¢s nos importa de la creaci¨®n torera: "una salida de sol" que se nos desprende fugazmente hacia el m¨¢s melanc¨®lico atardecer. "Arte m¨¢gica del vuelo", al fin, todo el toreo.
Sin embargo, la mentira y el escamoteo de esa verdad vuelven cada temporada con su contub¨¦rnica presencia a intentar confundir la ¨²nico que en el toreo est¨¢ claro, es decir, su propia expresi¨®n creadora. Aquella que nace de su ejecutante. La que depender¨¢ tan s¨®lo de su estado de gracia, de su ser o no ser. S¨ªntesis milagrosa de la creaci¨®n torera o banal espect¨¢culo mudo. Porque el arte de torear, como cualquier arte vivo, nos dir¨ªa Valle, "no requiere descifrarse por gram¨¢tica para mover las almas". Como el verbo del poeta, "su esencia es el milagro musical". Malos tiempos, pues, parece que corren para aquellos que, sin aceptar el fraude, que a pesar de todos los pesares contin¨²a ingominiosamente creciendo en las plazas, pretendemos adem¨¢s, y sobre todas las cosas, escuchar el toreo desde la inteligencia sosegada y quieta del esp¨ªritu, de la creaci¨®n, del sentimiento.
Fernando Bergam¨ªn es escritor.
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