Guerra en Europa
Despu¨¦s de los cataclismos de la II Guerra Mundial, Europa ha disfrutado de medio siglo de paz. Mientras el espectro de una guerra nuclear se cern¨ªa sobre nosotros, y algunos grupos de presi¨®n pol¨ªticos lo hac¨ªan parecer mucho m¨¢s espantoso de lo que en realidad era, los hombres y las mujeres se acostumbraron a la paz en Europa. Habla guerras en todas partes, pero no en Europa.Pero el marco pol¨ªtico para la paz era completamente diferente en las regiones occidentales y orientales de Europa. En Occidente, y m¨¢s tarde tambi¨¦n, en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, las condiciones de la paz era aceptadas por la abrumadora mayor¨ªa de la poblaci¨®n de todos los Estados involucrados. Esas condiciones eran las siguientes: democracia pol¨ªtica, aceptaci¨®n de las fronteras existentes y, simult¨¢neamente, tambi¨¦n su relativizaci¨®n a trav¨¦s de la ayuda y la cooperaci¨®n econ¨®mica cultural y pol¨ªtica. En el Este, por el contrario, la Uni¨®n Sovi¨¦tica, la potencia dominante en la regi¨®n, con una estructura totalitaria y gran poder¨ªo militar, impuso la paz, directa o indirectamente, a los Estados m¨¢s peque?os. Le fue impuesta indirectamente a Yugoslavia, donde el pueblo tem¨ªa provocar que se le viniera encima la intervenci¨®n del Oso hambriento; en todos los dem¨¢s Estados fue impuesta directamente.
La ausencia de soberan¨ªa, o el d¨¦ficit de ella, es t¨ªpica m¨¢s que at¨ªpica en Europa del Este. El mapa pol¨ªtico de esta parte del mundo hab¨ªa sido trazado por potencias grandes y dominantes durante toda la era moderna hasta nuestros d¨ªas. En el siglo XIX, la regi¨®n estuvo dominada por el Imperio Ruso, el Otomano y el de los Habsburgo; ¨¦ste fue el primer acto del drama. A partir de los a?os treinta, la Alemania nazi llev¨® la voz cantante. Esto constituy¨® el tercer acto, la era de la guerra. El r¨¦gimen sovi¨¦tico fue el cuarto acto. En cuanto al segundo acto del drama, la responsabilidad recae sobre algunas potencias occidentales. Los cerebros de la paz de Versalles y Trian¨®n fueron el profesor Wilson y Clemenceau. Aunque se declar¨® la autodeterminaci¨®n de las naciones, ¨¦sta no se puso realmente en pr¨¢ctica. Las fronteras de Europa volvieron a trazarse caprichosamente. Tras d¨¦cadas de democracia y de una historia compartida, y especialmente despu¨¦s del surgimiento de la idea de la unidad europea, la malograda paz de Versalles dej¨® de molestar a las mentes pol¨ªticas de Europa occidental. No fue as¨ª en Europa del Este, por muchas razones. El mapa de Europa del Este volvi¨® a trazarse de manera mucho m¨¢s radical que el de Europa occidental despu¨¦s de las guerras napole¨®nicas. Se crearon pa¨ªses completamente nuevos; los viejos fueron divididos. M¨¢s adelante se desplazaron las fronteras de Este a Oeste, o de Oeste a Este. Ninguna legitimaci¨®n retrospectiva, que requiriera soberan¨ªa, libertad y tiempo, pod¨ªa desarrollarse aqu¨ª. Todos los conflictos nacionales y regionales se escond¨ªan debajo de la alfombra. La historia se congel¨® en ese aspecto. Despu¨¦s del cuarto acto, el tel¨®n permaneci¨® bajado durante casi 50 a?os. S¨®lo ahora puede por fin representarse el quinto acto del drama.
El ¨²ltimo imperio de Europa, el ruso-sovi¨¦tico, se encuentra en proceso de disoluci¨®n. Y, despu¨¦s de una demora de casi un siglo, debe concluirse tambi¨¦n la disoluci¨®n del Imperio Otomano y del de los Habsburgo. Los Estados eslavos del sur y del norte fueron entidades experimentales posteriores a la desaparici¨®n del Imperio de los Habsburgo y, como en todos los casos de experimento pol¨ªtico, tambi¨¦n aqu¨ª el principio de ensayo y error es el ¨²nico democr¨¢tico. No hay fronteras sagradas. Si esas entidades pol¨ªticas de reciente formaci¨®n (Yugoslavia y Checoslovaquia) hubieran conseguido una legitimaci¨®n retrospectiva, el ensayo no habr¨ªa acabado en desastre. As¨ª es como ha acabado en Yugoslavia. El quinto acto del drama se ha convertido en el acto final de una tragedia cl¨¢sica; se ha escrito con sangre. Y como en todas las tragedias, los errores y los cr¨ªmenes se han unido para empujar a los acontecimientos en la direcci¨®n fatal.
Todo el mundo sabe que es dif¨ªcil detener una guerra; es m¨¢s f¨¢cil evitarla. Una vez en marcha, s¨®lo el pueblo de los pa¨ªses donde los principales criminales tienen la sart¨¦n por el mango puede detener los cr¨ªmenes pol¨ªticamente motivados, y poner fin a la guerra. Pero cualquier agente externo involucrado y activo con cierto grado de poder puede impedir que se cometan errores. Y como muestran todas las guerras (y tambi¨¦n todas las tragedias), los actos criminales se alimentan s¨®lo con errores. No es nada probable que la escalada de la guerra actual pueda detenerse sin alg¨²n tipo de acci¨®n militar conjunta europea contra Serbia y Montenegro. ?sta ser¨ªa una mala soluci¨®n, un precedente problem¨¢tico, pero, aun as¨ª, mejor que una guerra interminable. Sin embargo, en esta vol¨¢til regi¨®n, toda la atenci¨®n deber¨ªa centrarse en no cometer m¨¢s errores o, al menos, no tantos errores como para alentar a los criminales. Algunos de esos errores ya han sido reconocidos.
La fuente principal de todos los errores es la idea de que un conflicto que surge en Europa del Este debe tener la misma soluci¨®n que uno similar en Occidente. El pensamiento anl¨®gico es un mal pensamiento y deriva en malos consejos. Como ya se ha se?alado, en Europa del Este las fronteras no son sagradas, ni tienen precedentes. El intento de mantener unida a la gran Yugoslavia durante mucho tiempo fue un tremendo error por parte de muchas potencias occidentales. Hay que tener siempre en mente que algunos de los pa¨ªses del Este no son (todav¨ªa) democracias, y otros han tenido hasta ahora muy poca experiencia democr¨¢tica. Por ejemplo, elaborar una legislaci¨®n sobre los derechos colectivos de las minor¨ªas ¨¦tnicas ser¨ªa irrelevante en Europa occidental, pero eso mismo tiene gran relevancia en Europa del Este, donde la autodeterminaci¨®n de las minor¨ªas nacionales, o su autonom¨ªa cultural y administrativa, no est¨¢ garantizada, ni se reconoce la legitimidad de la reivindicaci¨®n de esos derechos. Por ejemplo, controlar la situaci¨®n de las minor¨ªas h¨²ngaras, mantener en la agenda el tema de su autonom¨ªa, ser¨ªa un gesto propio de los valores democr¨¢ticos y liberales de la Comunidad Europea, as¨ª como una medida inteligente para impedir el estallido de un nuevo desastre.
Todav¨ªa no puede preverse c¨®mo se desarrollar¨¢ el quinto acto del drama de la formaci¨®n de Estados en Europa del Este. Es de esperar que se aprendan algunas lecciones, y que no tenga lugar ninguna otra guerra en Europa al final de nuestro ya desastroso siglo. Lo que podr¨ªamos esperar de un desarrollo pac¨ªfico es el surgimiento de muchos Estados m¨¢s peque?os y, entre ellos, s¨®lo unos cuantos Estados constituidos por una ¨²nica naci¨®n. En la era de la integraci¨®n europea, el que un Estado sea peque?o no es un obst¨¢culo; en un mundo que se llama a s¨ª mismo posmoderno, la pluralidad ¨¦tnica y cultural puede m¨¢s bien convertirse en una ventaja. Pero, de una manera o de otra, la disoluci¨®n definitiva de los tres ¨²ltimos imperios de Europa llegar¨¢ a su fin; los pueblos de Europa del Este pueden empezar a representar un nuevo drama empezando con un nuevo primer acto.
es profesora de Sociolog¨ªa de la Nueva Escuela de Investigaci¨®n Social en Nueva York.
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