El complicado transfondo de una negociaci¨®n
Aparte de los rumores, considerandos, suposiciones y presunciones de esos que sirven para que nuestros columnistas luzcan sus ingenios, ?qu¨¦ escollos hay que salvar para que la colecci¨®n Thyssen-Bornemisza se quede definitivamente en Espa?a?Por de pronto, dejando ahora de lado la importancia art¨ªstica de la misma y su inter¨¦s como complemento de nuestro patrimonio, hay un primer dato material que conviene conocer: una comisi¨®n de expertos espa?oles la tas¨®, hace cinco a?os, en 300.000 millones de pesetas, no sin que, otros tantos antes, la norteamericana Fundaci¨®n Getty hiciera una oferta por la misma de 500.000 millones de pesetas.
Es obvio que si el bar¨®n Thyssen buscara exclusivamente dinero por su colecci¨®n, no ser¨ªa dif¨ªcil saber ad¨®nde se tendr¨ªa que dirigir, por no habla ya de la a¨²n m¨¢s fastuosa cifra que podr¨ªa haber alcanzado desmembrando, a trav¨¦s de las subastas, las piezas de la misma. Por el contrario, el bar¨®n Thyssen, como todo buen coleccionista, no s¨®lo no quiere que su colecci¨®n se disgregue, sino que pretende que est¨¦ en las mejores condiciones de visibilidad p¨²blica, como precisamente lo est¨¢ ahora en el bell¨ªsimo emplazamiento de Villahermosa, y frente por frente con el Museo del Prado.
Todos los herederos
Entonces, ?cu¨¢l es el problema? Pues uno bien f¨¢cil de comprender y que el propio bar¨®n ha explicado: el eventual acuerdo que llegara a firmar con el Estado espa?ol ser¨ªa papel mojado sin el correspondiente asentimiento de todos y cada uno de los herederos, a los que por ley les tiene que compensar, porque con su decisi¨®n est¨¢ enajenando esa porci¨®n inviolable del patrimonio a heredar que en nuestro c¨®digo se denomina taxativamente la leg¨ªtima.
?sta y no otra es la cuesti¨®n, pero, entretanto, perm¨ªtanme a?adir, ciertamente con la tranquilidad de quien ve los toros desde la barrera, que, sean cuales sean las dificultades, no podr¨ªa soportar que nuestros representantes oficiales no fueran capaces de ultimar el acuerdo, y a¨²n menos si la causa fuera el miedo ante el efecto que ¨¦ste pudiera causar en la, opini¨®n p¨²blica, lo que temo, porque no he visto a nadie con m¨¢s dificultades para explicarse cuando simplemente hay que decir lisa y llanamente la verdad de lo que hay, y lo que hay es una inversi¨®n cultural distinta de enterrar millones en elevadores transparentes o carnavales.
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