El ¨²ltimo berlin¨¦s
Es incalculable la aportaci¨®n del Berl¨ªn de entreguerras a las tradiciones del cine cl¨¢sico de Hollywood. Y decir entonces Berl¨ªn equival¨ªa tambi¨¦n a incluir Viena, pues muchos hombres vieneses encontraron en la capital alemana la pista de despegue de su imaginaci¨®n. Los m¨¢s importantes de ellos emigraron a Hollywood, y all¨ª crearon una o varias escuelas, soportes de una o varias tradiciones, que hoy, vistas desde lejos, componen algunos de los cap¨ªtulos fundamentales de la historia del cine. En el ep¨ªlogo de esta gran riada hay que incluir el nombre de Billy Wilder, un vien¨¦s que acab¨® siendo el ¨²ltimo de los berlineses de Hollywood. Al volver aqu¨ª, Wilder vuelve por eso a sus ra¨ªces.Tras los pioneros, entre los que estaban Carl Laemnile y Erich von Stroheim, inici¨® el ¨¦xodo de los grandes quien fue tal vez el m¨¢s grande de todos: Wilhelm Friedrich Murnau, que casi a la par que Errist Lubitsch creo la avanzacilla del cine alem¨¢n californiano. Siguieron los pasos de estos dos genios Josef von Stemberg, que se llev¨® consigo a Marlene Dietrich, tras el terremoto de El ¨¢ngel azul. Y luego Fritz Lang, Bertolt Brecht, Peter Lorre, Conrad Veidt, Robert Siodinak, Otto Preminger, Douglas Sirk, Karl Freund, William Dieterle, Curtis Bernhardt, Max Oph¨¹ls y, casi al final, Billy Wilder, que comenz¨® a escribir pel¨ªculas aqu¨ª, en Berl¨ªn, hace m¨¢s de 60 a?os.
Aportaci¨®n decisiva
Basta echar una ojeada a esta lista sumaria de nombres para darse cuenta de la aportaci¨®n decisiva de Berl¨ªn, y su sucursal vienesa, a la formaci¨®n del Hollywood de la plenitud. No habr¨ªa tal plenitud sin estas gentes centroeuropeas, de las que Wilder ahora mismo es el ¨²ltimo superviviente. Ayer, pocas horas antes del gran homenaje que le tribut¨® la Berlinale, el viejo cineasta pidi¨® que le llevaran -junto al actor Horst Bucholsz, que protagoniz¨® la memorable escena-, al lugar de la puerta de Branderiburgo donde, en Un, dos, tres, rod¨® la escena de la moto y el globo al que hincha el tubo de escape. Nevaba intensamente, a la manera de aqu¨ª, con copos del tama?o de naranjas. Wilder se mov¨ªa a sus anchas, disfrutaba como un ni?o, se re¨ªa y no paraba de comer caramelos, mientras reconstru¨ªa la escena. Estaba en casa. El equipaje berlin¨¦s que se llev¨® a Hollywood estaba atestado de magia, imaginaci¨®n, sabidur¨ªa de la vida y de una mina inagotable de ¨¢cido esc¨¦ptico, que dio lugar a algunos de los instantes m¨¢s c¨¢usticos y divertidos de la historia del cine. No hay manera de entender y amar este tiempo sin Billy Wilder, sin esta reliquia viva, un individuo genial, un tipo tan divertido y portentoso como su obra.
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