Bodorrio
Debo confesar que estoy preparada hasta para que me ampl¨ªen el periodo de cotizaci¨®n a la Seguridad Social en unos milenios, siempre que me dejen recurrir a la reencarnaci¨®n; que he asistido impasible a la acusaci¨®n de conservadurismo que el conocido ultra radical de izquierdas Philippe Gonzalkhol ha lanzado contra los sindicatos; que estoy dispuesta, incluso, a aceptar la libre circulaci¨®n de empleo, a condici¨®n de que no me manden a construir las mezquitas de Hassan II. En fin, que me considero razonable. Por donde no paso es por la tremenda humillaci¨®n, el desaire, el desd¨¦n de no haber recibido invitaci¨®n alguna para asistir a la boda de Chabeli con Bofill¨ªn.Y, sin embargo, m¨¦ritos hice. Yo fui una de las incautas -era muy joven, ail¨¤s- que siguieron devotamente las andanzas de la pareja Ricardo Bofill sr-Serena Vergano cuando, convertidos, respectivamente, en art¨ªfice y musa de la Escuela de Barcelona, deleitaban a los culturamente depauperados adolescentes con asombrosas paridas cinematogr¨¢ficas. Si llego a saber entonces que ambos acabar¨ªan convertidos en consuegros de Julio Iglesias e Isabel Preysler, habr¨ªa convertido el cine de arte y ensayo donde proyectaban sus engendros en una tea. No lo hice: proced¨ªa del Barrio Chino y realmente cre¨ªa que los cachorros de la clase alta barcelonesa, que hab¨ªan recibido estudios, ten¨ªan algo que contar.
Supongo que lo que siento es pura envidia, enfermizo inter¨¦s por salir en el Hola o, tal vez, ganas de codearme con Solchaga y Boyer, y de que, por fin, Julio Iglesias me respete como mujer y como hombre. As¨ª, cuando vengan maldadas, podr¨ªa conmover a los justicieros de turno.
Digo yo que la nueva Gestapo aceptar¨ªa como salvoconducto una foto m¨ªa con semejante panda.
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