La Scala abre la temporada con pol¨¦mica
Divisi¨®n de opiniones en Mil¨¢n durante la representaci¨®n de 'La vestale', de Spontini
Riccardo Muti logr¨® convencer al p¨²blico de La Scala de Mil¨¢n, de que La vestale, de Gasparo Spontini, puede ser una ¨®pera del repertorio e incluso de un cierto ¨¦xito, convenientemente discutido con algunos pitos y pateos, en la funci¨®n que ayer inaugur¨® la temporada de esta catedral mundial del g¨¦nero. Pero las protestas no fueron contra Muti, cuyo empe?o nadie pareci¨® poner en duda. La verdad es que su trabajo se enfrent¨® a dificultades graves.
La primera dificultad se llama Karen Huffstodt, la protagonista, una soprano que desarrolla algunos colores dram¨¢ticos con exceso de vibrato, afinaci¨®n frecuentemente imprecisa y una tendencia al grito que prest¨® tonos hist¨¦ricos a su personaje. Y ocurre que Julia, la mujer que por amor se rebela contra su destino de sacerdotisa virgen, es el ¨²nico car¨¢cter bien definido de esta obra. Si se considera que la ¨²ltima de las cuatro ocasiones previas en La vestale se represent¨® en l¨¢n desde su estreno, en 1807 Julia fue cantada por Mar¨ªa Callas, puede valorarse el percance que representa una apertura de cartel de este tipo.Para el papel de Licinio, un ambiguo baritenor, que ha sido cantado por bar¨ªtonos como Renato Brusson y tenores l¨ªricos como Luis Lima, Muti eligi¨® a Anthony Michaels-Moore, especialista en la cuerda m¨¢s grave de ¨¦stas, de voz correcta pero inadecuada para el tono heroico que conviene al general romano. En 1954, junto a la Callas, Franco Corelli hizo de Licinio, una voz que recuerdan los oper¨®manos. Completaban el reparto Denyce Graves, una mezzosoprano de voz bella pero sin recursos excepcionales, y D¨ªmitri Kavrakos, un bajo m¨¢s que corriente.
Muti ha explicado que su identificaci¨®n con el estilo cl¨¢sico y el recuerdo de las melod¨ªas que oy¨® de peque?o a las bandas de m¨²sica de N¨¢poles, revivido por muchos temas de Spontini, es lo que le ha movido a revindicar esta obra poco representada del m¨²sico de Josefina y Napole¨®n I.
Lo cierto es que desde que atac¨® la obertura, uno de los pasajes m¨¢s inspirados, qued¨® claro su esfuerzo por subrayar las escasas disonancias y agotar los tempos, tanto por su lado lento como por el presto, a fin de descubrir una din¨¢mica interna de la partitura subyacente a los baquetazos que parecen regirla desde fuera, seg¨²n el gusto militar de las ef¨ªmeras altezas que la encargaron.
Pero el primer acto estuvo a punto de naufragar por las deficiencias vocales citadas, por el convencionalismo de la obra y por la direcci¨®n esc¨¦nica de Liliana Cavani. Un enorme sal¨®n de b¨®vedas neocl¨¢sicas, estilo imperio, ocupado por un gran cubo tapado con una cortina que deja una precaria tienda de campa?a en primer plano es, en principio, un espacio poco esc¨¦nico. Si encima cuatro comparsas retiran la tienda y descubren, bajo la cortina, una reproducci¨®n en madera de un gran arco romano mientras el bar¨ªtono y un tenor terminan su dueto, el efecto es lo m¨¢s antiteatral del mundo.
Pero el p¨²blico de la ¨®pera se ha hecho a todo y ni siquiera protesta por estas cosas, ni porque los romanos salgan con trajes dieciochescos, o Licinio haga su marcha triunfal sobre una cuadriga tirada... por un ca?¨®n del mismo periodo, como a la gente hubiera que insistirle en que, en la ¨®pera llamada napole¨®nica, las historias de romanos eran un simple pretexto para cantar las glorias del primer ciudadano del imperio.
S¨®lo la aparici¨®n de Carla Fracci, una gran estrella de la danza como pocas veces se ve en una representaci¨®n de ¨®pera, hizo olvidar el desaguisado con un ballet totalmente ajeno a la progresi¨®n del drama y que no se ha solido bailar ni siquiera en las pocas ocasiones en que esta Vestale se ha representado.
Con la fe y el buen hacer de Muti, con la respuesta de la orquesta de La Scala, que es un extraordinario instrumento oper¨ªstico, y con la tambi¨¦n importante colaboraci¨®n del coro, la funci¨®n lleg¨® a buen t¨¦rmino gracias tambi¨¦n a una cierta benevolencia del p¨²blico, que no siempre es tan fiero como cuando se representa Verdi.
El p¨²blico era el habitual de estos fastos, obviamente rico, ya que la butaca cuesta unas 130.000 pesetas, y famoso. Actrices como Silvia Koscina, cient¨ªficos como Rita Levi Montalcini, play-boys, starlettes y modelos, coquetaron con la nube de c¨¢maras que trabajaba en el teatro.
Presentes, s¨®lo dos pol¨ªticos, Giovanni Spadolini y el alcalde de Mil¨¢n, Marco Formentini. Tambi¨¦n estuvo el jefe de los fiscales milaneses, Saverio Borrelli, pero no los grandes empresarios Carlo De Benedetti, Silvio Berlusconi o Giovanni Agnelli. Obreros de Alfa Romeo se manifestaban a la puerta, como ocurre cada a?o. Y a la salida, varios grupos contenidos por la polic¨ªa gritaban f¨®dav¨ªa: ladri; o sea, ladrones.
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