El es as¨ª
Cada a?o, por Navidad, el presidente Pujol nos re¨²ne. Nadie que no se haya dedicado en Catalu?a al paciente oficio del periodismo puede tener idea de qu¨¦ ceremonia inenarrable ello supone. Antes era todav¨ªa mejor: com¨ªamos escudella y beb¨ªamos alg¨²n tInto del pa¨ªs, siempre con alg¨²n fondo dulz¨®n y meloso en la despedida de la boca. Suced¨ªa en el Sal¨®n de Sant Jordi, inundado de una luz de invierno muy caliente por dentro y muy helada por fuera. Cuando el rayo de sol m¨¢s poderoso se posaba como un heraldo sobre la mesa del presidente, ay, entonces todos sab¨ªamos que la hora anunciada hab¨ªa llegado ya. Pujol se levantaba, torc¨ªa la cara y el papel que llevaba entre las manos y dejaba caer una enorme bronca sobre las cabecitas acurrucadas de los presentes. Todo era entonces circunspecci¨®n y doloroso examen de las conciencias, mientras se extend¨ªa por el sal¨®n el vapor de los alcoholes y la melancol¨ªa de una nueva digesti¨®n saboteada. Qu¨¦ broncas, Dios, qu¨¦ dulces broncas...Ahora algo ha cambiado: se come de pie, no hay escudella. La crisis. Pero la bronca sigue su curso imperecedero. Ustedes no explican la realidad y yo no puedo explicarla porque ustedes no me dejan, viene a decir cada a?o el presidente. Cree firmemente que los periodistas median mal y sue?a en un mundo donde la fuente, el emisor y el receptor fueran uno y trino. Que fueran ¨¦l, por ejemplo. Ah¨ª se descubre la ra¨ªz autoritaria de su pensamiento, pero ¨¦sa ser¨ªa conclusi¨®n demasiado abrupta en esa macedonia de reconvenci¨®n y complicidad que acaban siendo las comidas navide?as con el presidente. Este a?o ha cerrado aqu¨ª un peri¨®dIco -que el pujolismo contribuy¨® a fundar- y el segundo diario en catal¨¢n bracea contra el naufragio. Desde la transici¨®n no se conoci¨® una crisis igual. De todo eso no dijo el otro d¨ªa ni una sola palabra. No debe de ser todo eso la realidad.
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