Vuelta a la tortilla
S¨ª: ¨¦sta es la misma ciudad que hace un par de a?os se presentaba como: "Mucho gusto, capital cultural de Europa". Para entonces, en realidad, ese t¨ªtulo no era m¨¢s que un residuo del entusiasmo de los a?os anteriores, cuando las colas de los amantes del arte eran (orgullosa) noticia de peri¨®dico, cuando las provincias miraban hacia Madrid como, supongo, una meta, y cuando los viejos tablaos de turistas. y los cuatro bares galdosianos que no se pudieron salvar del dise?o eran fotografiados por National Geographic y filmados por la televisi¨®n japonesa como templos -as¨ª dec¨ªan y as¨ª repet¨ªamos- de algo llamado la movida madrile?a, que no se supo nunca muy bien qu¨¦ fue pero que el alem¨¢n Hans Magnus Enzensberger resumi¨® lapidariamente: "Es cambiar de bar a toda pastilla".Lejos de mi intenci¨®n recurrir a la m¨¢s m¨ªnima sombra de apariencia de nostalgia por algo que, pens¨¦ entonces y sigo pensando ahora, fue un enorme fiasco: nunca tan pocos sacaron tama?a tajada y con tan poco esfuerzo de la buena fe de tantos, (de su aldeanismo tambi¨¦n), de sus ganas de marcha despu¨¦s de muchos, muchos a?os de insufrible y casposa grisura. Pero fiasco o no -y a eso voy-, dos cosas quedaron claras de aquellos a?os: el entusiasmo de la gente por algo que a falta de mejor expresi¨®n llamaremos cultura de masas, desde los conciertos monstruo a las exposiciones de los fondos del Prado cambiados de sala -entusiasmo nada claro en otras formas de cultura ajenas al escaparate-, y la r¨¢pida codicia de las instituciones para apuntarse a la nueva bandera, que llega ba cuando casi todas las dem¨¢s ondeaban desflecadas m¨¢s o menos desde que el Ch¨¦ dej¨® de firmarlos billetes del Banco Nacional de Cuba. ?Qu¨¦ ha pasado? Quiero decir... ?Qu¨¦ queda de todo eso? No hace falta ser amigo del Museo del Prado ni astuto cronista de la posmodernidad para detectar indicios de los viejos polvos, las viejas telara?as y la caspa centenaria que con terquedad ha moteado peri¨®dicamente las hombreras de esta ciudad que no se lo merece. La ret¨®rica permanece, cierto: pr¨¢cticamente todo el mundo sigue sacando pecho cuando dice cultura, los hombres se descubren cuando pasa por la calle, los ministros y aspirantes no paran de tomarse fotos junto a escritores y bailaoras de flamenco, y existen ministros, consejeros, delegados, secretarios y monaguillos de Cultura hasta en los clubes de f¨²tbol de Segunda Regional, todos encargan anuarios y libros blancos sobre la cultura que no leen ni los correctores de pruebas (pero que con otras publicaciones oficiales ya suponen el 22% de la edici¨®n en Espa?a), y adem¨¢s todos sonr¨ªen como si les pagaran por ello; (por qu¨¦ lo hacen es uno de los grandes enigmas del milenio).
Pero no es eso, que dec¨ªa el fil¨®sofo. Ignoro d¨®nde reside exactamente la identidad, pero me viene con insistencia la idea de que a esta ciudad parece haberle sucedido lo que a la chica de hace unos d¨ªas, que se subi¨® a una especie de columpio giratorio del Parque de Atracciones y sali¨® despedida. "La culpa fue suya", dijeron los del Parque, "por haberse ¨ªnovido". Queda claro: cuando vayamos al Parque de Atracciones hay que dejarse atraer, pero inm¨®viles, a distancia, plat¨®nicamente.
?D¨®nde, en qu¨¦ momento nos movimos? Hubo un momento, hace unos a?os, en que en medio de todo el bochinche que nos caracteriza, sobre todo cuando festejamos, lleg¨® a parecer que alg¨²n d¨ªa -un espejismo, cierto, pero lleg¨® a parecer- podr¨ªamos ser una ciudad de verdad: guardias de tr¨¢fico y alcaldes gan¨¢ndose el sueldo, especuladores urbanos bajo control, estadios de f¨²tbol sin privilegios, concejales de urbanismo con la EGB aprobada, grandes almacenes respetuosos de la, ley... o museos que abran cuando la gente descansa, como los hospitales o los peri¨®dicos, que para eso est¨¢n: por qu¨¦ los museos espa?oles cierran el domingo por la tarde y las fiestas del municipio es, recon¨®zcanlo, otro de los grandes misterios de estos tiempos de incertidumbre. Mientras tanto, lugares que han sido ¨²nicos y que podr¨ªan seguir si¨¦ndolo, como el C¨ªrculo de Bellas Artes o el Ateneo -?el Ateneo!-, agonizan en medio de la amnesia -"cultura es memoria", dijo alguien-, en tanto que los pol¨ªticos responsables, que tan ansiosos parec¨ªan de ilustraci¨®n, ni siquiera se molestan en acudir a las reuniones del patronato que estudia c¨®mo mantener al C¨ªrculo fuera de la UVI.- Mientras los artistas a quienes la administraci¨®n debe dinero hacen la cola del "vuelva usted ma?ana", el debate de la cultura parece haberse reinstalado en el cha-cha-cha de los nombres y de las fidelidades pol¨ªticas.
Hemos vuelto -?acaso nos fuimos realmente alguna vez?- a la vieja y tranquilizadora certeza de que la cultura es una tortilla de patatas al pie del 600 el domingo en la Casa de Campo, el cielo de Vel¨¢zquez sobre la sierra y Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa en el transistor. Si alguien estima que exagero que recuerde el 10 de septiembre de 1994, fecha que pasar¨¢ a la historia de la radiodifusi¨®n en Chamber¨ª: fiel a su destino de campanario de la aldea, ese d¨ªa Telemadrid prefiri¨® obviar que por primera vez una peque?a tenista, y adem¨¢s espa?ola (pero s¨®lo adem¨¢s), aspiraba contra pron¨®stico al campeonato de Estados Unidos, y decidi¨® retransmitir el mil¨¦simo partido de f¨²tbol del verano. Si eso no es caspa entonces qu¨¦ es. Y si es necesario explicarlo entonces es que es m¨¢s grave de lo que yo cre¨ªa.
Post scriptum: Unos tiempos son m¨¢s propicios a la obscenidad que otros. No habr¨ªa sido f¨¢cil hace unos a?os que el empresario del teatro Marquina se dejara ver la zarpa de esa forma.
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