Vivir con la bomba
Los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki se enfrentaron al sufrimiento f¨ªsico y a un tremendo rechazo social
Las v¨ªctimas-supervivientes de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki no arman mucho ruido. Algunas hablan, toman partido y reclaman el desarme at¨®mico. Muchas otras se atrincheran en su soledad. Son los atomizados. Y quieren olvidar el horror. Rechazan la etiqueta de "cobayas at¨®micos" que llevan prendida en la espalda y han tenido que batallar durante a?os para obtener una indemnizac¨ª¨®n. Unos 280.000 familiares de aquellos que murieron entre agosto de 1945 y 1969 se benefician, seg¨²n una ley de 1994, de una pensi¨®n de unas 130.000 pesetas. "El japon¨¦s, primer pueblo atomizado del mundo". ?Cu¨¢ntas veces se ha o¨ªdo esta frase! Un triste privilegio, utilizado a menudo para absolver a Jap¨®n de lo que precedi¨® al fuego nuclear. Hay aqu¨ª una verdad a medias. Por una parte, al menos un 10% de los atomizados era de nacionalidad coreana. Por otra, la naci¨®n japonesa est¨¢ muy lejos de haberse identificado con las v¨ªctimas. Antes al contrario, han sido ignoradas y, con frecuencia, sometidas al ostracismo.Ha habido actos individuales de reconocimiento y ayudas de organizaciones de caridad, pero hubo que esperar al fin de la d¨¦cada de los cincuenta para que los sufrimientos de las v¨ªctimas del horror at¨®mico comenzaran a ser tenidas en cuenta por el Estado. Pese a todo, no ces¨® la discriminaci¨®n contra los coreanos o los m¨¢s pobres, los habitantes de los suburbios marginados de Hiroshima y Nagasaki afectados directamente. Hoy, no arman mucho ruido. Quieren olvidar.
El calvario de los atomizados, sus sufrimientos f¨ªsicos, han sido descritos muchas veces. Se inscriben en la construcci¨®n de la imagen de v¨ªctima de Jap¨®n. Se sab¨ªa menos, sin embargo, de la miseria social que han soportado y que ignoran sus propios compatriotas. Y es que, durante mucho tiempo, ni siquiera tuvieron legitimidad. Fue la emoci¨®n que provoc¨®, en marzo de 1954, la muerte de un pescador nip¨®n irradiado durante la explosi¨®n de una bomba de hidr¨®geno estadounidense en el atol¨®n de Bikini lo que hizo salir de la sombra a los atomizados.
Inmediatamente despu¨¦s de los bombardeos de agosto de 1945, los cuidados a las v¨ªctimas fueron muy precarios. "Al d¨ªa siguiente de caer la bomba", recuerda Sunao Tsuboi, l¨ªder de una confederaci¨®n de asociaciones de v¨ªctimas de Hiroshima, "los camiones militares s¨®lo recog¨ªan a los j¨®venes que a¨²n pod¨ªan combatir y dejaban sin atender a mujeres y ni?os". Se llam¨® a m¨¦dicos y enfermeras de todo el pa¨ªs, pero nadie sab¨ªa c¨®mo cuidar esas terribles heridas, a las que se trataba como simples quemaduras, ni c¨®mo detener las hemorragias de cuerpos abrasados vivos. Al comienzo de la ocupaci¨®n norteamericana, tras el cierre de los hospitales militares en octubre de 1945, los enfermos fueron abandonados en las ruinas, casi sin atenci¨®n, durante semanas. Medicinas a¨²n poco utilizadas en Jap¨®n, como la penicilina, iban a ser suministradas, sin embargo, por el Ej¨¦rcito ocupante y la Cruz Roja Internacional.
El secreto que EE UU quer¨ªa imponer sobre las bombas at¨®micas perjudic¨® a las v¨ªctimas, estima Shingo Shibata, profesor honorario de la Universidad de Hiroshima. Eso s¨ª, en 1946, los ocupantes crearon un organismo de investigaci¨®n en esta ciudad y en Nagasaki, no para facilitar cuidados a los supervivientes, sino para efectuar autopsias.
Los atomizados a¨²n tendr¨ªan que descubrir c¨®mo la tragedia hab¨ªa cambiado, adem¨¢s, su lugar en la sociedad. Tomaron conciencia de que pertenec¨ªan a una nueva minor¨ªa. Eran hibakuskas, personas irradiadas. La ignorancia sobre los efectos de la bomba y los estigmas (partes irradiadas de la piel, de color m¨¢s p¨¢lido) incitaban a asimilarles a los leprosos y engendraban actitudes de rechaz¨®. Eso causaba en los supervivientes sin lesiones aparentes un sentimiento difuso, cada vez m¨¢s opresivo a medida que se manifestaban s¨ªntomas como la ca¨ªda del cabello, de que la vida se les escapaba. Se convirtieron en seres aparte, marginados.
Muchos atomizados se sent¨ªan adem¨¢s culpables de no haber podido socorrer a los agonizantes, explica un psic¨®logo irradiado cuando ten¨ªa s¨®lo cinco a?os: "Los supervivientes pensaban que su vida no les per tenec¨ªa. Intentaban identificarse con los muertos. El respeto hacia ellos, las celebraciones de los aniversarios de la matan za, eran para, ellos un medio de perdonarse por, haber sobrevivido".
Con estigmas sobre su cuerpo, debilitados en su capacidad de traba o, v¨ªctima de rechazo, abierto o no, o disminuidos por el temor al rechazo, los atomizados se sent¨ªan contaminados, indeseables, des humanizados. Algunos llegaron a huir de su condici¨®n a costa de perder subsidios a los que pod¨ªan tener derecho. A comienzo de los sesenta, al aumentar estos beneficios, se dio la paradoja de que surgieron los celos de otras v¨ªctimas de la guerra, como las del bombardeo de Tokio, que caus¨® m¨¢s de 80.000 muertos.
Hoy, la situaci¨®n ha evolucionado. Hay menos discriminaci¨®n, pero, como dice Sunao Tsuboi, "los padres a¨²n dudan en dejar a sus hijos casarse con los de atomizados por temor a efectos hereditarios".
En la posguerra, muchos hu¨¦rfanos por las bombas de Hiroshima y Nagasaki se convirtieron en delincuentes, e incluso en la primera de estas dos ciudades dieron origen a una gran banda de la Yakuza (la Mafia japonesa). Y, otra paradoja, las prostitutas irradiadas, que ya no pod¨ªan trabajar para los japoneses, se concentra ron ante las bases norteamericanas.
Copyright Le Monde / EL PAIS
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.