Recordando a Pereira
Comenzaron en Alemania quemando casas de inmigrantes turcos; se han desparramado despu¨¦s por toda Europa. Apalean hasta la muerte, golpean, agreden. Algunos irresponsables dirigentes deportivos les dan alas o los protegen. Helos aqu¨ª ya: son, de nuevo, los nazis, los fascistas. En Espa?a nunca se fueron del todo, aunque estaban de alguna manera disueltos en la gran masa franquista. A la muerte de Franco salieron a la calle, y mataron, y alentaron el terror. Despu¨¦s pareci¨® que se hab¨ªan ido. Era otro de los ¨¦xitos de la transici¨®n espa?ola. Pero no era verdad: segu¨ªan aqu¨ª. Por eso ahora reaparecen. Aqu¨ª, como en toda Europa. Nazis, fascistas en estado qu¨ªmicamente puro Con sus esv¨¢sticas y sus s¨ªmbolos de terror.Son, se dice, una minor¨ªa. Eso no significa nada: tambi¨¦n lo eran en la Alemania de los anos veinte, cuando el putsch de M¨²nich. Luego llegaron los a?os treinta y dejaron de serlo. Tras lo visto en el mundo, hay que desconfiar de los an¨¢lisis de los polit¨®logos. Ninguno de ellos daba un duro por la ca¨ªda del muro y el muro se derr¨²mb¨® casi en un soplo. Los soci¨®logos afinar¨¢n sus razones y, seguramente, har¨¢n diagn¨®sticos certeros sobre las bolsas de marginaci¨®n juvenil, la anomia, etc¨¦tera. Yo creo que se impone tom¨¢rselos muy en serio a los neonazis y reprimirlos sin ambig¨¹edades ni vacilaciones. "No hay libertad para los enemigos de la libertad", dec¨ªa Aza?a y ten¨ªa raz¨®n, aunque se la quieran quitar los light de la democracia, es decir, quienes no creen en ella.
El comunismo, que fue la gran causa del fascismo, ha muerto. Pero no ha muerto el racismo: ah¨ª, aqu¨ª, est¨¢n los gitanos, nuestros gitanos, a quienes de vez en cuando les incendiamos una casa para que se vayan acostumbrando. Se las incendian, quiero decir, los fascistas no oficiales pero fieles aliados al fin de los falanges de choque. Ah¨ª, aqu¨ª, est¨¢n los marroqu¨ªes, y los argelinos, y los bereberes, y los liberianos (y los dominicanos: uno de ellos fue asesinado hace tres a?os). Otras razas, otro mundo: los apestados, los pobres de ?frica y del sida. ?se es el fantasma que hoy recorre Europa, y que Marx no pudo imaginar. Recorre Europa o llama a sus puertas, con el rostro ingrato, de la miseria. Lo hemos visto hace unos d¨ªas por las murallas de Ceuta: los persegu¨ªan, los acosaban como si fueran alima?as.
No es casual (la literatura es tambi¨¦n un r¨¢dar) que uno de los m¨¢s grandes escritores europeos del momento, el italiano Antonio Tabucchi, haya alcanzado la cumbre de su arte en una novela memorable, Sostiene Pereira (Anagrama. Barcelona,1995), que no ha transitado entre nosotros las listas de los libros m¨¢s vendidos, aunque s¨ª en Italia, pero que es un hito en la narrativa europeade estos ¨²ltimos a?os y en la gran literatura antif¨¢scista. "Quiero ser Pereira", declar¨® el eminente Marcello Mastroianni despu¨¦s de interpretar al protagonista del relato de Tabucchi en su adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica. Pereira, un viejo periodista de sucesos que al filo de la jubilaci¨®n se encarga de la p¨¢gina cultural de un vespertino de Lisboa, en el verano de 1938, durante la dictadura salazarista, y se ve obligado, ante las se?ales del horror y el crimen, a abandonar la imposible neutralidad de la cultura y tomar partido por la dignidad de los hombres.
Pero hoy Pereira tendr¨ªa que darle la mano no s¨®lo al estudiante perseguido por la polic¨ªa, sino tambi¨¦n al inmigrante ilegal marroqu¨ª, y al argelino, y al bereber, y al liberiano, y al dominicano (y, tambi¨¦n, a quienes no son heterosexuales). Antonio Tabucchi ha escrito su novela como un recordatorio del horror pasado, pero tambi¨¦n como una advertencia ante el presente. Como lo ha hecho el dramaturgo Eric-Emmanuel Schmitt en una breve, intensa obra dram¨¢tica no representada en Espa?a, El visitante (Actes Sud Papiers. Par¨ªs, 1994), donde un atribulado Sigmund, Freud, que, trata de salir de' la Viena del anschluss, se enfrenta a la barbarie nazi la tarde del 22 de abril de 1938 y recibe la visita de Dios, un Dios misterioso, pero no enigm¨¢tico-, como se define.
Ese Dios que admira a Mozart -"obliga a creer en. el hombre"- le dice a Freud que este siglo, llamado por algunos "el siglo del hombre", ser¨¢ en realidad -"el siglo de todas las pestes". Pues bien, una de las peores, si no la peor, est¨¢ volviendo a sembrar sus bulbos venenosos. Las ratas est¨¢n entre nosotros.
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