Principios y finales
Las alusiones al caso GAL hechas por Aznar en una larga entrevista emitida el domingo pasado por Canal + sembraron una cierta zozobra entre sus asesores de imagen; con el paternalismo gru?¨®n del maestro que rega?a a un alumno predilecto para su propio bien, el diario El Mundo critic¨® "la falta de claridad con que a veces se expresa Aznar", a?adiendo que el presidente del PP podr¨¢ convertirse en "un buen gobernante", pero nunca ser¨¢ "el mejor de los candidatos". Aznar tambi¨¦n puso en marcha la estrategia que suelen aplicar los pol¨ªticos para enmendar sus errores sin tener que reconocerlos previamente: mover la mesa y revolver los naipes de forma tal que los espectadores no sepan finalmente cu¨¢l fue la jugada inicial.No es cierto, sin embargo, que Aznar fuese confuso en sus respuestas o que su entrevistador -Hilario Pino- le enredase con preguntas capciosas; su ¨²nico pecado fue apartarse ligeramente de la planilla de frases hechas acu?adas por los fabricantes del pensamiento pol¨ªtic¨¢mente correcto sobre el caso GAL. El primer comentario del presidente del PP ("si los GAL hubiesen tenido ¨¦xito, no estar¨ªamos en el momento actual de la lucha contraterrorista") se limit¨® a constatar una evidencia: si los atentados contra ETA no hubiesen dejado huella, el Supremo no habr¨ªa condenado a los polic¨ªas Amedo y Dom¨ªnguez ni procesado al ex ministro Barrionuevo. La segunda reflexi¨®n ("los GAL no deber¨ªan haber existido nunca", con independencia de que "adem¨¢s existieron y no tuvieron ¨¦xito") niega cualquier justificaci¨®n retrospectiva a la creaci¨®n de la banda. As¨ª pues, ambas afirmaciones no son necesariamente contradictorias: la condena de los GAL en nombre de los principios es compatible con el an¨¢lisis de los de.sastrosos finales de sus atentados.Ocurre, sin embargo, que la contraposici¨®n apuntada por Aznar remueve la mala conciencia de: quienes se mostraban dispuestos hace doce a?os a justificar en voz baja los asesinatos de los GAL con la ¨²nica condici¨®n de que se perpetrasen seg¨²n las reglas del crimen perfecto de las no velas policiacas. Los medios de comunicaci¨®n, enamora dos por entonces del ministro Barrionuevo y de Damborenea (las hemerotecas est¨¢n a disposici¨®n de los historiado res), miraron hacia otro lado y cultivaron los sobreentendidos: mientras los confusionistas esparc¨ªan la versi¨®n de que los GAL eran una venganza privada de- los empresarios vascos, los bienpensantes condenaban de labios hacia afuera a los asesinos para 'felicitarse en privado por su mort¨ªfera eficacia. El ominoso: silencio guardado hace doce a?os en las tribunas parlamentarias y de prensa sobre la guerra sucia s¨®lo exig¨ªa como contraprestaci¨®n que los autores de los cr¨ªmenes nunca fueran descubiertos.
Pero el espect¨¢culo ofrecido por los oportunistas al invocar los buenos principios, s¨®lo despu¨¦s de que se hiciesen visibles los malos finales de los GAL, no agota el repertorio de hipocres¨ªas imaginables. Algunos defensores de los pol¨ªticos y polic¨ªas procesados por el Supremo en el caso GAL evocan la complicidad soterrada prestada hace doce a?os por una parte de la opini¨®n p¨²blica a la guerra sucia para concluir que toda la sociedad espa?ola es culpable; es decir, para sostener que nadie en concreto debe ser condenado por los tribunales. Otras voces han aprovechado la muerte de Tom¨¢s y Valiente para ajustar cuentas con el presente y para proyectar hacia el pasado la conmoci¨®n producida por ese asesinato a fin de recrear con prop¨®sitos exculpatorios el contexto pasional en, que surgieron los GAL. Pero ni la antigua permisividad de amplios segmentos de la sociedad espa?ola con la guerra sucia ni la barbarie terrorista de ayer y de hoy eximen de responsabilidad penal y pol¨ªtica a los gestores del Estado de Derecho y a los administradores del monopolio de la vilolencia leg¨ªtima que incumplieron sus obligaciones y se saltaron las leyes al combatir a ETA con los m¨¦todos de una cuadrilla mafiosa.
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