Episodios de interinidad
Para la idiosincrasia mallorquina no resulta parad¨®jico que en tierra de poetas horacianos la elegancia no sea condici¨®n sine qua non de la pol¨ªtica: en realidad, la costumbre viene siendo que la pol¨ªtica balear proceda desvelando epis¨®dicamente alg¨²n trasfondo brutal. Tres presidentes auton¨®micos en cosa de un a?o constituye un fen¨®meno dif¨ªcilmente homologable con estados de opini¨®n p¨²blica muy propensos a la estabilidad conservadora."No ser¨¦ un presidente interino" dijo Crist¨®bal Soler, nombrado presidente de la Comunidad al dimitir Gabri¨¦l Ca?ellas cuando emergi¨® el caso del t¨²nel de Soller. Como bien saben las ordenanzas de los ministerios, todo pol¨ªtico es un interino, pero Soler no quiso serlo por partida doble, y esta semana no consult¨® a nadie para nombrar su nuevo Gobierno; as¨ª, el grupo parlamentario auton¨®mico no le invit¨® a la reuni¨®n que iba a descalificarle por notoria mayor¨ªa. Soler pis¨® el acelerador que le distanciaba de su predecesor; pactando por sorpresa con el sector "critico", los ca?ellistas le juzgaron como cabecilla de un mot¨ªn ilegitimado por sus nuevos modos, sale el hijo desheredado por una puerta; por la otra entra entre v¨ªtores el nuevo heredero, Jaime Matas. Como le dijo Ca?ellas a Aznar en el congreso crucial del PP: "Recuerda que s¨®lo eres un hombre".
Ca?ellas a duras penas hab¨ªa vegetado pol¨ªticamente como hombre de AP en los a?os hegem¨®nicos de UCD en Baleares, hasta que el copioso trasvase del voto centrista balear a la formaci¨®n de centro derecha le puso en primera l¨ªnea: en su d¨ªa se fue viendo que prefer¨ªa una tripulaci¨®n de j¨®venes inexpertos pero obedientes a correr el riesgo de bregar intra muros con personalidades pol¨ªticas de alg¨²n peso. La alternativa de una presidencia de Ca?ellas como reina madre -conjuradora devotos- acompa?ado por un Gobierno de notables -algo as¨ª como populismo m¨¢s pedigr¨ª- nunca le tent¨® de forma perceptible.
En la porf¨ªa electoral, el populismo ca?ellista se convirti¨® en una f¨®rmula casi imbatible, sobre todo m¨¢s all¨¢ de Palma como n¨²cleo urbano. En la ciudad, las clases profesionales y no pocos comentaristas pol¨ªticos tardaron en calibrar la capacidad electoral de Ca?ellas, quien les correspond¨ªa con desd¨¦n y socarroner¨ªa, amparado por los lobbies m¨¢s potentes de la isla. Como consecuencia inmediata del quehacer pol¨ªtico de Ca?ellas consta su r¨¦cord de permanencia en el Consulado de Mar, sede del Gobierno auton¨®mico. Para un balance menos efectista, su forzada dimisi¨®n a causa del esc¨¢ndalo del t¨²nel de S¨®ller hace dif¨ªcil una perspectiva sosegada, pero lo cierto ahora mismo es que su condici¨®n de presidente del grupo parlamentario de PP en la C¨¢mara auton¨®mica le identifica totalmente con la operaci¨®n de acoso y derribo a su sucesor, Crist¨®bal Soler.
Ah¨ª tambi¨¦n puede darse el caso de que, si la pol¨ªtica se hace conflictiva, sea por culpa de la clase pol¨ªtica. Al dimitir, Soler dice querer alejar el peligro de "cantabrizaci¨®n": en el peor de los casos, puede suceder que el concepto tur¨ªstico de "balearizaci¨®n" -ayer peyorativo y hoy afortunadamente desle¨ªdo- pase a ser una nueva noci¨®n de lo pol¨ªtico, para apuro de G¨¦nova, 13. Las razias del grupo parlamentario y la fidelidad de los alcaldes a quien mande en su momento prenuncian maniobras entre bastidores antes del pr¨®ximo congreso del PP balear, pero no es desechable que al final impere la quietud.
Incluso estando en contra de la profesionalizaci¨®n de los pol¨ªticos es l¨ªcito requerir un cierto savoir faire, el know how exigible de alguien que cobra por hacer un trabajo. Nunca es bueno un progresivo abaratamiento del establishment pol¨ªtico. Como conclusi¨®n, asistimos a rituales de pol¨ªticas de clan en las que, sin tradici¨®n propia, el apego personal y las virtualidades del do ut des marcan en exceso las reglas de juego.
Habituados a lo abrupto, los conservadores mallorquines parecen olvidar que -como dec¨ªa C¨¢novas- no existe posibilidad de gobernar sin transacciones justas, honradas e inteligentes. Ahora de poco servir¨ªa a?orar los viejos tiempos del maurismo hegem¨®nico en Mallorca, por no hacer referencia a la huella de aquella UCD que Ca?ellas no supo o no quiso integrar en el proceso aznarista de centrar el PP. Como riesgo mayor, ir cambiando de presidentes auton¨®micos como quien pasa del vestuario de entretiempo al traje de verano puede estar contribuyendo a una deslegitimizaci¨®n, de la pol¨ªtica. En estas circunstancias, no es un disparate suponer que se le va acabando la paciencia a algunos sectores del electorado del PP balear.
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