La fidelidad del maestro
1959. Un profesor y cr¨ªtico metido a cineasta, Maurice Sch¨¦rer, conocido como Eric Rohmer, firmaba su primera pel¨ªcula, Le signe du Lion. En ella, un m¨²sico de unos 40 a?os que se cree heredero ¨²nico de una t¨ªa rica reci¨¦n fallecida, organiza una fiesta con dinero ajeno s¨®lo para descubrir que es en realidad pobre de solemnidad -no ha heredado-, que no tiene amigos, aunque pueda terminar nuevamente rico -s¨ª ha heredado- Pero en el fondo, su vagabundeo es s¨®lo una excusa para mostrar actitudes y posicionamientos ante la vida de una generaci¨®n de la cual Rohiner forma, parte. 1996. Un joven aspirante a m¨²sico, Melvil Poupaud, el protagonista de Cuento de verano, habla incansablemente con tres chicas sobre qui¨¦n es, que espera -¨¦l tambi¨¦n- de la vida en una playa de Breta?a. Media entre ambos filmes casi 40 a?os, y se dir¨ªa que entre ellos el estilo trasparente, meridianamente despojado de Rohmer ha afianzado a trav¨¦s de docenas de pel¨ªculas una misma mirada: con personajes cada vez m¨¢s j¨®venes, el viejo maestro sigue, fiel a una manera ir¨®nica y moralista de analizar la existencia, m¨¢s con la vista puesta en los cl¨¢sicos literarios franceses del siglo XVIII que en los directores cuyas pel¨ªculas am¨® o dese¨® haber hecho el cr¨ªtico Rohmer.
Como muchos de sus filmes, Cuento de verano forma parte de una serie mayor. Es la tercera entrega de una suerte de "cuentos estacionales", pel¨ªculas con nombres de las cuatro estaciones de las que ya conocemos la espl¨¦ndida Cuento de invierno, y la no tan estimable Cuento de primavera. Como pasa a, menudo con Rohmer, no ha habido desde 1930, fecha de la primera entrega, un sucederse lineal de tales "estaciones"; muy al contrario, el director ha firmado entre ellas esa peque?a joya de lucidez que es El ¨¢rbol, el alcalde y la mediateca, as¨ª como la decididamente irritante Les rendez-vous de Paris, lo ¨²ltimo suyo estrenado entre nosotros.
M¨¢s all¨¢ de gustos y fobias, seguramente no podremos dejar de sorprendernos ante la inmensa vitalidad de este hombre que hace rato que ha pasado los 70 y que sigue crey¨¦ndose con derecho a opinar sobre cosas que, ahora s¨ª, parecen caerle muy lejos. Y seguramente tambi¨¦n volveremos a discutir acaloradamente con los amigos si su mirada est¨¢ demasiado lejana de sus criaturas, si ¨¦stas son meras excusas... si se nos parecen tanto que ser¨ªa mejor olvidarse de que existen.
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