EL CUADERNO DE VALDANO
Los l¨ªmites del espect¨¢culo. Los atletas entran estos d¨ªas en nuestra sala de estar con sus gestos rabiosos, l¨¢nguidos o sufrientes. Da miedo mirarse al espejo despu¨¦s de ver cuerpos que se aproximan tanto a la perfecci¨®n. La televisi¨®n distribuye la gloria de ese paisaje humano singular y algunos atletas, que entendieron r¨¢pidamente que el mundo pasa por una c¨¢mara, utilizan recursos actorales para robar primeros planos. Es la inevitable sucursal est¨²pida de todo gran espect¨¢culo que choca violentamente contra la veracidad del deporte. La sociedad de las apariencias no encuentra encaje en la sinceridad extrema del atletismo, en donde los m¨¦ritos no le pueden mentir al reloj, a la distancia y a los rivales. La austeridad gestual de la et¨ªope F¨¢tima Roba despu¨¦s de ganar el marat¨®n, es el espect¨¢culo de la dignidad, del respeto a los adversarios, de la emoci¨®n como sentimiento demasiado aut¨¦ntico como para vend¨¦rsela al mercado de la mirada.C¨®mo ver un p¨¦simo partido de madrugada. Sill¨®n c¨®modo y largo porque empezaremos a mirar el partido sentados y terminaremos despachurrados por el aburri miento y el sue?o. Se trata de encender el televisor sin ninguna confianza en la calidad del espect¨¢culo y tener el mando a distancia a mano, o mejor, en la mano. Si empieza el partido y se confirma la peor de las sospechas: que el entrenador lo considera a usted, espectador, un pedazo de carne con ojos, y le da igual torturarlo a altas horas de la noche con un juego insoportable, v¨¢yase sin ning¨²n complejo de culpa, a otra cadena. Puede que encuentre a un tipo de 1,50 metros, nacido en Bulgaria, pero de nacionalidad turca, dispuesto a levantar unas pesas que son igual de altas que ¨¦l y como dos veces y media m¨¢s pesadas. En el intento, le temblar¨¢ todo el cuerpo, se le desorbitar¨¢n los ojos y hasta los mofletes parecer¨¢n a punto de estallarle, no se sabe bien si de alegr¨ªa o de esfuerzo. Puede que ¨¦l logre su prop¨®sito y que usted comparta la inmensa felicidad de ese desconocido.
De vez en cuando hay que volver al f¨²tbol porque uno, en el fondo, es creyente. Ahora bien, si los blancos insisten en darle el bal¨®n a los rojos y los rojos se lo devuelven a los blancos, o el partido es una antolog¨ªa de pelotazos a cualquier parte, o se interrumpe a cada minuto porque ¨¦l ¨¢rbitro permite un concurso de patadas, o todo eso junto, t¨®melo como una cuesti¨®n personal y abandone para dar un nuevo desfile zapeador; siempre encontrar¨¢ un gimnasta crucificado entre un par de aros, dos yudokas con cordiales ganas de matarse, o veleros a todo tren a punto de colapsar el mar con un gran atasco. Usted al d¨ªa siguiente debe trabajar, es posible que ya sean las tres de la ma?ana y no debe olvidar que la culpa la tiene el f¨²tbol. Es el momento de darse el ¨²ltimo gusto. Vuelva al partido, tome el mando a distancia, espere un primer plano del tipo al que cree responsable mayor de la mierda de f¨²tbol que se qued¨® a ver, ap¨²ntele a la cabeza y apriete el bot¨®n rojo. Cuando el televisor se apague, sentir¨¢ un alivio de asesino legal porque el pensamiento no delinque. Lev¨¢ntese y abandone el lugar sin mirar el lamentable estado en que dej¨® el sal¨®n. Un tipo duro no se preocupa por el desorden.
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