El tama?o del dossier
Francisco Bergasa, periodista de Radio Exterior de Espa?a, fue esta semana a su servicio de documentaci¨®n en busca del dossier de un intelectual veterano, reconocido y premiado, y se hall¨® con dos hojitas que inclu¨ªan acaso la biograf¨ªa casi secreta del personaje que iba a entrevistar; en un cajet¨ªn contiguo encontr¨®, sin embargo, la voluminosa consecuencia medi¨¢tica de la veloz ascensi¨®n de otro artista de este tiempo que a¨²n no levanta ni 30 a?os del suelo.Pasa en la radio, en la prensa escrita, en la televisi¨®n. La difusi¨®n de la cultura contempor¨¢nea se nota en el tama?o de los dossieres, en la capacidad de generar papel, por cualquier cosa, privada o p¨²blica, festiva o solemne, que tienen los protagonistas del espect¨¢culo apresurado que nos hemos montado entre todos. Aquel dicterio medi¨¢tico -"a ¨¦se no le conoce ni Dios"- que condenaba al silencio eterno a los que a¨²n no ten¨ªan ni las dos p¨¢ginas del dossier de los humildes sigue vigente entre nosotros; es la vara de medir, el sistema de pesas, el metro iridiado de la vida cultura. El dossier. Es el est¨ªmulo de la vanidad el que ha ido engordando los dossieres. Un d¨ªa un l¨ªrico se tropez¨® en la calle con un cr¨ªtico y le grit¨® desde el otro lado: "Hazme una cr¨ªtica, que ya tengo 39 y con la tuya tendr¨¦ 40". Hace a?os, un joven escritor de cuyo nombre no, guardo constancia le pregunt¨® a un viejo maestro en un coloquio: "Maestro, tengo una curiosidad: ?por qu¨¦ el personaje principal de uno de sus cuentos se llama como yo?". He visto ¨²ltimamente que escritores que publican diarios maldicen la escritura del yo, como si su egocentrismo fuera distinto del egocentrismo ajeno, siendo el suyo puro y necesario, esencial para que la sociedad siga marchando, y el ajeno perfectamente deleznable. El yo propio, ese infinito yo que va agrand¨¢ndose a medida que pasan los acontecimientos del tiempo, es el que luego se refleja tambi¨¦n en el tama?o de los dossieres. Mientras ¨¦stos crecen y se consolidan, la vida cotidiana refleja c¨®mo se achican otros dossieres; ahora, por ejemplo, hemos sabido que la casa en la que naci¨® Miguel de Unamuno hace 133 a?os se muere atacada por las termitas de Bilbao. Antes le negaban plazas y calles porque pensaba por otro lado, y ahora sabemos que el monumento chiquito que siempre es una casa natal acaba tambi¨¦n carcomido por la dejadez que, como la violencia, es condenable venga de donde venea...
Acaso lo que refleja este dime y direte entre el dossier contempor¨¢neo, ese ego contingente y actual, y la permanencia de lo que nos hizo posible, es la insuficiencia mezquina del contexto cultural en el que vivimos, sometidos a la extrema vulgaridad de nuestros propios apetitos. Acaso si Unamuno hubiera sido lo que no quiso ser, una bandera, un arma de cualquiera de los bandos que ahora tienen ense?a, esa mansi¨®n carcomida de su pueblo ser¨ªa un palacio vertical, un museo donde guardar las esencias del dossier. Pero como era un estrafalario an¨¢rquico que combat¨ªa contra esto y aquello como si fuera siempre un extempor¨¢neo se le condena al exilio hasta en los s¨ªmbolos modestos de la biograf¨ªa. No es que las casas importen demasiado, porque ya se sabe que el alma las diluye y al final la casa de los poetas est¨¢ en cualquier sitio, pero s¨ª inquieta saber que en un pa¨ªs tan lujoso de s¨ªmbolos se deje caer de vieja y de descuidada la cuna del que una vez dijo lo que hab¨ªa que decir ante los vocingleros de la muerte. Pero, en fin, all¨ª estar¨¢n los descuidados engrosando dossieres contempor¨¢neos y dejando que el recuerdo de lo esencial se quede a merced de las termitas.
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