Asilomar, 20 a?os despu¨¦s
En la ya larga y densa historia de la ciencia ha sido frecuente que el papel de los investigadores se haya circunscrito al de meros ejecutores materiales de hallazgos cient¨ªficos trascendentes, cuya aplicaci¨®n concreta era detentada por otros especialistas (pol¨ªticos, economistas, industriales ... ). Actualmente, la responsabilidad de los cient¨ªficos deber¨ªa sobrepasar las dimensiones de su trabajo concreto, implic¨¢ndose en el an¨¢lisis de sus repercusiones, especialmente si tienen incidencia ¨¦tica o social.Esta reflexi¨®n es pertinente al hilo de la reciente pol¨¦mica sobre las expectativas de clonaci¨®n de seres humanos en el laboratorio. De inmediato, distintos Gobiernos, asociaciones y parte de la comunidad cient¨ªfica han hecho o¨ªr su voz oponi¨¦ndose a este tipo de experiencias. Sin duda la preocupaci¨®n est¨¢ justificada y surgen de inmediato algunas cuestiones que requieren una respuesta clarificadora: ?qu¨¦ es la clonaci¨®n y qu¨¦ consecuencias puede tener en el contexto de todos los seres vivos? ?Representa una alteraci¨®n grave en los mecanismos naturales de transmisi¨®n de la vida? ?Cu¨¢les son, en t¨¦rminos cient¨ªficos, los pros y contras de estos experimentos? ?Qu¨¦ interrogantes de orden ¨¦tico, social o jur¨ªdico se plantean? ?Es necesario poner l¨ªmites al que hacer investigador? ?Qui¨¦n y en base a qu¨¦ criterios puede fijarlos?
Estas preguntas no son nuevas para los cient¨ªficos. En 1975 se reuni¨® en Asilomar (California) un selecto grupo de. expertos en biolog¨ªa molecular para tratar de alcanzar un acuerdo sobre los ensayos gen¨¦ticos en microorganismos, entonces incipientes. Las conclusiones de la conferencia establecieron distintos niveles de seguridad y la prohibici¨®n expresa de clonar genes procedentes de pat¨®genos o de virus oncog¨¦nicos. Se exigi¨® tambi¨¦n el uso de bacterias receptoras gen¨¦ticamente defectuosas, que no pudieran sobrevivir fuera de los laboratorios en caso de escape accidental. Varios pa¨ªses hicieron suyos los acuerdos de Asilomar, que fueron igualmente asumidos por distintas instituciones p¨²blicas y privadas. Un poco m¨¢s relajadas respecto de su formulaci¨®n inicial, estas normas se mantienen vigentes en la actualidad.Cabr¨ªa preguntarse por el impacto social que han provocado m¨¢s de veinte a?os de trabajos con ingenier¨ªa gen¨¦tica (o gen¨¦tico-financiera). La respuesta es ambigua y compleja, dada la mezcla de recelo y desconocimiento asociado con estos temas. En el ambiente cl¨ªnico-sanitario, los efectos han sido claramente beneficiosos. Se dispone de un n¨²mero creciente de f¨¢rmacos, hormonas, factores de crecimiento, etc¨¦tera, obtenidos mediante clonaci¨®n de los genes correspondientes. Por el contrario, distintos productos alimenticios de origen vegetal han sido dr¨¢sticamente rechazados por llevar la etiqueta de "transg¨¦nicos", que campanas poco rigurosas han equiparado a "venenos".
Parece recomendable fomentar la convocatoria de una reuni¨®n equivalente a la de Asilomar, cuyas conclusiones sirvan de base para una toma de decisiones sensata y razonada, de aplicaci¨®n internacional. Aunque parezca un tema menor, ser¨ªa aconsejable abandonar el enfoque antropoc¨¦ntrico que secularmente ha presidido las relaciones del hombre con la naturaleza y considerar las posibles implicaciones de la clonaci¨®n en el conjunto de la biosfera. Porque en la actualidad ya se han clonado multitud de bacterias, algunas plantas o peque?os anfibios, experimentos de profunda significaci¨®n biol¨®gica, seguidos con curiosidad, pero con un impacto relativo entre la opini¨®n p¨²blica. Sin embargo, la obtenci¨®n de individuos cl¨®nicos en parientes m¨¢s cercanos (mam¨ªferos) ha provocado una tremenda conmoci¨®n, quiz¨¢ porque el hombre se siente amenazado en su papel preponderante y se ha despertado el instinto de supervivencia de la especie.
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