Se ha roto una mu?eca
La suerte de una estrella consiste en morir estrellada. En esto la princesa Diana ha estado a la altura del destino: un Mercedes 600 a velocidad extrema despu¨¦s de abandonar el hotel Ritz de Par¨ªs junto a un amante ¨¢rabe multimillonario abrazados en la misma carnicer¨ªa y con una escolta de hienas motorizadas no est¨¢ nada mal para terminar en punta una vida. Si la princesa Diana est¨¢ ahora tumbada en una hamaca tom¨¢ndose un martini con otros dioses semejantes en alg¨²n punto del universo que tenga playa, espero que le llegue mi sincera felicitaci¨®n. Enhorabuena, se?ora. Desde que a John Kennedy le volaron la cacerola en Dallas no se ha visto nada igual aqu¨ª abajo."Usted mu¨¦rase. Nosotros haremos lo dem¨¢s". ?ste es un buen anuncio para una funeraria de prestigio, no el proyecto que sobre nosotros tienen los gusanos. Vista la congesti¨®n sentimental planetaria que ha despertado la muerte de la princesa Diana, tengo una duda: no s¨¦ si la gente posee un coraz¨®n de oro o si somos todos unos can¨ªbales. Anteayer asist¨ª a una escena dram¨¢tica: al lado de un quiosco una mujer de mediana edad se estaba comiendo a l¨¢grima viva una revista donde ven¨ªa en portada Lady Di con su pinta de azafata que acababa de servir una Coca Cola en un avi¨®n de Air Lines. La mujer antrop¨®foga ten¨ªa medio semanario rosa ya en el est¨®mago cuando lleg¨® la ambulancia que al parecer hab¨ªa atendido otros casos semejantes. En general la gente no se ha comido de esta forma a la princesa, pero lo cierto es que la mitad del pueblo se ha adelantado a la labor que sobre ella van a ejecutar las larvas y la otra mitad se ha comportado con el inter¨¦s de los mejores comparsas de una gran empresa de pompas f¨²nebres. La verdad tal vez est¨¢ en un punto medio: ante este f¨¦retro de superlujo la mayor¨ªa ha actuado como gusanos sentimentales. Y todo porque se ha roto una mu?eca.
A medida que una multitud crece, el nivel de su psicolog¨ªa disminuye. Se supone que un estadio abarrotado posee la simbolog¨ªa de un ni?o de siete a?os: eso lo saben muy bien los buenos oradores cuando hablan a un gran gent¨ªo. La princesa Diana era la mu?eca con la que jugaban millones de lectores. Una inmensa multitud, que en su conjunto generaba una psicolog¨ªa infantil, hab¨ªa seguido sus avatares de familia, sus problemas sentimentales, su bulimia, sus neurosis, sus de presiones, sus momentos de felicidad. En realidad era una mu?eca muy completa. Aunque parec¨ªa estar fabricada con el mejor pl¨¢stico, era de carne y hueso. Sab¨ªa llorar y toser, hac¨ªa caca y pis, tambi¨¦n ejercitaba el sexo e incluso estornudaba, que es lo m¨¢s dif¨ªcil de todo para la t¨¦cnica.
Sucede que los ni?os quieren saber c¨®mo son las mu?ecas por dentro. A este m¨¦todo de conocimiento en los laboratorios se les llama an¨¢lisis. Los cient¨ªficos tal vez echan ¨¢cido n¨ªtrico para disolver una materia muy dura, pero las masas y los ni?os son m¨¢s rudimentarios. Primero le arrancan un brazo a la mu?eca, despu¨¦s le tiran de una pierna y al descubrir la punta de un muelle misterioso se excitan mucho y comienzan a golpear el juguete contra la pared hasta que salta la cabeza y por el cuello roto se derrama el serr¨ªn que llevaba en la tripa. Cuando las masas y los ni?os ven la mu?eca rota se ponen a llorar. Incluso pueden hacer un simulacro de entierro en un desv¨¢n polvoriento. Lady Diana llevaba sangre bajo el pl¨¢stico y no serr¨ªn. Por lo dem¨¢s, la destrucci¨®n anal¨ªtica de este ser humano por la voracidad de la gente no ha hecho sino repetir un episodio infantil, y. puesto que el caso se ha dado ante la humanidad agolpada en el televisor el magnetismo que ¨¦ste libera se ha condensado engendrando un mito.
No creo que nadie haya dicho que la princesa estaba embarazada. Sin duda se trataba de un embarazo psicol¨®gico con el que quer¨ªa vengarse de un marido ad¨²ltero como una burguesita herida. Entre todas las formas de hipocres¨ªa que esta chica con cara de mosquita muerta trat¨® de romper sin conseguirlo la m¨¢s revolucionaria consisti¨® en introducir la moral de la burgues¨ªa en el entramado de la familia real inglesa. Como se sabe la nobleza de sangre azul no tiene la misma moral que el pueblo. La monarqu¨ªa tiene honor, magnanimidad, fortaleza, pero no honradez, fiabilidad, laboriosidad, fidelidad que son patrimonio de gente mesocr¨¢tica. La peque?a burgues¨ªa lleva a cuestas una moral propia y esta forma de comportamiento no pudo ser asimilada por los habitantes del palacio de Buckingham. La venganza de la princesa fue digna de Shakespeare. Aunque Diana no estaba embarazada exist¨ªa la posibilidad que lo estuviera alg¨²n d¨ªa y que el futuro Rey de Gran Breta?a tuviera un hermanastro ¨¢rabe, hijo de un presunto contrabandista de armas. A Isabel de Inglaterra se le hubiera ca¨ªdo el bolso del susto, algo equivalente a un terremoto, al ver entrar en palacio para tomar el t¨¦ al due?o de Harrods emparentado con ella por v¨ªa libre. Hay cosas que no se pueden cambiar. Tendr¨ªa que dar un vuelco el planeta para que en el palacio de Buckingham a las cinco en punto de la tarde se sustituyera el t¨¦ de Ceil¨¢n con leche por el t¨¦ moro con hierbabuena. Eso es lo que el accidente mortal de Par¨ªs ha evitado: que caiga el ¨²ltimo basti¨®n del imperio ingl¨¦s que navega en la taza del t¨¦. El sentimentalismo de los brit¨¢nicos ha golpeado durante el entierro de Lady Diana como un oleaje contra el acantilado de los Windsor. Pasados estos d¨ªas de l¨¢grimas, morbo, degustaci¨®n f¨²nebre y canibalismo contra un cad¨¢ver exquisito, los analistas del futuro tendr¨¢n que estudiar estas im¨¢genes para comprobar que la historia de Inglaterra no se ha alterado un ¨¢pice: si en el rostro de los miembros de la familia real hab¨ªa una m¨ªnima peladura de sentimiento, si Felipe de Edimburgo no ten¨ªa esta vez durante la ceremonia las manos detr¨¢s en el culo, si la reina de Inglaterra estaba m¨¢s pendiente del f¨¦retro que de su casquete, entonces es que el dinosaurio ha movido el rabo.
El mundo tiende a la unidad. Esta era la idea de Plat¨®n. Pero frente a esta teor¨ªa est¨¢ la doctrina del dualismo. Sin duda este entierro planetario ha servido para cohesionar de manera f¨²nebre a la humanidad, pero en seguida la muerte ha mostrado su doble rostro, su destino binario. Mientras se enterraba a Lady Diana en Londres mor¨ªa en Calcuta la madre Teresa. Cada uno tiene la muerte necesaria: una princesa estrellada en plena juventud con un Mercedes a 200 por hora, una monja humanitaria que ha expirado a los 87 a?os como un pajarito. Despu¨¦s de todo hay que ser pragm¨¢ticos. En una carretera mexicana un d¨ªa tambi¨¦n le¨ª este anuncio de otra funeraria: "No corra, nosotros no tenemos prisa". No hay que olvidar que este grandioso espect¨¢culo se ha originado por un simple exceso de velocidad.
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