Esencia tropical
Dice un proverbio deportivo que, bajo el uniforme oficial de su club, los jugadores brasile?os llevan siempre la camiseta de la selecci¨®n. Se rumorea que, para evitar brotes de esquizofrenia y robos crepusculares, algunos han llegado a estamp¨¢rsela sobre la piel. No se la quitan ni para entrar en la ducha.-No s¨¦ qu¨¦ voy a hacer: quiero irme y quiero quedarme -dijo Roberto Carlos en v¨ªsperas del partido frente al Oporto.
En ellos se da un fen¨®meno de fascinaci¨®n patri¨®tica m¨¢s emparentado con el instinto que con la conciencia profesional. No importa el empe?o que pongan en ganar sus exigentes campeonatos nacionales ni es falsa la pasi¨®n con que besan el escudo de sus equipos cada vez que consiguen alg¨²n ¨¦xito personal.
-Da igual jugar aqu¨ª o all¨¢: lo que yo quiero es ganar el Mundial para Brasil -dec¨ªa Romario a quien quer¨ªa escucharle.
No hay m¨¢s que ver la alegr¨ªa con que juegan para decidir que saben entregarse a la causa de quien les paga con una devoci¨®n que excede abrumadoramente el c¨®digo del mercenario. Son capaces de inventar ante Rafa Alkorta el regate curvo, o de dar a la pelota el imprevisible vuelo de un globo pinchado, o de provocarle a Delfi Geli un esguince de ri?¨®n con cierta jugadita pu?etera que, zis-zas, Ronaldo acostumbra a llamar la el¨¢stica.
Pero, bailen con quien bailen, cuando el seleccionador brasile?o toca diana se les enciende una luz roja en la musculatura: de pronto levantan la cabeza, fijan la mirada en las profundidades del teletipo y, seg¨²n que escuchen o no sus propios nombres, sufren un ataque de euforia o una crisis de melancol¨ªa. Cuando suena la m¨²sica tropical, alguna hormona no identificada les inflama la sangre, como a los lobos les alerta el aullido del jefe de la manada: primero se detienen a escuchar la llamada de la selva y luego, reclamados por una fuerza insuperable, hacen las maletas a toda prisa, toman el primer avi¨®n, se pierden en el cuerno de ?frica y reaparecen en el desierto de Arabia.
El mi¨¦rcoles, en Madrid, Juninho met¨ªa dos pelotazos al larguero del Croacia de Zagreb, uno de esos maravillosos equipos de barrio s¨®lo posibles en la escuela balc¨¢nica, y tres d¨ªas despu¨¦s ten¨ªa una cabecita de ajo y estaba mand¨¢ndole sus pases telep¨¢ticos a Ronaldo en el Torneo de las Confederaciones, sobre el mism¨ªsimo estadio del Rey Fahd. ?Y Rivaldo? Le hab¨ªamos visto bordar media docena de jugadas en Eindhoven y, de la noche a la ma?ana, pelado como un bonzo, estaba confraternizando con Ze Roberto y compa?¨ªa. ?Y Romario? Aqu¨¦l futbolista indescifrable en Valencia se hab¨ªa bru?ido el cr¨¢neo como un buda y llevaba tres goles en una semana. Cuando quisimos damos cuenta, todos se hab¨ªan borrado de nuestra cofrad¨ªa y hab¨ªan fundado por sorpresa la Quinta de los Calvos.
Los cronistas se encargar¨¢n de interpretar esta violenta consagraci¨®n de la calvicie. Vamos a los hechos: cuando aqu¨ª se nos anuncia que los t¨®nicos capilares ser¨¢n incluidos en la lista del medicamentazo, ellos deciden imponerse la calvicie por decreto. ?Se trata de un caso de locura colectiva? ?Quiz¨¢ de una dram¨¢tica disoluci¨®n de la personalidad? ?Ha pesado la influencia de Romario, que apuntaba una sospechosa tonsura de franciscano? Por ahora s¨®lo sabemos que ya es imposible distinguir a los calvos profesionales de los simples aficionados. Y, por supuesto, que quiz¨¢ estemos ante un fen¨®meno de exaltaci¨®n tribal.
Pens¨¢ndolo bien, da lo mismo. Se afeite como se afeite, mi segundo equipo siempre ser¨¢ Brasil.
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