Nocturno de Pantla
Al abrirse las puertas del avi¨®n que, a media tarde, acababa de aterrizar en el aeropuerto de Ixtapa-Zihuatanejo, supimos enseguida que esta vez, a punto casi de decepcionarnos, la caliente humedad no empapaba. Andaba por all¨ª, medio arremolinada, pero no se met¨ªa en el cuerpo de los viajeros con la rotundidad insidiosa de otras veces. As¨ª y todo, ?caray!, hubo remango general de camisas incluso antes de subir al destartalado todoterreno que iba a llevarnos, tras un de lirio de desv¨ªos por obras, a la muy apartada playa de Buena Vista, a la izquierda pasado Pantla, donde tienes Pac¨ªfico para ti solo, entre palmeras cocoteras y, en plena noche, diluvio de cocuyos, con un ruidoso arrullo de espumas y una luna que corre a ojos vista, semicerrados para comprobar que es imposible todo esto, lo que ah¨ª est¨¢, chaval, para que luego vayas y te quejes.Esto ya tiene su edificante historia, mas, para no hacerles el cuento largo, diremos que termina con que unos amigos mexicanos decidieron, hace a?o y pico, construir una hermosa mansi¨®n al borde del oc¨¦ano. Ella es cineasta; ¨¦l, arquitecto. Una vez convertido en realidad el sue?o ("un pedazo de Para¨ªso en propiedad"), pues resulta que a ella s¨ª que le gusta el sitio, pero, en cuanto anochece, siente un miedo terrible. Miedo a las culebras, a los bramidos marinos, a la enfermedad repentina, a los dos polic¨ªas que ha pedido para que vigilen su casa... S¨®lo conf¨ªa en el velador, que se ha metido ya en la choza de al lado: "?Menos mal que don Pancho tiene un rifle!". El arquitecto no se arrastra por semejantes laberintos. Desde ni?o, le horroriza la noche en cualquier parte. Y, para colmo de males, le repugna regresar a la infancia en versi¨®n tan inc¨®moda o realista: ?Qu¨¦ chingadera de moscos! Pero si yo viv¨ª ya esto con Salgari... ?De verdad que a ustedes les gusta este marco ¨ªncomparable?".
Por todo ello, y a lo mejor tambi¨¦n por el cansancio del vaiv¨¦n del viaje, se retiran temprano los dos a su rec¨¢mara, algo catedralicia, que cierran sin poder olvidar que las puertas son de madera ("?por qu¨¦ tendr¨¢n aqu¨ª tantos machetes?") y que ya, reci¨¦n puestas, chirr¨ªan de carcoma entusiasta. Se lo han dicho bajito a ellos mismos, nada m¨¢s llegar: "Eso les pasa por cortar el ¨¢rbol cuando la luna estaba a¨²n tierna y no tazona". Cosas que, acaso por decirlas, siempre pasan.
Los dos fuere?os invitados nos quedamos, al t¨¦rmino, ante una piscina iluminada, una alberca excavada en la roca ("puro Magritte"), a la orilla del mar. Nos quedamos rumiando las noticias que nos han dado a lo largo del tortuoso camino de esta venida a m¨¢s. Hemos querido saber si Abiel, quien la vez pasada venadeaba con energ¨ªa y pureza: "?No supieron? ?El muy se rob¨® la novia! ". Nos hablan de la playa de Troncones, un poco m¨¢s all¨¢, donde los canadienses maduros acuden a casarse con indias jovencitas y bonitas, construyen un hotel y tienen muchos hijos, aunque nunca tantos como si ellas se hubieran juntado con alg¨²n vecino de siempre y de su misma edad, ?a que s¨ª? Y, cuando pasamos junto a un pozo de aguas sulfurosas, el conductor nos cuenta que, aquella vez que vino don Fulano, un escritor ya muy viejito que vive en la ciudad de M¨¦xico, se lanz¨® al hervidero desnudo tras exclamar: "?A ver y si ahora resucita, hermanitos, este p¨¢jaro muerto que traigo entre las piernas!". Nos interesamos, de paso, por Heraclio, que andaba dando vueltas a si viajar a Espa?a o no, por ver: "?Lo demand¨® su otra mujer".
A eso vamos. Y se aclara el saber: "?l es bueno con sus tres hijas, las viste, las calza, les da de comer... Pero la madre, por chingar y porque es requeteambiciosa, siempre quiere m¨¢s lana. Y, ahora ya, ella o ¨¦l van al bote. Jefe, s¨ª eso me pasa a m¨ª, yo le meto un balazo en la cabeza y adi¨®s".Se cas¨® ni hace un mes el que habla as¨ª. De ah¨ª que uno de nosotros se aventure: "?Y sabe tu mujer c¨®mo piensas?". El otro, que nos tiene en sus manos, se limita a agitar la cabeza con epil¨¦ptico dibujo. Tocado de curiosidad, habla entonces el arquitecto desde el asiento trasero: "?Le pic¨® alg¨²n bicho?". Y no: "Pues no, jefe, pero me acostumbr¨¦ a hacer esto para no fatigarme al manejar". Se insiste:" ?Le ense?aron?". Se concluye: "No, se?or, aprend¨ª, yo solito".
Al hijo mayor del velador, que no pudo casarse el otro s¨¢bado porque a la novia se le muri¨® la mam¨¢ la v¨ªspera, la cineasta le pregunta directamente: "Felipe, ?ve que haya por aqu¨ª animales da?inos?". Y ¨¦l, sin titubear, rinde cuentas: "Nosotros tenemos un caballo, un cochino, cuatro ceb¨²es y algunas gallinas..."Interrumpe ella: "No, mi amor, pero de los que hacen da?o ?Ah!: "Pues la serpiente cascabel, ?verdad?, y alacranes. Pero alacranes no tenemos muchos en nuestra casa...". Alguien se rinde.
Bajo un cielo estrellado doblemente que en cualquier otra parte, brillan las olas hasta dejar te ciego. Fruto acaso de eso o de la hierba h¨²meda, ni modo de asustarse con los murci¨¦lagos que, a toda vela chocan con la palapa o la rozan. Y cuesta acostumbrarse a que los sapos se acerquen de cont¨ªnuo a la mesa de la terraza y hasta sal ten entre tus propios pies. Y luego est¨¢ el extra?o canto de ese p¨¢jaro que, al escucharlo desde el interior de la casa, parece golpeteo con el canto de una moneda sobre el cristal de una ventana.
Al apurar la quinta botella de cerveza negra modelo, all¨ª, que es lo imposible, otro sonido, m¨¢s corp¨®reo y cercano, resuena: "Ya nos quedamos". Y, para celebrarlo, menos mal que trajimos una caja, regalada por manos amigas, de ricos mazapanes de Toledo. Que no hay como lo uno y lo otro -lo crudo y lo cocido- cuando es de noche a orillas del Pac¨ªfico.
Babelia
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