El tiempo que hace
Tienen mucha raz¨®n los hoteleros y la poblaci¨®n espa?ola en general al enemistarse con el Instituto Nacional Meteorol¨®gico (INM). Alg¨²n d¨ªa se conocer¨¢ que las actuales sospechas sobre su insuficiencia se basan en hechos objetivos mientras, como si se tratara de un cesid, se encubre ahora la realidad de sus interiores.Para empezar, no cabe en la cabeza de nadie que, siendo Espa?a el primer pa¨ªs del mundo que basa su principal fuente de ingresos en torno al clima, cuente con los medios t¨¦cnicos o personales equivalentes a los de un pa¨ªs desarrollado m¨¢s. No s¨®lo en funci¨®n de esta importancia principal las estaciones de informaci¨®n deber¨ªan ser las mejores del mundo, sino las m¨¢s numerosas. Y a¨²n m¨¢s si, como se reconoce por el mismo INM, nuestra orograf¨ªa y el mar Mediterr¨¢neo hacen muy cambiantes las condiciones.
Efectivamente la predicci¨®n a largo plazo ser¨¢ un imposible a determinar, pero los muchos desatinos del INM recaen incluso sobre las siguientes vienticuatro o cuarenta y ocho horas. Equivocaciones as¨ª no pueden ya asumirse popularmente por v¨ªa del discurso que se proclama cient¨ªfico. M¨¢s bien son la chapuza y la posible obsolescencia interna los responsables del error.
El tiempo atmosf¨¦rico, a despecho de las caducas concepciones que parecen dominar en el Insituto Nacional de Meteorolog¨ªa, ya no es lo que era. De ser s¨®lo una fatalidad, se ha trasformado en una naturaleza de segundo orden, en una naturaleza racionalizada. Para una sociedad agraria, el tiempo se confund¨ªa con los inescrutables designios de Dios. Hac¨ªa sol, granizaba, llov¨ªa o no ca¨ªa una gota como consecuencia de la voluntad divina. Pero eso, lejos de ser algo inaceptable, contaba con toda clase de explicaciones convincentes gracias a la indiscutible autoridad que se confer¨ªa a Dios. La tempestad, el viento o la nevada se dejaban leer a la luz de la fe.
Ahora, sin embargo, reducida la fe, el agnosticismo nos deja sin fluido y la oscuridad es casi insoportable. En lugar de la explicaci¨®n-Dios est¨¢ la explicaci¨®n-INM. Ahora bien: ?qu¨¦ clase de explicaci¨®n nos brinda? ?En qu¨¦ clase de superioridad puede fundarse si el Instituto repite su desconcierto sin cesar?
Lo inaceptable hoy no es ya que el tiempo se comporte a su antojo sino que lo haga a escondidas. Si la sociedad moderna y democr¨¢tica tiende a presumir de algo es de claridad, trasparencia, exposici¨®n, desaparici¨®n de lo oculto. El tiempo sin previsi¨®n es, por tanto, un resto oscurantista y, de paso, lo son todos aqu¨¦llos que lo administran. No s¨®lo es la econom¨ªa, el recreo, el turismo o el descanso lo que se encuentra en cuesti¨®n. M¨¢s all¨¢ de los costes materiales, las frustraciones psicol¨®gicas y la quiebra de expectativas, lo que est¨¢ en juego es la sensaci¨®n de hallarse a la deriva, sin centinelas, en la mayor oscuridad. Y, en consecuencia, a expensas de la calamidad, grande, peque?a o mediana, como en los tiempos del medievo.
Efectivamente los efectos mariposa han servido para explicar muchas cosas. Demasiadas cosas. Cualquier morador enclavado en un valle, habitante en uno de los muchos microclimas existentes en Espa?a, acierta sin embargo con plazo y garant¨ªa incomparablemente mayores que el Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa. Y siendo as¨ª, ?de qu¨¦ se vale el INM? Si los viajeros, los hoteleros, los organizadores de festejos no pueden fiarse de ¨¦l, ?para que mantenerlo? Su descr¨¦dito ¨²nicamente tiene un remedio, que consiste en multiplicar hasta donde sea necesario el n¨²mero de empleados, estaciones y la frecuencia de la informaci¨®n, especialmente en semanas santas como ¨¦sta.
Si la Bolsa dispone de un mercado continuo y comunicado en forma de tupida trama, ?por qu¨¦ no aplicar el modelo a la precisi¨®n de la predicci¨®n? No hay m¨¢s salida: o el Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa se moderniza y cambia su idea del tiempo, o que lo cierren.
Un pa¨ªs de primera magnitud tur¨ªstica como es actualmente Espa?a deber¨ªa ser no s¨®lo un adelantado, sino el n¨²mero uno en la exactitud de su observaci¨®n meteorol¨®gica. El punto de la tierra donde mejor se conociera el porvenir del cielo.
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