Eso de doctor
FERNANDO QUI?ONES Hace un mes largo, justo el 30 de marzo, me distingui¨® la Universidad de C¨¢diz con el doctorado honoris causa, y la verdad es que nunca pens¨¦ en hablar o escribir m¨¢s sobre ello. Si lo hago hoy y aqu¨ª, es por los motivos que ir¨¢ viendo el curioso lector. Por supuesto que la decisi¨®n que me mov¨ªa al silencio ten¨ªa y tiene sus porqu¨¦s; el primero, la inevitable presunci¨®n comportada por el aireo del nombramiento a cargo del propio nombrado. Efectivamente, una vez cumplidos con los medios de difusi¨®n sus opiniones e impresiones sobre el tema, ya puede el doctorado volver a hablar de ¨¦l con todas la sencillez y discreci¨®n del mundo, que no deja por eso de andar proclam¨¢ndolo por su cuenta, o as¨ª lo entiendo. La cosa se complica m¨¢s cuando uno se percata de que tan peculiar distinci¨®n acad¨¦mica le ha sido otorgada al sujeto menos acad¨¦mico que pueda imaginarse. Obra aparte, pues no soy qui¨¦n para juzgarla, el revoltillo en que mi vida ha consistido, parece distant¨ªsima de lo que solemos asociar a la palabra doctor: estudio met¨®dico, vivir ordenado, objetivos profesionales escalonados y sistem¨¢ticos... De nada de eso me cabe hablar; cuando de estimable pueda reconocer generosamente en mi obra, lleg¨® en directo de la intuici¨®n y no del m¨¦todo, de la pasi¨®n o el azar y no de una programaci¨®n previa, montada sobre precisos cuadros ideol¨®gicos. Y en mi caso concreto, otra raz¨®n (no la ¨²ltima) es la igualdad y aun superioridad de merecimientos en colegas literarios incluso gaditanos, como Carlos Edmundo de Ory o Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, autores de una obra bien robusta en poes¨ªa y narrativa y mayores en edad, dignidad y gobierno, as¨ª como el ilustre farmac¨®logo americano Anthony Langer, propuesto para la ocasi¨®n y que, como dije en mi discurso de gracias, tanto hubiera enriquecido el ceremonial acad¨¦mico. Pero v¨¢monos a mi intenci¨®n primera, y es de las de contarles que el mentado Libro de la Sabidur¨ªa parece caerle a uno encima como su piedra a S¨ªsifo, condenado a auparla para siempre. Uno es el que era pero, de un d¨ªa para otro, la gente se empe?a en convertirlo en un Sabio, palabra que, seg¨²n el pueblo llano y siempre con may¨²scula no s¨®lo designa al que lo sabe todo sino tambi¨¦n, y por derivaci¨®n, el que lo puede todo o casi todo. Ve¨¢moslo, si no. Rese?o los requerimientos de antier, y advierto al lector que cualquier otro d¨ªa se le viene pareciendo, sin excluir festivos. A primera hora me llama una buena mujer desconocida para que le escriba de su parte al director del "Diario" una carta abierta sobre un intrincado problema familiar. A poco, alguien, que tampoco s¨¦ qui¨¦n es, quiere que lo recomiende a amigos en Leipzig ("?usted los tiene en todas partes, hombre!"), donde lo van a trasladar. Salgo a la calle y un peque?o comerciante amigo me solicita asesor¨ªa para elevar una reclamaci¨®n escrita a Hacienda, ma?as en las que estoy a nivel cero. Dos libros me esperan en casa a la vuelta; sus p¨¦simos autores me requieren para que los lea, se los juzgue e intervenga en su publicaci¨®n. Peticiones de pr¨®logos, de notas para cat¨¢logos de artistas pl¨¢sticos, de encuestas a cumplir, de presentaciones, completan y saturan el d¨ªa. (?Y es ¨¦sto lo que uno ambicionaba de chaval?).
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