Bertolucci recupera en 'Besieged' la plenitud del estilo y la elegancia de sus mejores filmes
Concurs¨® la pel¨ªcula irlandesa "Sweety Barret", un tierno y demasiado previsible relato "negro"
Bernardo Bertolucci, gran cineasta europeo de los a?os sesenta y setenta, director de memorables filmes, extravi¨® algunas de las esencias de su refinado estilo en su largo enrolamiento en el hueco que la producci¨®n hollywoodense destina al cine de prestigio, con barniz intelectual. Hace dos a?os, el cineasta italiano inici¨® su vuelta a los bellos or¨ªgenes con Belleza robada, pero el artificioso gui¨®n le impidi¨® llegar al fondo del giro. Pero ahora, con Besieged, peque?a obra maestra, lo alcanza. Y concurs¨® el filme irland¨¦s Sweety Barret, tierno thriller rural, cuyo desenlace se prev¨¦ demasiado pronto.
Acompa?aron, desde Antes de la revoluci¨®n, en los a?os sesenta, al joven cineasta italiano Bernardo Bertolucci much¨ªsmos de j¨®venes entusiasmados, procedentes en su mayor¨ªa de los movimientos de renovaci¨®n de la izquierda europea, que cayeron atrapados en las redes de La estrategia de la ara?a y siguieron paso a paso, con devoci¨®n, las huellas de sus pasos en la forja de uno de los estilos cinematogr¨¢ficos m¨¢s nobles y refinados de la historia del cine moderno, pero en el que poco a poco se fueron enredando hojarascas derivadas del estallido del Mayo de 1968 y de la posterior dispersi¨®n, el desolador s¨¢lvese quien pueda, en que acab¨®.El inicio de un giro (considerados por muchos, entre ellos este cronista, de tipo involutivo) en la obra de Bertolucci se produjo parad¨®jicamente en el punto de su mayor reconocimiento universal, tras el enorme ¨¦xito de El ¨²ltimo tango en Par¨ªs, cuya magnitud alcanz¨® proporciones mareantes, astron¨®micas, dif¨ªciles de digerir. Tan vasto triunfo comercial, abri¨® a Bertolucci de par en par las puertas de Hollywood.
Estos enrolamientos pagan fatalmente peaje y Bertolucci no fue una excepci¨®n. Aport¨® a la producci¨®n multinacional barn¨ªz de prestigio y, de Novecento a El peque?o Buda, buen gusto y agilidad imaginativa, pero a costa del progresivo abandono de las latitudes ¨ªntimas de su mundo, lo que probablemente hizo derivar a un callej¨®n sin salida la esplendorosa zona de arranque del itinerario profesional de este superdotado hombre de imagen
Que Bertolucci buscaba escapar de ese callej¨®n sin salida se hizo perceptible en Belleza robada, hace un par de a?os. La estructura del filme lo presagiaba, y el mundo que quer¨ªa expresar, tambien; pero el artificio de la escritura que tej¨ªa las im¨¢genes del filme dificult¨® el impulso del cineasta y aplaz¨® su reconquista de lo mejor de s¨ª mismo hasta la elaboraci¨®n de esta bell¨ªsima Besieged, que ayer present¨® en el festival donostiarra, convertido as¨ª en marco de un gran suceso, pues anuncia a Europa la plena recuperaci¨®n para su cine de uno de sus cineastas indispensables.
Bertolucci, apoyado en un experto gui¨®n de Clare Peploe, cuya armaz¨®n est¨¢ trazada con pura geometr¨ªa musical, como si fuera una partitura, construye una historia de amor conmovedora, que hay que situar entre lo mejor conseguido en clave l¨ªrica por el cine reciente. Hay dentro de las tripas de esta pel¨ªcula-poema un clamoroso despliegue de noble oficio, de sentido y de tacto para abrir con la c¨¢mara espacios de libertad en que los int¨¦rpretes viertan desde dentro de s¨ª mismos talento y esfuerzo creativo ¨ªntimo, propio, como el que anuncia la breve escena en la Thandie Newton, una mujer hermos¨ªsima, sube por primera vez, seguida por la c¨¢mara, a la habitaci¨®n de David Thewlis, en un trazado curvo sutil, perfecto, insuperable, que abre la pantalla a su invasi¨®n cordial por el espectador, absorbido por ella.
Desprende la imagen el placer que hubo al elaborarla, el acuerdo de los int¨¦rpretes con sus ambitos y situaciones, que les permiten crear sus personajes movi¨¦ndose como si nadaran en unos, tan vivos y tan elocuentes, silencios que en realidad no lo son, porque son sonido no hablado, no dicho, sino expulsado calladamente a trav¨¦s de la piel o por la mirada o el adem¨¢n de los dos oficiantes de esta ceremonia sencilla, pero elaborad¨ªsima, del viejo y siempre in¨¦dito juego o tanteo del encuentro entre un hombre y una mujer, que no se cuentan su amor para que los oigamos decirlo, sino que lo expulsan en sus actos, ¨¦l s¨²bitamente y luego, como ella, con gradualidad, pues Bertolucci despliega a trav¨¦s de la actr¨ªz una m¨¢gica estrategia del arte de la dilaci¨®n y del aplazamiento, para conducirnos, pero manteniendonos el alma en vilo, a uno de los pocos finales abiertos (ahora abundan en los territorios gregarios de la modernez) que tiene solidez de the end cl¨¢sico cerrado sobre s¨ª mismo, uno de los broches m¨¢s necesarios que este cronista recuerda.
Basta un d¨ªa como ayer para que la San Sebasti¨¢n cinematogr¨¢fica de este septiembre, entre sin m¨¢s en la memoria del cine.
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