Devaluaciones controladas
Como si se tratara de una moneda, la cotizaci¨®n moral del presidente Clinton ha sufrido grandes vaivenes desde que saliera a la luz en enero pasado el caso Lewinsky. Ya entonces trac¨¦ un parang¨®n entre el fiscal Kenneth Starr, empe?ado en desalojar al presidente de la Casa Blanca, y el c¨¦lebre especulador Georges Soros, que, en septiembre de 1992, expuls¨® a la libra esterlina del Sistema Monetario Europeo (SME).En la victoriosa defensa del presidente durante aquella primera acometida fue decisiva la intervenci¨®n ilimitada de Hillary a favor de su esposo. Pero cuando los "fundamentos" de la moneda o reputaci¨®n atacados son fr¨¢giles, es frecuente que en su defensa a ultranza se cometan excesos que tan s¨®lo acrecentar¨¢n la posterior crisis. Y as¨ª, la estrategia del presidente de defenderse sin regatear medios -entre ellos, el enga?o- amenaza ahora, meses despu¨¦s, con convertirse en el elemento crucial de su eventual deshonra.
A pesar del respiro de las legislativas de noviembre -el Comeback Kid parec¨ªa haberse recuperado-, las revelaciones del fiscal Starr y el avance del procedimiento de impeachment obligaron a la Casa Blanca a aceptar lo inevitable y a apostar, como mal menor, por una "devaluaci¨®n controlada" de la reputaci¨®n de Clinton: el Congreso censurar¨ªa de forma p¨²blica la conducta de un presidente arrepentido, pero sin llegar a proponer al Senado su destituci¨®n.
La estrategia de la "devaluaci¨®n controlada" es siempre dif¨ªcil (recordemos c¨®mo acab¨® en diciembre de 1994 el intento de las autoridades mexicanas por lograrla, o, en agosto pasado, la similar decisi¨®n de las autoridades rusas sobre el rublo). Pero tuvo un precedente feliz en el oto?o de 1992, cuando, tras la primera devaluaci¨®n de la peseta, Carlos Solchaga afirm¨® que no descartaba un nuevo reajuste "moderado" de nuestra divisa. Aunque aquellas ins¨®litas declaraciones provocaron estupor en las autoridades alemanas -Hans Tietmayer, el hoy presidente del banco central alem¨¢n, nos pidi¨® aclaraciones en el Comit¨¦ Monetario-, tuvieron un parad¨®jico efecto bals¨¢mico: al restar verosimilitud al impeachment de la peseta -su traum¨¢tico abandono del SME-, contribuyeron a estabilizarla en torno al depreciado valor que ya ten¨ªa. De parecida manera, la censura del Congreso a Clinton ser¨ªa esa "devaluaci¨®n controlada" que tan s¨®lo reconocer¨ªa oficialmente un descr¨¦dito moral ante la opini¨®n p¨²blica que se hizo realidad hace ya meses.
A pesar del rechazo por el Comit¨¦ Judicial del Congreso, ?se abrir¨¢ paso ma?ana en el pleno de la C¨¢mara la moci¨®n de censura? En El arte de la manipulaci¨®n pol¨ªtica William Riker relata una escaramuza parlamentaria similar, que vivi¨® el Senado romano en el siglo I. Un c¨®nsul hab¨ªa aparecido muerto, sin que constara si de resultas de un suicidio o asesinado por sus sirvientes. Plinio el Joven, persuadido de la inocencia de los criados, sab¨ªa que una gran mayor¨ªa de senadores deseaba castigarles, unos con la muerte, otros con el destierro. Buscando la absoluci¨®n, convenci¨® al Senado de que votara directamente entre las tres opciones posibles -absoluci¨®n, destierro o muerte-, en vez de dirimir primero la culpabilidad o inocencia y despu¨¦s, en su caso, la modalidad de castigo. No alcanz¨® empero su prop¨®sito, pues los partidarios de la pena de muerte, adivinando las intenciones de Plinio, retiraron su propuesta y apoyaron el destierro, que triunf¨®.
Si se ofreciera ma?ana a los congresistas la opci¨®n del castigo moderado -la censura o "devaluaci¨®n controlada"-, tendr¨ªa visos de prosperar. El presidente del Congreso, el republicano Livingston, se lo malicia, y por eso ha anunciado que no admitir¨¢ tal moci¨®n.
Hillary salv¨® a Clinton en el primer ataque, librado ante la opini¨®n p¨²blica. Ahora necesita de un Plinio que le salve del segundo, el Congreso.
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