"?No os gusta tanto tener hijos? Pues vais a tener uno serbio"
Cinco refugiadas albanokosovares relatan los abusos sexuales cometidos por paramilitares serbios
ENVIADO ESPECIALI. T. ronda los 29 a?os. Es madre de seis hijos. Hasta hace 14 d¨ªas viv¨ªa en Draga?in, un pueblecito diminuto de Suhareca, en Kosovo. Hoy esconde la cabeza entre las piernas, teme estar embarazada y amenaza con suicidarse. I.T. es una de las cinco deportadas por tropas serbias que han denunciado violaciones, pero se cree que son muchas m¨¢s. "Es algo m¨¢s sencillo hablar de un asesinato de un familiar que de un abuso sexual, la mayor¨ªa de las mujeres prefiere ocultarlo", dice Joanne Mariner, de Human Rights Watch, una de las ONG m¨¢s activas en la defensa de los derechos humanos. "La ¨²nica raz¨®n por la que se han decidido a explicar su situaci¨®n es por el p¨¢nico que les produce llegar a tener un hijo de su enemigo". "No son las ¨²nicas. Otras niegan haber sido forzadas sin que nadie les pregunte y les tiemblan las manos", confiesa Elvana Guezha, de Unicef.
"Era el 19 de abril. Me encontraba en el jard¨ªn. De repente vi llegar a cientos de polic¨ªas serbios. Iban a pie, en camiones y blindados. Comenzaron a disparar. Los hombres escaparon al monte para evitar ser apresados. Quedamos 200 ni?os, 100 mujeres y 11 ancianos", explica Sherife Trolli. "Nos reunieron, separaron del grupo a los viejos y sin mediar palabra les pegaron un tiro. Yo vi c¨®mo los mataban. Despu¨¦s les arrojaron a un pozo. Luego se acercaron al grupo y nos dijeron: "A¨²n hay sitio para todos vosotros". Pens¨¢bamos que ¨ªbamos a morir".
Sherife es la ¨²nica de todo Draga?in que habla serbio. Ese conocimiento y la edad, 45 a?os, le salv¨® de ser una de las v¨ªctimas de los abusos, pero ahora arrastra el peso de saber lo que all¨ª sucedi¨® los d¨ªas 19, 20 y 21 de abril. "Tras matar a los viejos, nos dividieron en tres grupos. Cada uno fue encerrado en una casa. Los polic¨ªas y los paramilitares escogieron a las mujeres m¨¢s j¨®venes y hermosas con linternas. Se las llevaron a otra casa en la que hab¨ªan instalado el cuartel general. Quer¨ªan que cocinaran para ellos. Las mujeres se cubr¨ªan el rostro y suplicaban entre gritos y sollozos no tener que acompa?arles".
La psiquiatra estadounidense Christiana Moore, quien trata de recuperarlas del trauma, tiene el testimonio directo de dos de las cinco. "En esa casa les obligaron a servir caf¨¦ con los pechos al aire. Mientras hac¨ªan el trabajo, las manosearon y jugaron con ellas, despu¨¦s las violaron. Al terminar la penetraci¨®n, les daban chocolate y las s devolv¨ªan con las dem¨¢s". Sherife recuerda bien lo de las chocolatinas. "Todas las que se iban regresaban dos o tres horas despu¨¦s con ese regalo. Todas menos I.T.. Cuando ella entr¨® en la habitaci¨®n, uno de sus hijos le pregunt¨®: "?por qu¨¦ no me has tra¨ªdo nada?" Ella se puso muy furiosa y comenz¨® a pegarle: "?Acaso quieres que tu madre se venda?"
El sistema de selecci¨®n con linterna se repiti¨® en la tercera noche. Una de las mujeres que fue violada por varios soldados, de 29 a?os igual que I.T., ha contado a la psiquiatra Moore, especialista de M¨¦dicos Sin Fronteras, que uno de los agentes le advirti¨® de que no opusiera resistencia. "Ese polic¨ªa", recuerda Sherife atus¨¢ndose el cabello, "entr¨® en la habitaci¨®n cuando estaba sola. No la toc¨®. Parec¨ªa estar en desacuerdo con los otros".
Al cuarto d¨ªa, los polic¨ªas se llevaron a los mujeres y ni?os a Duhel. All¨ª les exigieron una tasa de 50 marcos alemanes (4.250 pesetas). "Es el impuesto por los bombardeos de la OTAN", dec¨ªan. "Para asegurar el cobro, los paramilitares tomaron a los ni?os por el cuello y les amenazaron con cuchillos. Entre todas les entregamos 4.000 marcos (340.000 pesetas)", sostiene Sherife. En Duhel pasaron otros tres d¨ªas sin poder lavarse ni comer. Despu¨¦s fueron llevadas hasta la frontera con Albania y expulsadas de su pa¨ªs.
"No creo que podamos hablar todav¨ªa de un patr¨®n de comportamiento", afirma Moore. "Es muy pronto para proclamar que se est¨¢ utilizando la violaci¨®n como arma de guerra". Joanne Mariner est¨¢ de acuerd, pero no cree que lo sucedido en Draga?in sea un caso aislado. Habr¨¢ m¨¢s. En Bosnia, por ejemplo, las violaciones masivas comenzaron a conocerse varios meses despu¨¦s del inicio de la guerra y de la pol¨ªtica de limpieza ¨¦tnica. En Kosovo, las denuncias de abusos llegaron con cuenta gotas, pero los de ahora empiezan a parecerse a los sucedidos en 1992 y 1993 en Bosnia-Herzegovina."Primero hay que trabajar con las que han denunciado los hechos", asegura Moore, "conseguir que individualicen lo ocurrido, despu¨¦s vamos a crear grupos de trabajo para que se ayuden entre ellas. Los dem¨¢s casos comenzar¨¢n a emerger. No nos importa tanto el n¨²mero, lo importante es que ninguna de las agredidas quede sin nuestra atenci¨®n".
Las mujeres se recuperan en el hospital de campa?a del campamento de los Emiratos ?rabes Unidos. Est¨¢n protegidas de la curiosidad de los medios de comunicaci¨®n por los militares de ese pa¨ªs. A la pobre I.T. la tuvieron que sacar de ese campo de refugiados para evitar el acoso. "Lo que no se dan cuenta muchos periodistas, sobre todo los de televisi¨®n, es que en su af¨¢n por conseguir una informaci¨®n a cualquier precio pueden terminar por destruir a una persona. Todo lo que les ha sucedido en Kosovo es muy reciente. No est¨¢n a¨²n preparadas. Saben qui¨¦n es su marido, sus hijos o sus amigos, pero el resto de los varones est¨¢n en el mismo plano que los violadores. A nosotras nos ha costado muchas horas ganar su confianza y ahora no la podemos quebrar porque alguien desea formular un par de preguntas ¨ªntimas para un reportaje. A veces, en estos casos, la obsesi¨®n por la noticia es una segunda violaci¨®n". Christiana Moore habla as¨ª de claro.
"Est¨¢n traumatizadas. Nuestro trabajo es ganarnos su confianza. El hablar les ayuda. Son mujeres poco sofisticadas. Una de ellas, por ejemplo, sent¨ªa terror a desnudarse y permitir que la ginec¨®loga la examinara. Otra culpa a su marido por no haber estado all¨ª para protegerla. I. T. jur¨® suicidarse si se probaba su embarazo", dice Moore. "Para los occidentales, es muy f¨¢cil hablar del aborto, pero en su sociedad no es una alternativa tan sencilla. La sola idea de tener un hijo de su enemigo les aterra", asegura Mariner. Elvana Ghezah, de Unicef, coincide con Sherife Troli en un detalle macabro: los violadores espetaban a las mujeres "?no os gusta tanto tener hijos? Pues ahora vais a tener uno serbio".
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