Empez¨® la feria
En eso lleg¨® la primavera y el Madrid agarr¨® el paroxismo al¨¦rgico que suelen sufrir los que no se aguantan: tir¨® la Liga, despidi¨® a Hiddink, coquete¨® con Lippi, patin¨® con Capello y por fin, en una inspiraci¨®n repentina, o quiz¨¢ por influjo mal¨¦fico de Jos¨¦ Luis N¨²?ez, sac¨® a JB Toshack de su agujero turco y le dijo que mano dura con el vestuario.Desde entonces no ha salido de la p¨¢gina de sucesos.
Recapitulemos. Es razonable pensar que, en un principio, un cincuent¨®n revenido como don JB debi¨® de pensar que con la llamada del Campe¨®n de Europa se le hab¨ªa aparecido la Virgen de la Paloma, as¨ª que, dicho y hecho, tom¨® lo que parec¨ªa el ¨²ltimo tren de la fama sin perder un minuto. Ya en Madrid entr¨® en un fulminante estado de euforia; no hab¨ªa m¨¢s que verle, tan gentil y tan chispeante, decidido a recitar una y otra vez ante las c¨¢maras su consabido repertorio de ocurrencias. Nadie pareci¨® darse cuenta del escaso fondo de dicha rutina, pero se trataba de aquellos cargantes chistes de Jerry Lewis que a estas alturas del siglo s¨®lo hacen gracia en los auditorios latinos cuando, adem¨¢s de fingir una cogorza, el artista los cuenta con acento ingl¨¦s.
Luego, siguiendo las consignas de la superioridad, interpret¨® a su manera el asunto de la mano dura. A partir de entonces empez¨® un estropicio de proporciones descomunales: seg¨²n testigos oculares, don JB arranc¨® el bander¨ªn de c¨®rner y entr¨® en la caseta dispuesto a todo; no se sabe si en su primer impulso lleg¨® a tropezar con la pastilla de jab¨®n, pero lo ¨²nico que ha hecho hasta ahora es pisar todos los charcos, convertirse en perejil de todas las salsas y acabar con lo que quedaba de mobiliario.
Para ser justos debemos atribuirle un hallazgo que ha conmovido a la maleada estirpe de los ojeadores: quien quiera dominar el f¨²tbol del tercer milenio no deber¨¢ buscar refuerzos en la din¨¢mica escuela holandesa, o en la exuberante escuela brasile?a o en la sugestiva escuela francesa o incluso en la exigente factor¨ªa italiana. Quien quiera conseguir la octava Copa de Europa deber¨¢ comprar en la Liga turca o, alternativamente, procurarle futbolistas a un tal Lucidio, muy conocido en los reservados de la UEFA y en las c¨¢tedras de fado de la Lisboa profunda.
Tampoco hay que buscar relaciones causa-efecto entre la aportaci¨®n de don JB y todos los desperfectos de la Casa Blanca. Conviene reconocer, por ejemplo, que, gracias a sus recomendaciones y buenos oficios, el Madrid, que ya ten¨ªa a Ra¨²l, Hierro, Roberto Carlos, MacManaman, Redondo, Savio, Seedorf, Mijatovic, Morientes, Guti, Suker y algunos otros jugadores acreditados en todo el mundo, y que hab¨ªa apalabrado dos fichajes tan solventes como Salgado y Helguera en el mercado espa?ol, se ha tra¨ªdo a Geremi como guinda para el merengue. ?Que qui¨¦n es Geremi? Pues, si nos atenemos a las referencias de su propio valedor, parece que no tiene mucho que ver con Pel¨¦, con Maradona, o incluso con Ognjenovic, el fino estilista que lleg¨® al Bernab¨¦u con la divisa de m¨¢xima figura yugoslava. Seg¨²n don JB el robusto Jerem¨ªas es, oh, cielos, la viva estampa de Oceano, aquel sudoroso jugador portugu¨¦s que se fue del f¨²tbol espa?ol sin ganar un mango.
Adem¨¢s, y desde la llegada de nuestro hombre, el Madrid ha fichado y repudiado a Ronaldo, ha vuelto loco a Zidane y ahora est¨¢ tonteando con Anelka como si no supiera lo que tiene ni lo que quiere. Esto, sin contar la balada de los once cabroncetes y la bacalada del osito de peluche que Suker le compr¨® a su novia, Ana Obreg¨®n, en Harrod"s.
Conclusi¨®n: en este cuadro tremendista s¨®lo falta el conde Lecquio, ahora conde Nabucco. D¨¦mosle tiempo.
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