Diez orejas
Se cortaron diez orejas, diez, y que no cayera tambi¨¦n el rabo result¨® absolutamente inexplicable. ?El p¨²blico lo ped¨ªa! Lo ped¨ªa para Miguel Abell¨¢n, que le hizo al sexto toro la faena de la tarde y, sin embargo, el presidente, que se pas¨® la corrida sacando el pa?uelo para regalar orejas aunque no las pidiera casi nadie, a la exigencia ruidosa y apasionada del rabo no accedi¨®. Los presidentes en general y ¨¦ste de San Sebasti¨¢n de los Reyes en particular son un caso freudiano.Diez orejas se cortaron y, francamente, ser¨ªa dif¨ªcil explicar a qui¨¦n. Comentaban por all¨ª que era a los toros pero toros no sali¨® ni uno. Masas amorfas, negras, peludas y acornes, s¨ª. Ahora bien: g¨¦nero amorfo, peludo y acorne se ve cada d¨ªa en cualquier parte -no hay m¨¢s que mirar alrededor- y eso no significa que se trate de toros.
Zalduendo / Manzanarez, Tom¨¢s, Abell¨¢n
Toros de Zalduendo, de escasa presencia, sospechosos de pitones, algunos escandalosamente romos, muy flojos; al 2?, tipo cabra y mutilado, se le simul¨® la suerte de varas; todos pastue?os.Jos¨¦ Mari Manzanares: estocada corta ca¨ªda y rueda insistente de peones (silencio); estocada corta (dos orejas, la segunda sin apenas petici¨®n). Jos¨¦ Tom¨¢s: pinchazo y estocada muy trasera (dos orejas); estocada trasera baja y rueda de peones (dos orejas, la segunda sin apenas petici¨®n). Miguel Abell¨¢n: estocada corta y rueda de peones (dos orejas con escasa petici¨®n); en la suerte de recibir, pinchazo y estocada (dos orejas y petici¨®n de rabo). Los tres salieron a hombros por la puerta grande. Plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes, 29 de agosto. 5? corrida de feria. Lleno.
Algunos de los ejemplares peludos que salieron por los chiqueros de la plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes luc¨ªa m¨¢s agresivas las orejas que los cuernos. A tales efectos destac¨® el corrido en segundo lugar, que ten¨ªa tipo cabra. Apareci¨® y algunos espectadores, expertos en idiomas, le saludaron con un "Beee". Al toro tipo cabra ni se le pudo picar. El picador se limit¨® a apoyar la puya en el lomo y con s¨®lo ese toque el pobre animalillo se desplom¨®. Jos¨¦ Tom¨¢s lo cit¨® de largo con mucha prosopopeya para darle las chicuelinas, y al recortar la segunda la asendereada cabra rod¨® patas arriba.
Mucha gente se puso a protestar. Hasta que Jos¨¦ Tom¨¢s ci?o los estatuarios, enjaret¨® tres redondos y al tercero result¨® volteado. Pas¨® entonces a la izquierda y tore¨® al natural con la calidad propia de su sello: la muleta presentada tersa, el embarque suave, el recorrido largo, las suertes ligadas a la perfecci¨®n. Clamores provoc¨® aquello. "?Es ¨²nico!", "Pertenece a otra galaxia!", se o¨ªa exclamar, y la gente lo aprobaba con movimientos afirmativos de cabeza o rubricando: "S¨ª se?or, totalmente de acuerdo". Se uni¨® otra voz: "Cuando torea Jos¨¦ Tom¨¢s las entradas deber¨ªan valer 50.000 pesetas". Esta moci¨®n, en cambio, no fue aceptada ni por los tomasistas m¨¢s convencidos, y le respondieron que "Amos anda", que las 50.000 pesetas las iba a pagar su t¨ªa.
Entr¨® en liza despu¨¦s Miguel Abell¨¢n y, efectivamente, se pudo comprobar que ya no era lo mismo. Abell¨¢n no ejecutaba las suertes ni con gusto ni con armon¨ªa. Y no las ligaba; por el contrario, en cada pase rectificaba terrenos. Se pas¨® la faena corriendo.
Ahora bien, seg¨²n pone en la Biblia -que es sabia al tratar las miserias de este mundo y los prodigios del otro-, el que est¨¦ libre de pecado que arroje la primera piedra. Y ocurri¨® que cuando Jos¨¦ Tom¨¢s se hizo presente en el quinto toro mientras los partidarios le gritaban "?A por el rabo!", quien no ligaba los pases era ¨¦l. Unos derechazos los dio corriendo. Ejecut¨® cinco tandas de naturales y entre que me voy o que me dedico al unipase, no lig¨® ninguno. Se desquit¨® en las postrimer¨ªas del largo trasteo mediante unos ayudados de izquierda, pierna arqueada, a la manera de Ponce, que -por cierto-, es el genuino especialista en la materia. Los ayudados entusiasmaron al p¨²blico mas pag¨® el precio de pasar de faena a la menudencia negra y peluda, que no se le cuadraba. Mat¨® al fin y le dieron dos orejas. Iban ya ocho.
Las paradojas de la vida: Abell¨¢n, que en su anteriormintervenci¨®n no hab¨ªa ligado, en la postrera lig¨®. La realidad es que Abell¨¢n arm¨® un aut¨¦ntico alboroto; primero con un inveros¨ªmil cambio por la espalda, despu¨¦s con unos ce?idos ayudados, en la parte fundamental de la faena templando los redondos y los naturaless y salpicando las tandas de remates variados y bellos. Y, por si fuera poco, mat¨® en la suerte de recibir... "?El-ra-bo, el-rabo", demandaba el p¨²blico, enfervorizado.
Cuatro orejas Tom¨¢s, cuatro Abell¨¢n. ?Y las otras dos, que hacen diez? Pues esas dos se las llev¨® Manzanares, que tras pajarearle dubitativo al primer negro peludo, en el cuarto dijo aqu¨ª estoy yo. E instrument¨® tres tandas de redondos y una de naturales con el aroma propio de los toreros buenos.
La exquisitez tambi¨¦n parec¨ªa venir de distinta galaxia. Con lo cual la tarde transcurr¨ªa batiendo records, como en los Mundiales de Sevilla: ya eran tres las galaxias, diez orejas, seis masas negras peludas con m¨¢s orejas que cuernos, uno que quer¨ªa subir las entradas a diez mil duros y arriba, en el palco, el gui?ol.
Babelia
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