'Narcosalas'
Dos s¨®rdidas materias abordan los pol¨ªticos de la Comunidad de Madrid: la drogodependencia y la prostituci¨®n en la Casa de Campo. Las abordan no cogiendo el toro por los cuernos -dicho sea con perd¨®n y sin prop¨®sito de se?alar-, sino algunos de sus aspectos colaterales aunque -eso s¨ª- d¨¢ndoles el ¨¦nfasis con que se anuncian los grandes asuntos sociales. La drogadicci¨®n, que es un serio problema, tiene entre sus muchos problemas derivados las consecuencias nefastas para la salud que acarrea inyectarse droga adulterada. La prostituci¨®n, que es tambi¨¦n un serio problema tiene entre sus muchos problemas derivados el da?o que produce a la convivencia cuando secuestra la ciudad ese mercadeo, con todos sus componentes de prostitutas, clientes, proxenetas, chulos, bronca y esc¨¢ndalo.La soluci¨®n que proponen algunos grupos pol¨ªticos para el problema mencionado de la droga es crear narcosalas a fin de que los drogadictos puedan inyectarse en un ambiente relajado e higi¨¦nico, donde se les facilitar¨¢n los ¨²tiles necesarios y hasta se sugiere que la droga se les dispense gratuitamente. Alguien olvida que la enfermedad peor es la propia droga, azote de un alto porcentaje de ciudadanos, en su mayor¨ªa j¨®venes, que quiz¨¢ arrastren las secuelas y la dependencia el resto de sus vidas. En cuesti¨®n de dependencias se est¨¢n haciendo unas afirmaciones sin base, a veces demag¨®gicas, que acaban justificando de alguna manera la drogadicci¨®n. Se ha dicho en un congreso de neum¨®logos que es preciso crear unidades para el tratamiento del tabaquismo en los centros sanitarios, pues el tabaco provoca en los fumadores una dependencia similar a la hero¨ªna en los drogadictos. Y no es verdad.
No es verdad en absoluto porque habr¨¢ dependencia, pero ning¨²n fumador, bajo los efectos de la fumarada o con s¨ªndrome de abstinencia, reacciona abandonando el trabajo, arruinando a su familia o volvi¨¦ndose tarumba. La hero¨ªna y las restantes drogas se llaman con propiedad estupefacientes precisamente por el estado de estupor en que colocan a sus consumidores. Estupor, que se traduce en ausencia de la realidad que les rodea, indiferencia a todo est¨ªmulo material y espiritual que no sea el propio consumo de la droga. Ah¨ª estriba el ¨¦xito y el enriquecimiento ilimitado de los narcotraficantes, cuya clientela es insaciable. Los pa¨ªses productores conocen muy bien el tr¨¢gico alcance de la drogadicci¨®n y luchan denodadamente para erradicarla. El opio fue el primer negocio de narcotr¨¢fico a gran escala que abati¨® al mundo. Son historia los fumaderos de opio de la misteriosa China -antecedente de las narcosalas que se quieren ahora crear- muy conocidos por los relatos literarios y cinematogr¨¢ficos. Uno recuerda La pagoda de cristal, entre muchas novelas apasionantes que relatan esos s¨®rdidos ambientes, e innumerables pel¨ªculas donde se ve a los caballerosos ingleses (y algunos h¨¦roes yanquis) sufrir en Cant¨®n, en Hong Kong, en Pek¨ªn y la Ciudad Prohibida, en la epopeya del nav¨ªo Arrow, en tantos m¨ªticos lugares, la refinada crueldad de los mandarines o de los rebeldes b¨®xer, la mayor¨ªa de ellos opi¨®manos.
Y, sin embargo, casi nada de eso, fabulado por excelentes escritores, respond¨ªa a la realidad. Lo que de verdad quer¨ªan los chinos era erradicar el contrabando y el azote del opio, que carcom¨ªa a sus ciudadanos. Pero semejante pretensi¨®n iba contra los intereses de los socios de la antigua Compa?¨ªa Brit¨¢nica de las Indias Orientales, que hab¨ªan hecho del opio un ping¨¹e negocio hasta el punto de que para mantenerlo Gran Breta?a provoc¨® dos guerras consecutivas contra China, a la que hizo claudicar y abrir puertos al servicio de sus tropas y sus mercaderes.
La hegemon¨ªa del opio termin¨®; mas aquellos prohombres, que bajo su proverbial flema y su halo de nobleza escond¨ªan una desalmada codicia, no iban a renunciar al suculento tr¨¢fico de estupefacientes. Quiz¨¢ quienes ahora controlan el mercado de la droga sean los mismos perros con distintos collares. Uno no se fiar¨ªa de los p¨ªos discursos sobre la drogadicci¨®n, por si acaso. Ni crear¨ªa narcosalas, ni emprender¨ªa ensayos en materia tan delicada. Los experimentos, con gaseosa. Los pol¨ªticos -y los periodistas, por supuesto- no est¨¢n capacitados para adoptar en el oscuro y peligroso inframundo de la droga medidas de consecuencias imprevisibles.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.