El v¨¦rtigo indomable

Shakira, cuyo nombre quiere decir en ¨¢rabe "diosa de la luz", se escurre como un pez de un destino presuntamente prefijado. Acerca del dorado destino de las diosas de la canci¨®n, de su boca salen perlas como: "Desinflen el ego, que engorda muy r¨¢pido" . Todo ello en una edad en la que ser¨ªa m¨¢s propio verla jugar a Madonna o Spice Girl. En la entrevista juega a una timidez seductora que parece sincera, lo que fuerza a pensar que no todos son posturitas en la hoguera de la vanidad del pop. Y, cuando se lee lo que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez dice de ella, la admiraci¨®n que el Nobel siente por esta peque?a compatriota, se descubre que es verdad que a ella no le importa un ¨¢pice que el color de sus trenzas no sea pol¨ªticamente el m¨¢s correcto. Ni que su empuje tenga m¨¢s que ver con la tradici¨®n de las m¨¢s preparadas mujeres anglosajonas -veteranas en abordar y hacer suyo el mundo masculino del rock and roll- que con el de las int¨¦rpretes latinas -m¨¢s resignadas a complacer de forma modosa y rom¨¢ntica desde los surcos del CD-. De ese empuje, Garc¨ªa M¨¢rquez dice: "Shakira parece haber olvidado demasiado pronto que ese v¨¦rtigo indomable naci¨® con ella, y Dios quiera que la acompa?e hasta su m¨¢s tierna vejez".