La inc¨®gnita Putin.
Nadie, ni fuera ni dentro de Rusia, sabe a ciencia cierta lo que va a significar la llegada al poder de Vlad¨ªmir Putin. No s¨®lo porque no se le conoce un programa elaborado (los programas valen lo que demuestren los hechos), sino porque sus intenciones, algunas de ellas ya explicitadas, tendr¨¢n que enfrentarse a unos condicionantes nada f¨¢ciles de manejar. Las expectativas y los recelos, cuando no el rechazo, que despierta Putin tendr¨¢n que esperar, pues, para verse confirmados. De momento, s¨®lo hay base para un an¨¢lisis que no puede dar casi nada por sentado, ni siquiera que la guerra de Chechenia es el factor de fondo y no coyuntural de este ¨¦xito. Los temores que despierta Putin convergen fundamentalmente en la posibilidad de una involuci¨®n dictatorial que signifique un retroceso grave en el nivel de libertades p¨²blicas alcanzado y una vuelta en el juego econ¨®mico al papel dominante del Estado, al estilo sovi¨¦tico. Con lo que Putin ha mostrado de momento, esta perspectiva, desde luego, a¨²n no es descartable y, de ser as¨ª, deber¨ªa verificarse bastante pronto. Pero ni su pasado al servicio del KGB ni la guerra en Chechenia son elementos suficientes para pensar que ¨¦se es el camino inevitable.Por un lado, conviene recordar que, por parad¨®jico que parezca, los servicios secretos sovi¨¦ticos han tenido un papel nada despreciable en la emergencia de dirigentes reformistas: Mija¨ªl Gorbachov, que declara no abrigar ning¨²n temor de involuci¨®n antidemocr¨¢tica respecto a Putin, lleg¨® al poder apadrinado por Yuri Andr¨®pov, gran jefe del KGB en los buenos tiempos; Edvard Shevardnadze, largos a?os jefe del KGB en la Georgia sovi¨¦tica, ha sido el gran ministro de Exteriores de la perestroika y es ahora un presidente mucho m¨¢s presentable para la Georgia independiente que el anterior, Zviad Gamsajurdia, un disidente del periodo sovi¨¦tico reconvertido a dictador nacionalista; o el propio Yevgueni Primakov, jefe de los servicios de inteligencia bajo Yeltsin, que tan indulgente simpat¨ªa despertaba hasta hace muy poco a¨²n, tanto en Rusia como en Occidente.
Por otro lado, la guerra en Chechenia no es un producto fabricado al servicio del delf¨ªn en vistas a garantizar su victoria en las urnas, o una cortina de humo para desviar la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica de los verdaderos e ingentes problemas. Es el resultado de una combinaci¨®n nefasta entre, por parte rusa, una pol¨ªtica totalmente err¨¢tica y err¨®nea respecto a Chechenia y, por parte chechena, unos dirigentes cuando menos irresponsables. Todo ello, sin olvidar ra¨ªces hist¨®ricas m¨¢s antiguas, conforma un proceso complejo que arranca desde 1992, en los inicios del periodo postsovi¨¦tico, se hunde en el atolladero de la primera guerra de 1994-1996 (que une a los chechenos y divide a los rusos) y que desemboca, tras las incursiones armadas en Daguest¨¢n y los sangrientos atentados en Mosc¨² y otras ciudades, en esta segunda guerra (que, esta vez, divide bastante a los chechenos y une a los rusos), en donde la factura m¨¢s alta la sigue pagando la poblaci¨®n civil chechena.
Pero no es realista pensar que alguno de los principales representantes de la oposici¨®n, puesto en el lugar de Putin y en las condiciones de descomposici¨®n del poder imperantes en Chechenia, hubiera actuado de manera sustancialmente distinta. Desde luego, ninguno de la oposici¨®n comunista-nacionalista, pero tampoco Grigori Yavlinski, el dirigente del partido liberal Yabloko, que muchos, en Occidente y en Espa?a, insisten en presentar como el ¨²nico pol¨ªtico civilizado, europe¨ªsta y verdadero dem¨®crata, el ¨²nico en oponerse a la guerra. Yavlinski, cuya l¨ªnea pol¨ªtica lleva adem¨¢s una enorme responsabilidad en la divisi¨®n del campo democr¨¢tico y en el debilitamiento de anteriores gobiernos reformistas, no ha dicho nada contra la guerra hasta casi tres meses despu¨¦s de su inicio y ha evitado su cr¨ªtica en la campa?a electoral presidencial. El otro dirigente m¨¢s destacado de su partido, Vlad¨ªmir Luk¨ªn, largo tiempo presidente del comit¨¦ parlamentario para Asuntos Exteriores, explicaba a finales de noviembre de 1999 el ¨¦xito de la intervenci¨®n militar por ser ¨¦sta una guerra justa, que hab¨ªa de ser llevada contra los "bandidos" para liberar Chechenia, sin importar lo que pensara Occidente al respecto. Y, desde luego, no pon¨ªa en duda el origen checheno de los atentados de septiembre de 1999, descartando, por tanto, la hip¨®tesis de un montaje de los servicios especiales rusos. En resumen, una posici¨®n id¨¦ntica en esencia a la del conjunto de la clase pol¨ªtica rusa. Son pocos los que, como Sergu¨¦i Kovaliov, abanderado de los derechos humanos en Rusia, han mantenido una coherencia personal en esta tragedia: Kovaliov denuncia con vehemencia los abusos y cr¨ªmenes contra la poblaci¨®n civil por parte de las tropas rusas en la conducci¨®n de la guerra, lo que no le impide se?alar la responsabilidad de los dirigentes chechenos en el inicio de ¨¦sta.
Tampoco es cierto que no se sepa mucho del nuevo presidente ruso, en todo caso, ni mucho m¨¢s ni mucho menos de lo que se sab¨ªa de Gorbachov cuando llega al poder o de Yeltsin cuando emerge como figura de la oposici¨®n democr¨¢tica a finales de los ochenta. Por lo que se sabe de su generaci¨®n, del KGB de los a?os setenta, de su trayectoria en la alcald¨ªa de Leningrado/San Petersburgo y de lo que ¨¦l mismo ha explicado en diversas entrevistas y declaraciones, es posible hacerse una idea del personaje que s¨®lo los hechos podr¨¢n corroborar. Putin, desde luego, no es lo que desde la perestroika se ha venido en llamar un dem¨®crata liberal ni tampoco un conservador del campo comunista-nacionalista. En ese sentido, no tiene ideolog¨ªa, sino que es hijo del tardosovietismo, es decir, de una generaci¨®n que no necesita creer en la exaltaci¨®n ideol¨®gica del sistema y parte de la cual se instala en un pragm¨¢tico patriotismo sin inquietudes intelectuales y pol¨ªticas. Es un patriota de esa forma tambi¨¦n desideologizada que permit¨ªa incluso al ruso exiliado blanco inmigrado o v¨ªctima an¨®nima de la apisonadora estalinista sentir orgullo por los ¨¦xitos espaciales sovi¨¦ticos o emoci¨®n por los coros del Ej¨¦rcito Rojo. En cierta medida, este rasgo coincide tambi¨¦n con una caracter¨ªstica importante de las ¨²ltimas elecciones presidenciales (tan re?idas, que desmienten la idea de que la sucesi¨®n de Yeltsin ocurrir¨ªa inevitablemente en medio de graves turbulencias desestabilizadoras o que ser¨ªa una transmisi¨®n de poder de tipo feudal), a saber que, por primera vez, un proceso electoral en Rusia no ha estado dominado por la polarizaci¨®n del enfrentamiento democracia versus comunismo. Y, probablemente, no es casual para su ¨¦xito que, a pesar de su designaci¨®n por Yeltsin, Putin no ha sido percibido por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n como un hombre de ¨¦ste y que ¨¦l mismo ha tenido cuidado en subrayar que empezaba una nueva era. En otras palabras, adem¨¢s de su firmeza sin contemplaciones en la guerra de Chechenia, no ser "conocido" ha jugado claramente a su favor. Estos dos elementos combinados han dado credibilidad a lo que ha sido su l¨ªnea b¨¢sica de presentaci¨®n: orden, reforma y ley, una l¨ªnea de la que muchos dem¨®cratas en Rusia temen que s¨®lo se quede en lo primero.
De momento, nada permite asegurar que Putin no siga en la din¨¢mica de reforma abierta, a trancas y barrancas, en 1992. Es evidente que considera imprescindible reforzar el Estado para llevarla a cabo, pero eso en s¨ª no es preocupante si se trata de la capacidad ejecutiva para aplicar leyes o recaudar impuestos, algo indispensable para cualquier Estado, y no digamos para el ruso, debilitado por dentro y por fuera. Y, al menos de momento, no ha empezado a dar la tabarra con el discurso esencialista sobre la especificidad de la v¨ªa rusa. Putin buscar¨¢ probablemente normalizar las relaciones con la oposici¨®n comunista para evitar la inmovilidad anterior y reforzar el campo de actuaci¨®n del Estado, en particular en las rep¨²blicas y regiones que se han convertido en actores pol¨ªticos de peso. A corto y medio plazo, en el ¨¢mbito interno, la piedra de toque de los objetivos de Putin -y de su capacidad para implantarlos- reside, sin duda, en c¨®mo evoluciona el papel de los oligarcas, de las Fuerzas Armadas y de los servicios de seguridad, c¨®mo se aborda la prometida lucha contra la corrupci¨®n y en qu¨¦ nivel se mantiene la libertad de expresi¨®n en el pa¨ªs. En cuanto a la actuaci¨®n exterior, la pol¨ªtica rusa respecto a la CEI (Comunidad de Estados Independientes) seguir¨¢ siendo un eje central en la definici¨®n de sus intereses de Estado. Las relaciones con Occidente no ser¨¢n f¨¢ciles, pero no peores que en los ¨²ltimos dos a?os, y es dudoso que se instalen en el enfrentamiento sistem¨¢tico, aunque no se ceda, al menos en apariencia, en temas como Chechenia. De hecho, por ahora, Vlad¨ªmir Putin evoca sobre todo a De Gaulle y, como ¨¦ste, aspira probablemente m¨¢s que nada a devolver a Rusia la grandeur. Queda por ver a qu¨¦ precio, ya que de momento ha privilegiado el recurso al brazo armado, aunque dice tener claro que la fuerza del pa¨ªs ha de radicar, ante todo, en su desarrollo econ¨®mico y social. Mientras tanto, se tratar¨¢ b¨¢sicamente de utilizar cualquier ocasi¨®n para recordar que no hay que olvidarse de contar con Rusia.
Carmen Claud¨ªn es responsable del ?rea de Pa¨ªses del Este de la Fundaci¨®n CIDOB.
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