El Madrid conquista la octava por KO
El equipo de Del Bosque gole¨® al Valencia en una final espectacular en Saint Denis
Con una solvencia que pocos esperaban, el Madrid tumb¨® al Valencia en la final de Par¨ªs y conquist¨® su octava Copa de Europa. Fue una victoria aplastante, incuestionable desde todos los puntos de vista. El Madrid super¨® al Valencia por juego, por organizaci¨®n y hasta por vitalidad. Todos y cada uno de sus jugadores tuvieron una actuaci¨®n impecable. De ah¨ª, la distancia que se abri¨® entre los dos equipos. El Valencia padeci¨® un calvario, ajeno a un partido que le pes¨® en exceso. Nunca pudo poner una respuesta al Madrid, que funcion¨® con una seguridad tremenda, como si la historia estuviera de su parte en la competici¨®n que m¨¢s quiere.M¨¢s que razones para dudar del Madrid, estaba la perplejidad que ha provocado un equipo bastante dif¨ªcil de definir. Por supuesto, no se discuti¨® la categor¨ªa de sus jugadores, ni tampoco el notable juego que hab¨ªa ofrecido en los momentos cruciales de la Copa de Europa. Pero al Madrid le hab¨ªa faltado consistencia y trazo, que es precisamente lo que le sobr¨® en la final. Su firmeza comenz¨® por la defensa, donde Helguera intercept¨® a Piojo L¨®pez con una seguridad impresionante. El libre del Madrid ley¨® perfectamente todos los lanzamientos al supers¨®nico delantero argentino. Desactivado el ¨²nico recurso del Valencia, el Madrid decidi¨® que su buena estrella pasara por un eficaz ejercicio de elaboraci¨®n. El juego vir¨® a madridista tras unos minutos vibrantes, en los que se descosi¨® el f¨²tbol. Primero intervino Ca?izares a una mano para desviar un cabezazo de Anelka. En la siguienta jugada, el contragolpe del Valencia estuvo a punto de superar a la defensa madridista. All¨ª gir¨® el encuentro, que se volvi¨® propiedad del Madrid.
Lo m¨¢s novedoso fue que el Madrid se impuso por medio de algunas cualidades imprevistas, o m¨¢s corrientes en el Valencia. La cohesi¨®n defensiva result¨® perfecta. En el cap¨ªtulo de la eficacia se observaron aspectos individuales -Iv¨¢n Campo, Helguera y Karanka no flaquearon jam¨¢s- y colectivos, a trav¨¦s de una excelente organizaci¨®n. Morientes, por la izquierda, y Anelka, por la derecha, no descuidaron por un instante sus deberes defensivos. Cuando cont¨®, en la final de la Copa de Europa, todos los jugadores interpretaron su papel con una generosidad conmovedora. A la cabeza de todos, McManaman, que jug¨® el partido de su vida. Tantas veces cuestionado, el jugador ingl¨¦s actu¨® con una entereza asombrosa, con la clase de flair que le hizo famoso en el Liverpool. Alrededor de ¨¦l, Ra¨²l y Redondo, el Madrid dispuso del bal¨®n en cantidades industriales. Adem¨¢s no cay¨® en la banalidad. Hab¨ªa un prop¨®sito definido en el tejido del juego. En su horizonte, s¨®lo faltaba el gol, que lleg¨® en una jugada confusa, mal interpretada por Farin¨®s. El bal¨®n sali¨® rechazado y Salgado estir¨® la pierna izquierda para sacar un centro al segundo palo que fue cabeceado con limpieza por Morientes.
El efecto del gol tuvo m¨¢s consecuencias de las previsibles. El Valencia nunca regres¨® al partido. Sinti¨® el peso de la derrota demasiado pronto, como si la final le viniera grande. Todo esto a pesar de que le sobraba tiempo para poner en dificultades al Madrid. Pero le atac¨® la desesperaci¨®n. El Valencia se quebr¨® y pen¨® de mala manera hasta el final, superado por el Madrid de manera clamorosa. Los goles s¨®lo vinieron a justificar la supremac¨ªa de un equipo que actu¨® con una seguridad aplastante. Y entonces comenz¨® a hacerse justicia al partido y a la historia. Justicia personal que comenz¨® con McManaman, autor del segundo gol en una curiosa volea que sorprendi¨® a Ca?izares. El ingl¨¦s hab¨ªa sido una pieza decisiva en la cadena madridista, por su capacidad para moverse y tocar, por su despliegue incansable y por su optimismo.
El tanto de Macca cerr¨® cualquier posibilidad de recuperaci¨®n del Valencia, que se entreg¨®. Todo el tramo final fue muy duro para un equipo que deseaba terminar r¨¢pido con el calvario. Absolutamente descosido, permiti¨® el gol de Ra¨²l. De ah¨ª la justicia hist¨®rica. El mejor futbolista del Madrid consigui¨® marcar en la final de la Copa de Europa, en una jugada que habl¨® por igual de su excepcional categor¨ªa como jugador y de la desesperaci¨®n del Valencia, que acudi¨® con todo a un saque de c¨®rner y descuid¨® el cierre defensivo. Ra¨²l tom¨® la pelota en su campo y lo recorri¨® hasta enfrentarse con Ca?izares. Momento supremo del f¨²tbol porque Ra¨²l fue protagonista absoluto en esos ocho segundos: en su larga carrera hacia la porter¨ªa, en las decisiones que fue tomando, en el regate perfecto que ejecut¨®, en su delicado pase a la red.
La jugada fue recibida con el delirio de la hinchada madridista, que disfrut¨® de la oportunidad de tributar un largo homenaje. Homenaje que tampoco descuid¨® Del Bosque, siempre atento a la historia. A ¨²ltima hora, sac¨® a Sanchis y Hierro, dos jugadores que ingresar¨¢n en el pante¨®n de los mejores en la historia del Madrid, dos jugadores que representan el hilo conductor de un equipo que volvi¨® a triunfar en su competici¨®n m¨¢s deseada: la Copa de Europa.
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