Huesos de oro, mand¨ªbula de cristal
Hace unos d¨ªas, Pep Guardiola se puso los galones de capit¨¢n y le recomend¨® a Rivaldo que temple los nervios, suelte los m¨²sculos y espere la llegada de la pelota como el gato espera a los gorriones al abrigo de la chimenea: con una mezcla de concentraci¨®n y paciencia. No se trata, dice Guardiola, de inventar el f¨²tbol en cada recorte ni de convertir cada jugada en el gol del a?o, sino de tomar posiciones con naturalidad y de descifrar sin prisa los arcanos del juego. Tiene toda la raz¨®n en el diagn¨®stico y en la receta; sabe que Rivaldo es un excedente de cat¨¢logo, una de esas excepciones tropicales que es imposible clasificar y, a¨²n m¨¢s, un deportista ajeno a cualquier forma de disciplina.Basta con acudir a sus or¨ªgenes para entenderlo. Desde su etapa juvenil, Vitor Borba Ferreira fue la expresi¨®n exacta del genuino crack brasile?o. Seg¨²n la leyenda naci¨® en una s¨®rdida favela donde los hermanos eran sencillamente competidores. Luchaban por su cent¨ªmetro cuadrado y, a falta de libros y monedas, practicaban el ¨¢lgebra cont¨¢ndose los garbanzos. Tal situaci¨®n s¨®lo puede inspirar en cualquier ni?o medianamente sano un impulso de huida y, como se sabe, los ni?os del Brasil buscan siempre una salida por Maracan¨¢.
En la vida del menino Vitor Borba se repet¨ªa, pues, una terrible ecuaci¨®n: el alimento disponible nunca era proporcional al hambre. Todo lo dem¨¢s fue ¨²nicamente la traslaci¨®n de un l¨²gubre modelo matem¨¢tico a la biolog¨ªa; sus huesos apenas tuvieron el tiempo justo para calcificar, y su musculatura, apenas el tiempo justo para consolidarse. Poco despu¨¦s comenz¨® su entrenamiento b¨¢sico: por un prodigioso reflejo de supervivencia logr¨® reunir las energ¨ªas necesarias para recorrer, unas veces a pie y otras andando, los veinticinco kil¨®metros que le separaban de su primera cancha. Como otros veinte millones de garotos de distintas procedencias, complexiones y temperamentos se evad¨ªa de la miseria persiguiendo a Pel¨¦.
No se sabe si fue entonces cuando tom¨® las hechuras que hoy le conocemos, pero ese desgarbado tranco de marchador y ese latigazo de la cadera no representan una mutaci¨®n afortunada, sino una anomal¨ªa de la nutrici¨®n: la evidencia de que nunca consigui¨® comer tan r¨¢pidamente como crec¨ªa. Luego, forzado por sus propias imperfecciones, hizo de la necesidad virtud. Incorpor¨® un repertorio in¨¦dito de diabluras; recre¨® la variante zurda de Garrincha, la variante chueca de S¨®crates, la diagonal de Rivelinho y el fogonazo de Eder. Cuando quisimos darnos cuenta se hab¨ªa convertido en un futbolista incomparable, pero incorregible.
En realidad, Guardiola, siempre tan previsor, se ha limitado a leerle en un solo viaje el pasado y el futuro.
En la misma jugada ha enviado a todos, artista y espectadores, un mensaje de ida y vuelta: Rivaldo debe esperar la inspiraci¨®n, nosotros debemos esperar a Rivaldo.
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