El espa?ol, la libertad y la emoci¨®n del arte marcan la gala de los Pr¨ªncipe de Asturias
Monterroso y Barbara Hendricks protagonizan un brillante acto en defensa de los valores ¨¦ticos
/ JOS? ANDR?S ROJO Media ciudad de Oviedo est¨¢ en la calle de Ur¨ªa. Las gaitas, cientos de gaitas y de tambores, saludan el paso de los protagonistas de la tarde. Fort¨ªsimas medidas de seguridad. Trajes folcl¨®ricos. En la puerta del Campoamor, mujeres vestidas de gala nocturna -aunque s¨®lo son las seis de la tarde- y autoridades, esperando la llegada del Pr¨ªncipe y a la Reina. El teatro Campoamor est¨¢ forrado de terciopelo azul Principado. Est¨¢ lleno hasta los topes, y hay cientos de periodistas, muchos brasile?os, siguiendo al presidente Cardoso. Y m¨¢s polic¨ªas. De paisano, de uniforme, disfrazados de secretas. C¨¢maras de televisi¨®n, focos y calles cortadas para los coches oficiales. Himno nacional interpretado por gaitas. Puntualidad espartana, protocolo estricto (preside el Pr¨ªncipe; la Reina est¨¢ en un palco) y presentaciones de los premiados. Primero desfilan los 22 acad¨¦micos (entre ellos, dos mujeres: Panam¨¢ y Argentina). Luego, Gallo y Montagnier, y los m¨¢s aplaudidos: Augusto Monterroso, Umberto Eco y Barbara Hendricks.
Breve, ir¨®nico y humilde, el escritor guatemalteco sube al estrado. Agradece con un discurso minimalista y brillante la "valent¨ªa" del jurado al premiar a alguien como ¨¦l, "alejado de los reflectores y el bullicio", un nativo de "la Centroam¨¦rica vencida", un simple cuentista cuyo ideal ¨²ltimo consiste, dice, "en ocupar media p¨¢gina en el libro de lectura de una escuela primaria de mi pa¨ªs". Y a?ade, por si quedan dudas: "Acaso esto sea el m¨¢ximo de inmortalidad a que pueda aspirar un escritor".
Parece un d¨ªa enorme para el autor guatemalteco, capaz de inventar los cuentos m¨¢s peque?os y llenos de talento. All¨ª est¨¢, dice, reci¨¦n llegado de "una rep¨²blica bananera", ri¨¦ndose de s¨ª mismo como siempre y rodeado de grandes glorias internacionales. Un acto de justicia.
La sorpresa es Barbara Hendricks. Elegant¨ªsima y sonriente, llena el escenario con su presencia. La cantante, nacida en Arkansas (EE UU) y nacionalizada sueca, ha exigido a la organizaci¨®n que coloque la bandera de ese pa¨ªs en el teatro. Toma el micr¨®fono para decir unas palabras.
Y dice esto: "Son tiempos duros. Tiempos de confrontaci¨®n y de injusticias. Tiempos en que los dictadores se disfrazan con la falsa legitimidad de las democracias y aprovechan para prescindir del pueblo. Son tiempos en los que los hombres y las mujeres debemos ser fuertes y resistir. Y volver la vista al arte que nos emociona y nos conforta". Luego anuncia que va a cantar una canci¨®n muy querida por ella, una que suele cantar para los refugiados de la ONU. Es Sometimes I feel like a motherless child (A veces me siento como un ni?o hu¨¦rfano). La canta a capella, con su impresionante voz de soprano alimentada en los dolores del blues y la autenticidad del canto espiritual. El teatro deja de respirar.
Es la fiesta de la inteligencia y la libertad. Los dos cient¨ªficos enfrentados se funden en un abrazo: es la foto del d¨ªa.
Luego llega el cardenal Carlo Maria Martini: critica la falta de ¨¦tica en la econom¨ªa y defiende la necesidad "del di¨¢logo" para "la supervivencia y el desarrollo de las culturas", y para hacer frente "a los problemas candentes de hoy"; entre otros, la paz entre las etnias y las religiones, "la defensa de la dignidad de la persona en cada pa¨ªs del mundo y en cada momento de la vida", o la defensa de la Tierra frente a las amenazas medioambientales.
Habla despu¨¦s el presidente brasile?o, Fernando Henrique Cardoso. Explica que en un mundo econ¨®micamente globalizado "no existe un Gobierno mundial, pero ya existen las v¨ªctimas de la exclusi¨®n del mercado". La fragilidad de los m¨¢s d¨¦biles es la m¨²sica de fondo. Cardoso reclama, como no pod¨ªa ser de otra manera, la urgencia de una cooperaci¨®n internacional eficaz y solidaria. "Una cooperaci¨®n entre personas que se preocupan por el ser humano concreto". No elude citar la miseria, las enfermedades, los conflictos cr¨®nicos, las hostilidades, el rencor, la muerte.
Frente a los "viejos pesimismos que tanto ensombrecieron otras ¨¦pocas" de nuestra historia, el Pr¨ªncipe de Asturias apuesta por la esperanza. Se?ala que Espa?a "contin¨²a por la senda de la libertad y el progreso"; advierte de que existen problemas por resolver, "como los que se viven en el Pa¨ªs Vasco". Y pronostica: "El final de tanto dolor no puede estar lejos".
Para acabar, el Pr¨ªncipe glosa las figuras de los premiados; habla de las horas dif¨ªciles que viven israel¨ªes y palestinos, recordando el premio concedido aqu¨ª a Rabin y Arafat. Unos instantes despu¨¦s, las gaitas inundan Oviedo con el Asturias, patria querida. Es la hora de la sidra.
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